La
convención republicana fue un vivo ejemplo del reclamo sobre un país que ya no
es. Más allá de los problemas económicos actuales, hay en Romney, su figura y
la de su esposa ⎯ por encima del excesivo maquillaje de ambos ⎯
un deseo de hacer retroceder a este país a los años cincuenta, a la época de la
Ley Seca o a los Estados Unidos anteriores al gobierno de Lyndon B. Johnson.
Alejandro Armengol. Blog CUADERNO DE CUBA
Lo mejor del discurso de aceptación de
la nominación republicana para la presidencia de Estados Unidos, hecho por Mitt
Romney, es que éste logró despejar algunas dudas sobre su candidatura. Varias
de estas inquietudes eran más aparentes que reales, pero a partir de ahora no
cabe la excusa del desconocimiento.
Romney dedicó la primera parte de su
discurso a desarrollar una especie de soap opera sobre él y su familia. Fue la
parte más aburrida de su presentación y aunque desató algunos aplausos
acalorados ⎯
en las convenciones partidistas, como en los congresos comunistas,
en la mayoría de los casos los aplausos carecen de importancia ⎯, poco hubo de valor en
ello, desde el punto de vista electoral: quienes simpatizan con el candidato de
todas formas iban a votar por él y a los que lo rechazan poco importa esa saga de
padre de familia, esposo amoroso e hijo ejemplar, así como esa oportunista
referencia a una inmigración que no fue. En este caso, hay también una lectura
paralela que pueden realizar quienes no confían en él o francamente lo
detestan: descendiente de una familia en que la poligamia era práctica usual y
miembro de una secta fanática.
La segunda parte del discurso era la
destinada a cumplir las expectaciones más importantes desde el punto de vista
electoral, y se desarrolló fundamentalmente sobre tres aspectos.
El primero tuvo que ver con la
capacidad de Romney para gobernar, y en este sentido su reclamo único es su
supuesta capacidad empresarial. Esto se remite a un argumento simplista: para
desarrollar el avance de un país hay que ser buen empresario.
De entrada este argumento se
fundamentó en algunos puntos débiles. El candidato republicano no tiene
credenciales académicas, conocimientos económicos ni experiencia gubernamental
más allá de cuatro años al frente del estado de Massachusetts ⎯ donde, por otra parte,
hizo todo lo contrario de lo que promete hacer ahora ⎯ y su labor como
empresario.
Sin embargo, aquí comienzan los
cuestionamientos a la capacidad de Romney para dirigir al país, ya que ser un
empresario exitoso no es una garantía de nada a nivel de gobierno. Un país no
se gobierna como una empresa. Pero además, el hecho de contar con un historial
de ganancias millonarias no dice nada sobre una capacidad para lograr el
beneficio no solo personal sino en general para quienes han trabajado o trabajan
en estas empresas o en otras donde Romney ha invertido. ¿Cuántos empleados han
hablado a favor de estas firmas, los beneficios o ventajas de formar parte de
su personal? Cero. Hasta el momento, a la campaña del candidato republicano no
le ha interesado contar con una opinión favorable de Romney como empresario,
desde la perspectiva del empleado, o no le ha interesado. Solo los tontos
encuentran convincente la propuesta de que un millonario como presidente los
hará millonarios a ellos como votantes.
El segundo punto débil es echarle la
culpa al presidente Barack Obama de todo lo que está mal. Romney habló de la
dependencia con China y dijo que buena parte de la deuda de Estados Unidos es
con ese país asiático, solo que no mencionó que esa dependencia fue creada por
el expresidente George W. Bush, que durante sus ocho años de mandato financió
la guerra contra Irak y Afganistán con fondos chinos. También se refirió a las
regulaciones gubernamentales, y pasó por alto el hecho de que fue precisamente
el desmantelamiento de las regulaciones el factor fundamental que hundió a esta
nación en una profunda crisis hace apenas cuatro años.
El tercer aspecto, y el más
decepcionante, fue que el candidato republicano resultó incapaz de presentar un
programa de gobierno que pueda competir contra la administración actual. Romney
se limitó a una serie de promesas de campaña que sonaron más bien como las
jactancias de los vendedores de brebajes cuando llegaban a otro pueblo, según
las películas del oeste. Esas promesas pueden resultar esperanzadoras, aunque
al final no resultan en algo más que una ilusión.
Hay que señalar un gran perdedor en el
discurso de Romney, y fue el Tea Party. Más allá de unas pocas palabras vagas,
el candidato hizo un discurso dirigido a la clase media y alejado de
extremismos. Su aparente compromiso a favor de la vida o la libertad religiosas
⎯ ¿y
en algún momento se ha cuestionado la libertad religiosa por parte de este
gobierno? ⎯
fueron apenas frases para salir del paso. En última instancia, los reclamos del
Tea Party al parecer no cuentan mucho en una elección presidencial nacional y
el candidato a la vicepresidencia no es más que una figura decorativa en la
boleta.
Esta es la principal incógnita resuelta en la
convención republicana, donde se esperaba a una respuesta a la interrogante de
si el Partido Republicano iba a quedar en manos de su ala más radical. Solo que
esta respuesta ha llegado bajo la forma de la algarabía y la falta de
sustancia. Una vez más, los republicanos evitan resolver esta diferencia pero
lo que logran es simplemente posponerla. Curiosamente, si hace años las
popularidad del George W. Bush fue el factor fundamental para evitar un cisma,
ahora es la impopularidad o el odio que para ellos suscita la figura de Obama
una causa más que suficiente para alejar la escisión.
A partir de este momento solo queda el repudio
a Obama como causa más que suficiente para votar contra él y a favor de Romney,
poco importa las dudas que su figura pueda producir entre los republicanos y los
votantes en general.
Lo malo en este caso es que se trata de uno de
los peores escenarios electorales posibles, ya que guste o no introduce al
factor racial en el centro de la campaña. Viendo las imágenes de la convención
republicana no cabe duda de que se trató de un evento para blancos y rubios.
Sin embargo, desde el punto de vista de composición étnica y de país de origen,
Estados Unidos ha cambiado sustancialmente desde una época tan cercana como el
triunfo de Ronald Reagan. Eso no quiere
decir que esta transformación se trasmita automáticamente a las urnas, aunque
abra una nueva interrogante al respecto.
La convención republicana fue un vivo ejemplo
del reclamo sobre un país que ya no es. Más allá de los problemas económicos
actuales, hay en Romney, su figura y la de su esposa ⎯ por encima del excesivo
maquillaje de ambos ⎯
un deseo de hacer retroceder a este país a los años cincuenta, a la época de la
Ley Seca o a los Estados Unidos anteriores al gobierno de Lyndon B. Johnson. Se
trata de repetir esa vieja ilusión republicana de cambiarla las condiciones
económicas mientras se dejan intactos los valores familiares.
Es imposible que en un mundo donde impere la
inseguridad laboral, y en el cual el individuo se rige por una competitividad
extrema, otro valores no sean transformados. Aspirar al tradicionalismo en el
hogar, mientras en la sociedad impera un capitalismo feroz, es puro cuento de
hadas. Al expresar estas ideas, Romney vuelve al espíritu de secta, que es el
que mejor lo define, de encerrarse frente al mundo.
La convención republicana estuvo más cercana a
un panorama de urna de cristal que a una visión de futuro. Con independencia
del triunfo electoral en noviembre, lo que se limitó a proyectar fue un
panorama de viejas ideas en figuras jóvenes y una nostalgia del ayer en rostros
maquillados.
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