Luis Cino Álvarez.
A juzgar por recientes revelaciones en
medios académicos, José Antonio Portuondo (1911-1996), un intelectual orgánico
del régimen revolucionario, se fue de este mundo con más culpas a cuestas de
las que realmente le correspondían.
Parece ser que no fue Portuondo, como
se sospechó durante décadas, el hombre que con el seudónimo de Leopoldo Ávila firmaba los vitriólicos artículos que
aparecieron entre 1968 y 1971 en la revista Verde Olivo, órgano de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias (FAR), y que preludiaron el decenio gris, sino el teniente Luis Pavón
Tamayo.
Lo que hizo Portuondo fue reforzarle
la pluma al teniente Pavón. Como las pretensiones literarias de Pavón, un
oscuro burócrata militar designado como rancheador de intelectuales díscolos,
no daban para tanto, a Portuondo le
asignaron la tarea de darle una mano a
la hora de redactar artículos contra
Heberto Padilla, Antón Arrufat, Pablo Armando Fernández y otros escritores.
Por aquella época, Portuondo, que era
un seguidor a ultranza del marxismo-leninismo-stalinista desde los tiempos del
Partido Socialista Popular (PSP), ejercía
con entusiasmo su papel de comisario en la domesticación y sojuzgamiento de los
intelectuales y la implantación del realismo socialista en la cultura nacional.
Baste recordar sus ataques a Ciclón y
Lunes de Revolución, su polémica con
José Soler Puig a propósito de la novela de la revolución o sus comentarios
retrógrados sobre el Salón de Mayo, en 1967,
sobre el cual dijo que era “una de las muestras de cómo todavía no
podíamos librarnos por entero de cierto sentido de neocolonialismo
intelectual”.
Para el dogmático Portuondo, lo que
denominaba “arte burgués contemporáneo”,
o sea, todo lo que quedara fuera del más puro realismo socialista, era
esnobismo, basura, chatarra.
A
Portuondo, que era director del Instituto de Literatura y Lingüística de
la Academia de Ciencias, se le achaca que por motivos políticos omitieran a
importantes escritores del Diccionario
de la Literatura Cubana, publicado por la Editorial Letras Cubanas en 1980.
Resulta escandaloso constatar que en dicho diccionario faltan, entre otros, los
nombres de Guillermo Cabrera Infante, Gastón Baquero, Lino Novás Calvo y Carlos
Montenegro, mientras que ciertos autores incluidos, como Jorge Mañach aparecen
con el calificativo-coletilla de
“contrarrevolucionarios”.
No era Portuondo quien tomaba esas
decisiones, aseguró el año pasado a la
revista La Gaceta de Cuba, en el número dedicado al centenario de Portuondo, su
discípulo y amigo, el ensayista Miguel
Ángel Botalín.
Según Botalín, Portuondo “fue siempre
muy disciplinado, al Partido, a las autoridades, a los superiores, y no siempre
se puede ser tan disciplinado…No aprendió a decir que no. Abusaron de él…Le han
echado culpas que no tiene”.
Lo que Botalín no se atreve a decir a
las claras, es fácil inferirlo. Demasiado obediente, Portuondo cedió totalmente su autonomía intelectual
para supeditarse al papel de teórico y burócrata cultural del castrismo.
Esa es su principal culpa. Y también su
expiación, porque es un papel muy
triste.
En cuanto a las otras culpabilidades
que le adjudican, tampoco le son ajenas, por su complicidad en la represión a
los intelectuales. Así que costará trabajo convencer a muchos de que José Antonio Portuondo y Leopoldo
Ávila no eran un mismo autor. ¡Pensaban tan parecido!
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