sábado, 29 de septiembre de 2012

Los idiotes no debaten


Mario J. Viera

En la Antigua Grecia se denominó idiotes (ἰδιώτης) a aquel ciudadano particular que no se interesaba en los asuntos de la polis. Según Fernando Savater en su Diccionario del ciudadano sin miedo a saber Quien no participaba en política era considerado un «idiota», es decir, alguien reducido simplemente a su particularidad y por tanto incapaz de comprender su condición necesariamente social y vivirla como una forma de libertad”. El idiota era pues la antítesis del polites.

El filósofo florentino, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, Giovanni Sartori refiriéndose al término señaló que “idiotes era un término peyorativo que designaba al que no era polités –un no ciudadano y, en consecuencia, un hombre vulgar, ignorante y sin valor–que sólo se interesaba por sí mismo”.

Aunque el idiota era simplemente un particular se puede ampliar el concepto para incluir a todo aquel que carezca de cultura política, sea pues un ciudadano común ─ “la política es sucia” ─ sea pues un funcionario público negado al ejercicio del debate.

En política no faltan los cavernícolas, carentes por completo del arte de la política que se imponen por fuerza o por demagogia en el momento coyuntural de desvarío colectivo. Muchos son los ejemplos que pueden exponerse de esta caterva de rufianes elevados al poder, como Adolfo Hitler, Stalin y Kim Il Sung. En América existen buenos ejemplos como Manuel Rosas, Alfredo Stroessner, Anastasio Somoza, Leónidas Trujillo. Para estos representantes de la fauna seudopolítica el debate se limitaba a la simple expresión de su voluntad que debía ser acatada sin discusión.

Nuevos idiotes han resurgido en la América Hispana, algunos con cierto refinamiento cultural, otros con un caudal cultural deficiente, pero todos idénticos en un mismo aspecto: la intolerancia, el desprecio, el odio y la violencia contra sus oponentes políticos. Son los representantes de una pretendida ultraizquierda que, en definitiva es solo ultraimbecilidad manifestada en fracasadas propuestas populistas denominadas Socialismo del Siglo XXI o socialismo real o comunismo. Pienso que  lo que más me irrita de los ultraimbéciles del socialismo del siglo XXI, socialismo real, o comunismo, es la prepotencia que les caracteriza en sus palabras y en su porte.

Se creen portadores iluminados de la verdad absoluta; la historia la consideran como un antes y un después de ellos; ellos no solo son los representantes de la Nación, ellos mismos son toda la Nación, la patria; oponérseles es oponerse a la patria. Se creen águilas y ni siquiera llegan a buitres

Dos acontecimientos trascendentales se producirán en este 2012 que vivimos: las elecciones presidenciales en Estados Unidos y las elecciones presidenciales en Venezuela. Por el significado histórico de lo que está en juego en ambas confrontaciones electorales el mundo entero las observa con atención. Pero mientras en Estados Unidos el debate púbico entre los dos candidatos que discuten el poder transcurre normalmente como ejercicio de la política, en Venezuela se produce todo lo contrario.

El candidato de la oposición venezolana, Enrique Capriles Radonsky, ha pedido al candidato oficialista ir a un debate público con vista a las elecciones del próximo 7 de octubre; pedido, no obstante, que ha sido rechazado categóricamente por Hugo Chávez. Entonces comienzan los ataques contra Capriles.

Uno de esos ultraimbéciles a quien el virus del socialismo siglo XXI le ha dañado las neuronas, un tal Eligio Damas, escribiendo para Aporrea justifica el rechazo de Chávez al debate propuesto diciendo que “por una razón elemental, el ganador no hace esas concesiones al perdedor, menos si la diferencia es amplia y en la recta final. No tiene nada que ganar” y, a continuación intenta descalificar a Capriles:

Si hay debilidades resaltan en el candidato de la MUD, son su deficiencia intelectual, escasa formación e información, incapacidad para hilvanar un discurso, hablar con coherencia y profundidad hasta por corto tiempo. Por el contrario, entre las relevantes potencialidades de su oponente están facilidad para discurrir, la cuantiosa información que maneja, nivel de conocimientos y, sobre todo, una memoria prodigiosa que ante cualquiera le hace lucir ventajoso. De modo que un debate entre aquél y éste, sería lo más parecido a una pelea entre burro y tigre…”

Es decir, traslada las características que adornan a Chávez hacia el candidato opositor.

Dando ejemplo de que sabe “hablar con coherencia y profundidad”, explica Chávez su posición: “El majunche es la nada, no tiene ni ideas, ese no sirve ni para alcalde de nada, de nada, lo cargan disfrazadito, pero ya se le cayó la máscara completamente” y agrega despectivamente: “¿Quién va a debatir contigo, muchacho? ¡Anda a aprender a hablar primero! Métete en la Misión Robinson, chico, tu eres un analfabeto político, majunche, qué vas a debatir tú con Chávez, chico?”

Como el perfecto idiotes que es, Chávez no quiere el debate; su prepotencia le pone en evidencia: No es capaz de debatir contra el oponente ante todo el electorado venezolano. No es el águila olímpica, ni siquiera es un despreciable buitre, a los sumo es un incapaz, uno más de los ultraimbéciles, un cobarde, lo que siempre ha sido y, como ha dicho Fernando Mires, uno que no merece gobernar.

El 7 de octubre será definitivo, o los venezolanos se deciden por la ultraimbecilidad o se deciden por la razón y la mesura; si eligen a Chávez o le dan la victoria a Capriles.

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