Francisco Suniaga. EL NACIONAL
La suerte está echada. A estas
alturas, a tan sólo once días del 7-O, las grandes tendencias electorales ya se
han definido: la oposición presiente la victoria y el chavismo comienza a
expresar abiertamente la sensación que tiene de derrota (el melancólico “Esto
es lo que hay” de Izarra a Maduro es una muestra de ello). Está en el aire:
ganará Capriles. Lo que falta, un remate marcado por una omnipresencia del
candidato opositor con inmensas multitudes que su contrincante no puede
contrarrestar, aumentará aún más la ventaja que le ha sacado a Hugo Chávez.
La preocupación comienza ya a ser
otra: ¿Qué hay más allá del 7-O? ¿Qué va a pasar con el chavismo? La tendencia
mayoritaria de los comentaristas sostiene que continuará siendo una fuerza
determinante en la política nacional por muchos años. Que, ante las eventuales
carencias de la nueva administración, podría retornar con renovados bríos más
pronto que tarde y que esta bipolaridad, chavismo versus el resto del espectro
político, se prolongará un buen rato. Algunos llegan hasta a afirmar que el
chavismo (¡Dios nos libre!) será en Venezuela lo que el peronismo en Argentina,
una fuerza dominante en el devenir del país.
Hay, sin embargo, antecedentes
históricos e indicios muy marcados de que bien podría no ser así. Que es más
probable, incluso, que el chavismo como fuerza política se desmorone tan rápido
como insurgió en el sistema político venezolano.
Para comenzar, la victoria de Capriles
el 7-O no será un triunfo cualquiera, sino uno que abrirá un nuevo capítulo en
la historia política del país. Como ocurrió con el gomecismo en 1945 o con el
perezjimenismo en 1958, el poder hegemónico, anacrónico y autoritario ya débil,
será derrotado y, en poco tiempo, dejará de tener importancia.
Ese debilitamiento no ha sido el
resultado de la casualidad, es el producto de las decisiones equivocadas que el
chavismo tomó a lo largo de estos catorce años. La principal: haber traicionado
casi desde el vamos su condición de fuerza renovadora de la política
venezolana. Chávez, en fiel correspondencia con sus visiones escasas y su bajo
vuelo intelectual, en lugar de recurrir a fórmulas modernistas como las que en
ese entonces ejecutaban Clinton, Blair o Shroeder ─ políticas de alto contenido
social diseñadas para reparar sociedades donde el neoliberalismo imperó de
verdad, sin afectar sus libertades ─ se abrazó a una suerte de arroz con mango
ideológico: el castrocomunismo aderezado con el más rancio militarismo criollo.
Por esa razón se separaron del
chavismo los militantes moderados que creyeron en el cambio y los de la
izquierda democrática y la socialdemocracia que contribuyeron de manera
decisiva a su victoria en 1998. Como bien lo denunciara en su oportunidad Pablo
Medina, el chavismo pasó de ser cívico-militar a ser militar-cívico. No podían
los demócratas sobrevivir en la atmósfera venusiana creada dentro de una
coalición que está animada por el culto a la personalidad del líder, sustentada
por un partido hegemónico y no democrático, respaldada por colectivos armados y
administrada por comisarios cubanos y militares mediocres. Atmósfera letal para
los demócratas, pero en la que medran oportunistas de toda calaña, políticos y
económicos.
La aplicación práctica de ese mazacote
ideológico, presentado con el pomposo nombre de socialismo del siglo XXI,
alimentado por abundantes recursos fiscales petroleros, devino en el más
descomunal sistema clientelar de nuestra historia. Un constructo que ni
resolvió los problemas de las masas populares ni les sirvió para conservar el
poder. ¿Puede ese parapeto servirle al chavismo para mantenerse como fuerza
determinante en el futuro sistema político nacional? No pareciera. Más
posibilidades hay de que pase a la historia como lo que se ha revelado en su
hora final: un caos a duras penas amalgamado por los dólares del petróleo y la
fuerza menguante de un líder carismático. ¿Adónde podría llegar sin líder y sin
el erario público?
El nuevo sistema político venezolano
probablemente se decante según las líneas tradicionales de la política en
Occidente. Una amplia mayoría constituida por un polo de centroderecha
conservador en lo económico y otro de centroizquierda que lo será menos,
flanqueada por una derecha (que en Venezuela tienen el tufo del autoritarismo
militar) e izquierda radical (la que Teodoro Petkoff llamó borbónica). En esos
extremos aterrizará el chavismo fragmentado por una derrota que para ellos sí
será histórica.
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