viernes, 7 de septiembre de 2012

Cuando ellos desaparezcan


Mario J. Viera

¿Qué sucedería si un buen día nos despertamos con la noticia de que tres que están de más en Cuba han desaparecido, que se hayan muerto? ¿O que se murió primero uno de ellos, digamos Fidel Castro? Pienso que muchos en el Comité Central fingirán una gran pena, pero se frotarán las manos para respirar tranquilamente, ya no tendrían sobre ellos la pupila escrutadora del Big Brother.

Los reformistas cercanos al general se lanzarían sobre él exhortándole a impulsar los “cambios” sin las trabas del viejo. El general se mordería las uñas comido por el desconcierto de saberse solo sin el apoyo regañón del senil líder, que por muy deteriorado que estuviera era el símbolo intocable y su principal consejero. La vida continuaría igual. Se organizaría un faraónico funeral para despedir al padre de ese engendro que dicen se llama “revolución”. Se dictarían por lo menos cinco días de duelo nacional, mientras, esos, los de la cúpula, se deleitarían ingiriendo largos tragos de whiskey y de vodka.

El general se apresurará en defenestrar a los últimos incondicionales del difunto, para sentirse tranquilo y se rodearía de una cohorte de guatacas que le juren fidelidad mientras que de trastienda se dediquen a intrigar en conciliábulos de ambiciosos.

Si después de ese obituario se informara que ese viejo reaccionario que actúa de segundo del general había franqueado la puerta del más allá ¿Qué sucedería?

El general se sentiría todavía más solo. El viejo era despiadado con cualquier desviación y temido por todos los edecanes de la corte del general. El desdichado general no sabría enfrentar a los halcones hambrientos de poder que le rodean. El tercero en el poder reclamaría el segundo puesto pero sin renunciar a ocupar el cargo principal.

En las calles la gente que se apelotona en una parada de ómnibus sentiría el impulso de celebrar la noticia y al mismo tiempo, quizá, alentaría una pequeña esperanza de mejoras; pero, para ellos nada cambiaría. El general haría todo lo posible para nombrar como segundo a su hijo y como tercero a su nieto con órdenes expresas de aplicar mano dura en contra de los díscolos que anhelen más poder. Los grupos de intereses dentro del Comité Central se definirían amenazando la estabilidad política y emocional del general.

Si cargado de estrés, de ansiedad-depresión y de temor, el general no pudiera contener la marea que se le venga encima y no le quedara más remedio que morirse, ya sea por dictado biológico, ya sea por su propia mano, ya sea por un pistoletazo que le abriera el camino a algún otro anciano general ¿Qué acontecería entonces?

Estoy seguro que habría júbilo en las calles y desconcierto en el Buró Político. Dentro del partido se desataría una violenta batalla por el poder que sería alcanzado por el más hábil, el más decidido, el más poderoso, por aquel que sacara primero la pistola. Rodarían cabezas, ya no quedaría ningún Robespierre. La llamada “revolución” habría llegado a su final.

El nuevo poder de inmediato trataría de arreglárselas con los Estados Unidos asegurando antes sus privilegios. Entre la población quizá se produzcan manifestaciones espontáneas y el ejército sería movilizado. Surgiría un Putin caribeño liderando la “democratización” del país pero desde las esferas de un remodelado Partido Comunista que continuaría siendo la fuerza superior del Estado y la sociedad.

Tal vez se organizaría un programa de privatizaciones de las empresas controladas por el gobierno y quizá se autoricen las inversiones de cubanos exiliados con recursos económicos, predominaría el clientelismo y el reparto de negocios entre los generales fieles al nuevo poder.

En la calle todo seguiría igual: si hubieran protestas se acallarían por la fuerza y otra vez se llenarían las cárceles con prisioneros de conciencia; pero entonces comenzaría el principio del fin. Crecería el rechazo de la población a líderes sin acatamiento. Dentro de la junta de gobierno surgirían divergencias. La oposición ganaría en fuerza y decisión. Ante la represión se agudizarían las contradicciones y entonces, sí, esta vez sí, de seguro el pueblo asaltaría el cielo y demolería lo que quedara en pie del castrismo.

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