Mario J. Viera
En la Antigua Grecia se denominó
idiotes (ἰδιώτης) a aquel ciudadano particular que no se interesaba en los
asuntos de la polis. Según Fernando Savater en su Diccionario del ciudadano sin miedo a saber “Quien no participaba en política era considerado un «idiota», es decir,
alguien reducido simplemente a su particularidad y por tanto incapaz de
comprender su condición necesariamente social y vivirla como una forma de
libertad”. El idiota era pues la antítesis del polites.
El filósofo florentino, Premio
Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, Giovanni Sartori refiriéndose al
término señaló que “idiotes era un
término peyorativo que designaba al que no era polités –un no ciudadano y, en
consecuencia, un hombre vulgar, ignorante y sin valor–que sólo se interesaba
por sí mismo”.
Aunque el idiota era simplemente un
particular se puede ampliar el concepto para incluir a todo aquel que carezca
de cultura política, sea pues un ciudadano común ─ “la política es sucia” ─ sea
pues un funcionario público negado al ejercicio del debate.
En política no faltan los
cavernícolas, carentes por completo del arte de la política que se imponen por
fuerza o por demagogia en el momento coyuntural de desvarío colectivo. Muchos
son los ejemplos que pueden exponerse de esta caterva de rufianes elevados al
poder, como Adolfo Hitler, Stalin y Kim Il Sung. En América existen buenos
ejemplos como Manuel Rosas, Alfredo Stroessner, Anastasio Somoza, Leónidas
Trujillo. Para estos representantes de la fauna seudopolítica el debate se
limitaba a la simple expresión de su voluntad que debía ser acatada sin
discusión.
Nuevos idiotes han resurgido en la
América Hispana, algunos con cierto refinamiento cultural, otros con un caudal
cultural deficiente, pero todos idénticos en un mismo aspecto: la intolerancia,
el desprecio, el odio y la violencia contra sus oponentes políticos. Son los
representantes de una pretendida ultraizquierda que, en definitiva es solo
ultraimbecilidad manifestada en fracasadas propuestas populistas denominadas
Socialismo del Siglo XXI o socialismo real o comunismo. Pienso que lo que más me irrita de los ultraimbéciles
del socialismo del siglo XXI, socialismo real, o comunismo, es la prepotencia
que les caracteriza en sus palabras y en su porte.
Se creen portadores iluminados de la
verdad absoluta; la historia la consideran como un antes y un después de ellos;
ellos no solo son los representantes de la Nación, ellos mismos son toda la
Nación, la patria; oponérseles es oponerse a la patria. Se creen águilas y ni
siquiera llegan a buitres
Dos acontecimientos trascendentales se
producirán en este 2012 que vivimos: las elecciones presidenciales en Estados
Unidos y las elecciones presidenciales en Venezuela. Por el significado
histórico de lo que está en juego en ambas confrontaciones electorales el mundo
entero las observa con atención. Pero mientras en Estados Unidos el debate
púbico entre los dos candidatos que discuten el poder transcurre normalmente
como ejercicio de la política, en Venezuela se produce todo lo contrario.
El candidato de la oposición venezolana,
Enrique Capriles Radonsky, ha pedido al candidato oficialista ir a un debate
público con vista a las elecciones del próximo 7 de octubre; pedido, no
obstante, que ha sido rechazado categóricamente por Hugo Chávez. Entonces
comienzan los ataques contra Capriles.
Uno de esos ultraimbéciles a quien el
virus del socialismo siglo XXI le ha dañado las neuronas, un tal Eligio Damas,
escribiendo para Aporrea justifica el rechazo de Chávez al debate propuesto
diciendo que “por una razón elemental, el
ganador no hace esas concesiones al perdedor, menos si la diferencia es amplia
y en la recta final. No tiene nada que ganar” y, a continuación intenta
descalificar a Capriles:
“Si
hay debilidades resaltan en el candidato de la MUD, son su deficiencia
intelectual, escasa formación e información, incapacidad para hilvanar un
discurso, hablar con coherencia y profundidad hasta por corto tiempo. Por el
contrario, entre las relevantes potencialidades de su oponente están facilidad
para discurrir, la cuantiosa información que maneja, nivel de conocimientos y,
sobre todo, una memoria prodigiosa que ante cualquiera le hace lucir ventajoso.
De modo que un debate entre aquél y éste, sería lo más parecido a una pelea
entre burro y tigre…”
Es decir, traslada las características
que adornan a Chávez hacia el candidato opositor.
Dando ejemplo de que sabe “hablar con
coherencia y profundidad”, explica Chávez su posición: “El majunche es la nada, no tiene ni ideas, ese no sirve ni para alcalde
de nada, de nada, lo cargan disfrazadito, pero ya se le cayó la máscara
completamente” y agrega despectivamente: “¿Quién va a debatir contigo, muchacho? ¡Anda a aprender a hablar
primero! Métete en la Misión Robinson, chico, tu eres un analfabeto político,
majunche, qué vas a debatir tú con Chávez, chico?”
Como el perfecto idiotes que es,
Chávez no quiere el debate; su prepotencia le pone en evidencia: No es capaz de
debatir contra el oponente ante todo el electorado venezolano. No es el águila
olímpica, ni siquiera es un despreciable buitre, a los sumo es un incapaz, uno
más de los ultraimbéciles, un cobarde, lo que siempre ha sido y, como ha dicho Fernando
Mires, uno que no merece gobernar.
El 7 de octubre será definitivo, o los
venezolanos se deciden por la ultraimbecilidad o se deciden por la razón y la
mesura; si eligen a Chávez o le dan la victoria a Capriles.
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