Felipe
Burbano.
Diez años de poder mesiánico y narcisista
parecen cerrarse en Ecuador bajo la conducción de Lenín Moreno, el actual
presidente que llegó a la conducción del país apoyado en el báculo del líder de
Alianza País, Rafael Correa. Dos banderas ha levantado el actual presidente de
Ecuador, la primera, la lucha decidida contra la corrupción que se alojaba en
las cámaras del correísmo y la segunda, la consulta popular para que se decida
democráticamente sobre si se debe mantener o eliminar la figura de la
reelección indefinida que Correa logró imponer en la constitución de
Montecristi. El camino que emprende Lenín Moreno es el que conduce a una
administración independiente desvinculada de la supervisión de Correa, algo que
Felipe Urbano ha denominado “parricidio” como vía de transición política para
hacer desaparecer al Padre de la mal llamada Revolución Ciudadana.
El relevo de liderazgo político dentro de
Alianza País ha sido mucho más complejo y conflictivo de lo que imaginaron los
intelectuales del movimiento y su militancia. Cinco meses después de la salida
de Rafael Correa de la presidencia, tras diez años en el poder, se ha desatado
una áspera disputa entre él y Lenín Moreno, su exvicepresidente y sucesor, que
ha colocado al movimiento al borde de la división. El enfrentamiento muestra
que a Moreno solo le quedaba la ruptura con Correa para generar una capacidad
de gobierno propia, sin verse obligado a consultar o rendir cuentas de cada una
de sus declaraciones y decisiones al expresidente y a la estructura de poder
que este dejó montada dentro del gobierno.
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