Mario J. Viera
Imaginemos por un instante que el
electorado americano cayera en el error de otorgarle la presidencia a Mitt
Romney. Preguntémonos luego ¿Qué sucedería entonces?
Considerando la actual ideología que
predomina en el partido republicano y en su motor impulso del Tea Party habrá
que concluir en que Estados Unidos se sumiría en un insoportable ambiente de
ultra conservadurismo cargado de intolerancia. La Biblia, en su antigua versión
sería el libro sagrado del Estado; quizá hasta inspirándose en las leyes de
Moisés nos regiríamos por una especial sharía que condenaría todo aquello
nefasto que regulaba Moisés. El uso de anticonceptivos sería vetado; porque lo
único legítimo en las relaciones conyugales es la reproducción. Los
homosexuales condenados por corruptos y depravados. Se levantaría un altar al
todopoderoso dios mercado al que se le ofrecería en holocausto la seguridad
social, el Medicare y el Medicaid.
Si ganaran las elecciones se agitaría la
lucha de clases que inspira a los ultra del republicanismo; pero no sería la
lucha de clases que preconiza el marxismo de proletarios contra burgueses sino
de los súper ricos contra las clases inferiores, clase media y clase
trabajadora. ¡Todo el poder para las corporaciones!
Como los pobres, los necesitados que tanto
abundan en esta gran nación, están en estrecheces porque ─ según el cristal con
que miran los republicanos ─ no trabajan como mulos para enriquecer a los
grandes del mercado, entonces se eliminaría un seguro médico accesible; es que
los pobres ya tienen demasiadas ayudas, según Romney.
La Ley de Arizona se convertiría en ley federal
haciendo sospechoso de inmigrante ilegal a todo aquel que parezca muy
latinoamericano, que hablara el inglés con acento hispánico o no lo supiera
hablar. ¡White Power!
El gobierno sería manejado como se maneja
una corporación pero sin tener en cuenta la opinión de la mayoría de sus
accionistas, es decir todo el pueblo americano a la hora de tomar decisiones
difíciles.
La clase media y la clase trabajadora cargarían
con la obligación de los impuestos, en tanto los propietarios de las grandes
corporaciones recibirían sustanciosas rebajas fiscales cuyos ahorros no los invertirían en crear más empleos sino
en disfrutar de una vida escandalosamente más opulenta.
Estados Unidos seguiría empeñado con la
deuda que se contrajo con China para sufragar las guerras de Irak y Afganistán.
En política internacional quizá se esgrima
la política del Big Stick, acumulando más odio hacia Estados Unidos y más
desconfianza por parte de sus aliados. Latinoamérica continuaría siendo uno de
las últimas prioridades de Estados Unidos. Con respecto a los jinetes del
apocalipsis del llamado Socialismo del Siglo XXI se harán gruñidos, se agitará
una retórica incendiaria sin ninguna acción concreta y sabia y solo de utilidad
para darle argumentos nacionalistas a los Chávez y Correa. Ante el castrismo se
aplicarían las sabias propuestas de Mario Díaz Balart, Marcos Rubio y David
Rivera, que poco conocen, si algo conocen, de Cuba y no tienen ni la menor idea
de lo que es hacer oposición en un país totalitario, ni la angustia ciudadana
de dependencia prácticamente absoluta de un estado represivo, dueño de todo,
desde las viviendas, los empleos, las escuelas y universidades y hasta de la
propia vida de sus súbditos. El castrismo continuaría con su política
represiva, tranquilamente, amparándose en el pretexto, que desde Washington se
le regala, de la defensa de su soberanía e independencia.
Finalmente el nivel de desempleo en Estados
Unidos continuaría próximamente igual que en el presente por cuatro u ocho años
más. La economía seguiría dentro del mismo, sino mayor, estancamiento.
Si ganaran las elecciones… No, no quiero ni
imaginarlo.
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