TAL CUAL DIGITAL
Cada cierto tiempo, haciendo un esfuerzo
especial por hacerse pasar como seguro ante su victoria, el candidato de
gobierno alerta a sus seguidores sobre la necesidad de no "embriagarse de
triunfalismo".
No subestimar a sus contrincantes. El
juego, suele decir, "no ha concluido". Sus enemigos, "la
burguesía", ─ entendamos por tal cosa a toda la nación ─ "son
poderosos, están financiados y tienen mucho dinero".
Es una cantaleta que nos hemos
aprendimos de memoria ante la inevitable secuencia de comicios que han tenido
lugar todos estos años, al cabo de los cuales, como amarga ironía, seguimos
presenciando como se desencuaderna el país, la democracia y la convivencia
civilizada en cada giro de manivela.
Obsesionado con las fechas y las
efemérides, el presidente Chávez ha dado probadas muestras de ser un hombre de
rituales. Aunque es un estratega con indudable talento, tiene una discursiva
bastante inorgánica, cruzada de estereotipos, obsesiones emocionales e ideas
fijas. Sus alocuciones son populares y efectivas, pero carentes de brillo: cargas
emotivas para alimentar el desprecio a la diferencia.
Cada vez que Hugo Chávez hace estas
salvedades en torno a la importancia de no subestimar a sus enemigos y no
adelantar celebraciones, no me resisto a dejar de pensar que se trata de una
especie de reverencia instintiva para quedar retratado ante los hados y la
buena suerte.
Un rito supersticioso, pensado para
hacerle carantoñas a lo desconocido: ese universo mágico religioso en el cual
parece creer a pies juntillas. De esta forma, así como cada dos por tres se nos
aparece en la televisión todo lo grosero y provocador que puede llegar a ser,
en algunas ocasiones, "ligando para atrás", trueca su estampa con
estos repentinos ataques de lo que él presume es una dosis necesaria de sensatez. El juego no termina hasta el último out.
Lo cierto es que, por mucho que su
líder se los advierta, el chavismo no hace otra cosa que subestimar a sus
rivales. Es una circunstancia que alimentan permanentemente los medios de
comunicación a su servicio, y, aunque no se de cuenta, el propio
presidente-candidato.
El aparato informativo del alto
gobierno es, en última instancia, el responsable del severo extravío en el cual
se encuentra sumergida buena parte de su militancia en torno a la realidad
política de este momento. En el ánimo del chavista promedio persiste una
especie de retrato congelado del adversario que tienen.
La oposición política venezolana
existe gracias a un gesto de largueza que ellos le brindan, y que se empeñan en
no agradecer. Se trata de las clases medias y altas, atrincheradas en el este
de Caracas; de los partidos de siempre. De los ricos, procónsules de capitales
extranjeros, los dolientes de los gobiernos del pasado y algunas zonas aisladas
del interior del país.
Si no fuera por la televisión, acá
todo el mundo amara al presidente. Claro que pueden ir a elecciones. Lo que no
pueden hacer es ganarlas.
La postura jaquetona y perdonavidas
que estamos describiendo, fácilmente apreciable en el estamento opinático del
oficialismo ─ blogueros, articulistas realengos y autores ─ puede terminar
costándoles caro en términos electorales.
Es un síndrome onanista que se asemeja
bastante al que aquejó a la oposición en los años 2003 y 2004. No comprender en
esta hora que hay un universo que se extiende bastante más allá de los análisis
demoscópicos de Jesse Chacón.
Que la conquista de la voluntad en las
grandes ciudades que ha consolidado la Unidad Democrática, que no ha hecho sino
crecer, es una realidad que, a estas alturas, difícilmente tenga regreso.
Agricultores y productores de Turén y
del páramo andino; habitantes de la frontera; obreros petroleros de la Costa
Oriental, empresarios pequeños y medianos del centro del país; trabajadores de
polígono de Guayana; vecinos de Unare y San Félix: todos, en muy buena medida,
forman parte de la nueva voluntad nacional que está por imponerse este 7 de
octubre.
Las clases medias en Los Teques; los
sectores populares de Cumaná; el estamento comercial de Punto Fijo; la
determinante mayoría del estudiantado. Parroquias caraqueñas enteras, populosas
y con tradición, como Santa Teresa, Altagracia, Caricuao y La Pastora.
Amplísimos sectores, hartos de los
cortes de luz; de la escasez de cemento y cabillas; de la vialidad hecha una
ruina; del fiasco de Agropatria; de la orgía asesina del hampa en las calles y
el campo.
Es el ánimo que ya domina a la
determinante mayoría de las primeras 15 ciudades del país: Caracas, Maracaibo;
Valencia y Maracay; probablemente Maturín y Barquisimeto; pero además San
Cristóbal, Barcelona, Puerto Ordaz, Porlamar, Puerto La Cruz y Ciudad Bolívar.
No tiene sentido que el chavismo siga engañándose
con enormidades y supercherías. Ni estamos en 1811 ni ellos son el ejército
patriota. Las voluntades en Venezuela están bastante más equilibradas de lo que
sugieren sus delirios fanáticos y su odio añejado.
La causa de la democracia y la
restauración de la Constitución Nacional, el descontento ante la impericia y la
corrupción, el proyecto de la reconciliación nacional encarnado en la Unidad
Democrática, ha logrado colarse, incluso, en los bastiones rojos: en Catia, el
23 de Enero, Antímano, Paria y los estados llaneros: espacios estos en los
cuales, aún no ganando, las distancias están destinadas a acortarse de forma
dramática.
Todo ello, en buena medida, gracias a la labor
de su candidato, Henrique Capriles Radonski. Un líder que ya tiene un relato
propio a cuestas, que puede vaciar a toda Upata y La Grita cuando anuncia sus
mítines y que, también por casualidad, el alto gobierno quiso aplicarle ─ de
forma infructuosa por demás ─ el bautismo de la descalificación
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