jueves, 19 de octubre de 2017

Lo determinante es quién cuenta los votos

Ramón Escovar León. El Nacional




“Las únicas metáforas buenas son los lugares comunes. Porque los lugares comunes corresponden a verdaderas afinidades entre las cosas”, enseñaba el gran Jorge Luis Borges. Hay un lugar común que describe lo ocurrido el pasado 15 de octubre: “Las dictaduras no pierden elecciones”; así fue difundido en las redes sociales después de anunciados los resultados oficiales. La ex presidente de Costa Rica Laura Chinchilla fue la primera en recordar esta frase.

Paradójicamente, los resultados anunciados por el Consejo Nacional Electoral debilitan al gobierno del presidente Nicolás Maduro.

En efecto, la comunidad internacional está hoy más convencida del verdadero rostro castrista del régimen venezolano. Es por esta razón que el Grupo de Lima pide “una auditoría independiente de todo el proceso electoral”. La ministra de Asuntos Exteriores de Canadá, Chrsytia Freeland, afirma que las elecciones del 15 de octubre estuvieron “caracterizadas por numerosas irregularidades que producen preocupaciones significantes y creíbles sobre la validez de los resultados”. Thomas Shannon, subsecretario de Estado para Asuntos Políticos de Estados Unidos, también manifiesta preocupación por la manera como se desarrolló el proceso; y el presidente estadounidense, Donald Trump, se refirió el martes pasado a “la opresión socialista” que sufre Venezuela.

A lo anterior se suma la afirmación del presidente colombiano, Juan Manuel Santos, en un tweet del 17 de octubre: “Ante no reconocimiento de resultados electorales en Venezuela es: elecciones generales, veedores extranjeros y CNE independiente”. De esta manera, el descrédito internacional del gobierno marxista se ha repotenciado, debido a los innumerables vicios que, a los ojos del mundo, vivimos los venezolanos en el proceso de elección de gobernadores.

La negativa a cambiar a todos los candidatos opositores en las boletas de votación para ajustarse a los resultados de las elecciones primarias; la reubicación estratégica de los electores “por razones de seguridad”; las fallas de las máquinas; la sustitución de la empresa Smartmatic por otra (que debe ser bien identificada), sin que se aclarara la denuncia de aquella sobre la inflación de votos en la “elección” para la constituyente; el paseo de los colectivos “de la paz” para intimidar a los votantes; el ventajismo de los candidatos del Partido Socialista Unido de Venezuela; el uso abusivo e inconstitucional del carnet de la patria y de las bolsas de los comités locales de abastecimiento y producción, CLAP, son algunos de los vicios que demuestran este sofisticado método para “ganar” elecciones: te doy comida si me das el voto. Se trata de una modalidad de fraude en varias fases.

La Mesa de la Unidad Democrática tiene ante sí el reto de mejorar su capacidad de respuesta ante situaciones como la ocurrida. El tiempo para responder a jugadas políticas del contrincante es lento y hasta contradictorio por la variedad de voceros. Esto, junto con las divisiones internas, debilita aún más las posibilidades de diseñar una estrategia política que permita derrotar al régimen.

El esfuerzo, como lo recomienda el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, debe centrarse en el cambio del Consejo Nacional Electoral por uno integrado por rectores imparciales y confiables. De lo contrario el “socialismo del siglo XXI” seguirá “ganando” elecciones.


Es difícil entender cómo un gobierno que ha llevado a Venezuela a la miseria y la ha convertido en un montón de escombros pueda “ganar” 18 gobernaciones de 23 (la del estado Bolívar acaba de ser adjudicada, bajo protesta, al oficialismo). La explicación está en la frase atribuida a José Stalin: “No importa cómo se vota ni quién vota, ni dónde ni a quién. Lo importante es quién cuenta los votos”.

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