Los juicios contra los medios y los
periodistas terminarán como meras “cortinas de humo” frente a los grandes
problemas que sí afectan a los bolivianos (pobreza, corrupción, inseguridad) y
quedarán como un mal recuerdo de un régimen que se descompone por sus propios
errores y por su vocación absolutista del poder.
Carlos Morales Peña. PAGINA 7
Por si alguien tenía alguna duda, la
decisión del Gobierno de iniciar un juicio penal contra tres medios de comunicación
por una supuesta incitación al racismo y a la discriminación termina de
consolidar un marcado retroceso de la democracia en Bolivia, bajo el denominado
“proceso de cambio”.
Desde que el presidente Evo Morales,
al inicio de su gestión, declaró a los medios de comunicación como “enemigos
políticos” de su administración, la afectación de la libertad de expresión y de
prensa se ha profundizado lenta e inexorablemente.
Los ataques desmedidos, juicios de
imprenta y acusaciones sin sustento en sentido de que los medios y gran parte
de los periodistas tergiversan la realidad y son instrumento de los grupos de
poder han sido una constante en estos últimos seis años, desde que el líder
cocalero llegó al poder. Aquellas ofensivas políticas mellaron significativamente
la labor de la prensa y terminaron afectando la libertad de expresión, a través
de medidas gubernamentales que instalaron ─ de hecho ─ un sistema de temor y
posterior autocensura.
En una segunda etapa de este
enfrentamiento, el Ejecutivo resolvió estructurar un entramado de leyes para
entrampar al aparato mediático independiente en marcos jurídicos que apuntan a
romper la protección y las garantías establecidas en la Ley de Imprenta y en la
propia Constitución.
La Ley de Lucha contra el Racismo y
todo tipo de Discriminación, la Ley Electoral y la Ley de Telecomunicaciones
contienen instrumentos jurídicos que apuntan a perforar la mencionada norma y
llevar los supuestos delitos de imprenta al fuero penal, con graves
consecuencias para las libertades de expresión y de prensa.
La arremetida política continuó por
otros medios, con el único fin de socavar el poder que legítimamente ejercen
los medios y los periodistas en el actual sistema democrático. Desde el Palacio
Quemado se adscribe así a una teoría apocalíptica de los medios de
comunicación, como si éstos fueran un polo todopoderoso que afecta la
gobernabilidad democrática y como si defendieran los intereses de sectores de
poder.
El inicio de un juicio penal por la
“difusión e incitación al racismo y a la discriminación” contra la Agencia de
Noticias Fides (ANF), Página Siete y El Diario, por publicar los dichos de Su
Excelencia sobre el oriente boliviano y su teoría de la flojera, es el inicio
de una nueva etapa en esta ofensiva contra los medios de comunicación y los
periodistas. La norma contra el racismo prevé sanciones penales que pueden
llevar a la reclusión de periodistas y el cierre de medios.
Esto lleva a la conclusión de que
estamos en un abierto retroceso de la democracia, que coloca al país en las
puertas de una autocracia, es decir, el Gobierno de un partido único, que ha
resuelto concentrar en sí mismo todos los poderes del Estado. El horizonte del
“evismo” parece ser La Habana, la polis del comunismo más decadente, donde un
único partido tiene plenos poderes, también sobre la comunicación y la prensa
(el estatal Granma, único periódico de circulación).
El Gobierno nacional se llena la boca
diciendo que en Bolivia hay plena libertad de expresión y de prensa. A partir
de los juicios a ANF, Página Siete y El Diario, dicha expresión no es más que
una entelequia, una falacia política. Por fortuna, la experiencia muestra que
la vocación democrática de Bolivia está por encima de cualquier aventura
autoritaria.
Los juicios contra los medios y los
periodistas terminarán como meras “cortinas de humo” frente a los grandes
problemas que sí afectan a los bolivianos (pobreza, corrupción, inseguridad) y
quedarán como un mal recuerdo de un régimen que se descompone por sus propios
errores y por su vocación absolutista del poder.
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