Alejandro Armengol
Nunca antes, en al menos cincuenta años de
elecciones presidenciales en Estados Unidos, las opciones han estado tan claras
sobre las diferencias entre ambos candidatos. Esto, sin embargo, no es en
última instancia lo más importante que va a las urnas. La cuestión fundamental
a debatir es elegir entre una filosofía política y otra, una estrategia de
gobierno y su contraria, un concepto de vida y su opuesto. Es, en fin, ponerse
de parte de la verdad o de la mentira.
Lo que caracterizó a las dos convenciones partidistas,
la primera celebrada en Tampa y la siguiente en Charlotte, fue el contraste
entre el oropel y la realidad. Si en Tampa las cámaras recorrían el auditorio
una y otra vez, sin encontrar un miembro de la raza negra, en Charlotte se
mostró con todos sus colores, etnias y componentes al pueblo norteamericano.
El gran error republicano ha sido el echar
a un lado a la población latina, desentenderse de los problemas que todavía
confrontan la mayoría de los barrios negros e intentar la vuelta al dominio
blanco de los años cincuenta del pasado siglo. No es que el gobierno de Barack
Obama tenga una calificación perfecta en este terreno, sino que en la realidad
el otro partido niega todo lo que el republicanismo había avanzado por este
rumbo. ¿Qué se puede esperar de una convención donde el racista alguacil de
Arizona, Joe Arpaio, fue invitado de honor? Si usted es latino, o de origen
latino, y quiere sentirse humillado y despreciado, vote por Mitt Romney.
La convención demócrata en Carolina del
Norte no fue solo una aplanadora contra la maquinaria demagógica de los
republicanos, sino que colocó a la contienda electoral en su justo centro, en
el lugar donde vale la pena discutir y analizar el futuro de Estados Unidos.
Olvídense de todas esas tonterías que se oyen, ven y leen en la prensa local y
nacional. Obama no es comunista, nunca lo ha sido. Hay que tirar por la ventana
todo ese racismo trasnochado de que el Presidente está inspirado por ideas
tercermundistas, que busca hacer realidad el supuesto sueño de su padre o que
responde a la ideología musulmana. Eso es colocarse del lado de Arpaio, que
todavía hace un par de semanas andaba enfrascado en la difamación sobre la
inscripción de nacimiento del Presidente, mientras se paseaba por la convención
republicana.
La realidad es otra y bien sencilla. Se
trata de avanzar o de retroceder. El juicio del votante debe estar definido por
una prueba que trasciende las ideologías. ¿Qué método es el mejor para el
mejoramiento de la clase media de este país? Durante años, cada vez que los
republicanos han llegado al poder han tratado de reducir este sector medio. El
problema es que tras la globalización la clase media perdió buena parte de su
atractivo como población de consumo y los ricos prefieren invertir su dinero en
lugares donde se pague una miseria de salario, con independencia de dónde luego
se vendan los artículos. Por supuesto que la industria automovilística actual
está tratando de marcar un punto de inflexión en este sentido, y acompañado al
hecho de que su recuperación es uno de los pocos logros evidentes del mandato
de Obama marca una pauta en la campaña.
La pregunta a formularse en estas
elecciones es si se quiere retroceder a los ocho años de gobierno de George W.
Bush o continuar el camino emprendido por las administraciones de Bill Clinton
y Obama. Esa es la clave.
Para tomar una decisión justa hay un
elemento en contra: la mala memoria del electorado norteamericano. ¿Es que ya
se ha olvidado que el gobierno de Bush hijo fue el peor en muchos años, que nos
metió en al menos una guerra innecesaria, financió esa locura bélica con fondos
chinos, llevó a la economía norteamericana del super plus a un enorme déficit,
instauró la censura y la tortura, consolidó una práctica de eliminar las
regulaciones financieras de todo tipo, que hundió a esta nación en la peor
crisis anterior a la Gran Recesión iniciada en 1929, y durante todo el tiempo
se dedicó a rebajar los impuestos de los ricos? Si bien George W. Bush no fue
invitado a la última convención republicana, una buena parte de su entorno
presidencial trabaja en la campaña de Romney y de seguro ocupará cargos en el
gabinete si éste es electo.
Por supuesto que hubo aspectos que Bush no
pudo concluir, como privatizar la Seguridad Social (imaginar por un minuto las
quiebras de pensiones que se habrían producido posteriormente) y destruir el
Medicare y el Medicaid, así como eliminar la mayoría de los programas sociales.
Ahora viene Romney a intentar completar esa tarea. Vote por él si usted quiere
hundirse.
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