Fernando Rodríguez. EL NACIONAL
Bien sabido es que
Chávez hizo de las elecciones frecuentes una de las más novedosas formas de
vender su dictadura enmascarada. Destruía toda forma de institucionalidad;
convertía las fuerzas armadas en una secta a su servicio, ideologizada y muy
corrupta; y construía con los métodos más arteros una hegemonía comunicacional
que reducía a su mínima posibilidad expresiva cualquier disidencia. Pero había
elecciones a granel y, por tanto, debía suponerse que había democracia.
Justo es reconocer que
esta febril actividad electoral fue en buena parte posible porque los
petrodólares llovían a cántaros y porque durante un largo tiempo el teniente,
farandulero y demagogo, captó el corazón de millones de venezolanos, como
las telenovelas. De manera que eso le hizo pensar que ganaría eternamente
las elecciones. Muy confiado en su destino manifiesto instaló un sistema
electoral que hasta sus virtudes técnicas tenía y que logró venderse bien,
sobre todo a los enceguecidos por el dólar abundoso y fácil, aquí y allá.
Pero paralelamente, dado
que hay que prevenir siempre, y hubo más de un susto en el camino, montó una no
menos poderosa fábrica de delitos electorales. De ella se hará una larga y
prolija historia. Nace con la postergación del referéndum revocatorio de 2004,
ejecución maestra de Jorge Rodríguez, la manipulación de firmas de este y la
inolvidable lista de Tascón (que a lo mejor no era tan de Tascón, el pobre,
sino del propio Chávez) que instaura solemnemente el mandamiento primero y
perenne para todo votante: o sufragas por mí, hijo mío y de Bolívar, o te jodo.
Pero sobre todo ahí se instaló un insuperable sistema de incentivos positivos,
clientelares, ventajistas, llamados misiones, también para siempre: vota por
mí, hijo mío y de Bolívar, y tuyas serán las migajas de la mesa. Esta
estrategia electoral fue inventada por el no menos difunto Fidel Castro, según
confesión del propio Chávez, y se convirtió en permanente política social del
Estado nacional hasta el día de hoy. Todo esto fue importantísimo para el
desarrollo de la tragedia que se iniciaba.
Esta maquinaria, junto
con la formidable del partido gobernante, igualmente subvencionada con los
fondos públicos, permitió ganar prácticamente todas las elecciones, salvo
aquella memorable “victoria de mierda”. Por ejemplo, no hay duda de que
sin su demoledora intervención no hubiese tenido lugar la minúscula victoria de
Maduro sobre Capriles. Y no vale la pena insistir en sus innúmeros atropellos
puntuales, Ledezma verbigracia. Hemos vivido casi veinte años sometidos a
la delincuencia electoral.
Hasta que cesó de llover
petróleo caro y Chávez se fue de este mundo. Cuando llegó un sucesor poco telegénico
y bastante obtuso, se produjo el derrumbe sin límites del país y, en
consecuencia, la revancha de las parlamentarias, que ni los babalaos predijeron
en sus deslumbrantes dimensiones. Entonces se perdió uno de los postulados del
chavismo electoral, disfrazarse de gente de bien en lo posible, algo
aunque fuese. Se arremetió contra la Asamblea hasta amarrarle las manos, aunque
no pudieron con su espíritu. Y, por último, se instaló uno de los
monstruos más notables de este continente macondiano: la fascista asamblea
constituyente con todo y fraude millonario, certificado por su más íntima
operadora técnica. El CNE mostró su monstruoso rostro, sin los maquillajes
usuales. Todo lo cual es bueno recordarlo hoy, a ver si nos cabreamos por tanta
vejación cívica durante tantísimos años y actuamos en consecuencia.
En esta elección no
faltan las trampas. La más repulsiva es la de las sustituciones en que se dio
la lectura más falaz que se puede hacer de un artículo particularmente simple e
inequívoco: “Sustituir
candidatos o candidatas hasta diez días antes de ocurrir el acto
electoral”. Y nueve delitos más que Eugenio Martínez ha sistematizado
muy bien. Pero, obligados por la mirada ahora acuciosa del mundo, ante el cual
se quiere aparecer como adalid de la concordia, sobre todo las trampas más
recientes son hipócritas, rastreras y arteras, raterismo comicial diríamos.
Cónsonas con la catadura moral que ya no disimula el poder que maneja las
decisiones de los venezolanos. Vota, bótalos.
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