Mario J. Viera
¿Qué sucedería si un buen día nos
despertamos con la noticia de que tres que están de más en Cuba han
desaparecido, que se hayan muerto? ¿O que se murió primero uno de ellos,
digamos Fidel Castro? Pienso que muchos en el Comité Central fingirán una gran pena,
pero se frotarán las manos para respirar tranquilamente, ya no tendrían sobre
ellos la pupila escrutadora del Big Brother.
Los reformistas cercanos al general se lanzarían
sobre él exhortándole a impulsar los “cambios” sin las trabas del viejo. El
general se mordería las uñas comido por el desconcierto de saberse solo sin el
apoyo regañón del senil líder, que por muy deteriorado que estuviera era el
símbolo intocable y su principal consejero. La vida continuaría igual. Se
organizaría un faraónico funeral para despedir al padre de ese engendro que
dicen se llama “revolución”. Se dictarían por lo menos cinco días de duelo
nacional, mientras, esos, los de la cúpula, se deleitarían ingiriendo largos
tragos de whiskey y de vodka.
El general se apresurará en defenestrar a
los últimos incondicionales del difunto, para sentirse tranquilo y se rodearía
de una cohorte de guatacas que le juren fidelidad mientras que de trastienda se
dediquen a intrigar en conciliábulos de ambiciosos.
Si después de ese obituario se informara
que ese viejo reaccionario que actúa de segundo del general había franqueado la
puerta del más allá ¿Qué sucedería?
El general se sentiría todavía más solo. El
viejo era despiadado con cualquier desviación y temido por todos los edecanes
de la corte del general. El desdichado general no sabría enfrentar a los
halcones hambrientos de poder que le rodean. El tercero en el poder reclamaría
el segundo puesto pero sin renunciar a ocupar el cargo principal.
En las calles la gente que se apelotona en
una parada de ómnibus sentiría el impulso de celebrar la noticia y al mismo
tiempo, quizá, alentaría una pequeña esperanza de mejoras; pero, para ellos
nada cambiaría. El general haría todo lo posible para nombrar como segundo a su
hijo y como tercero a su nieto con órdenes expresas de aplicar mano dura en
contra de los díscolos que anhelen más poder. Los grupos de intereses dentro
del Comité Central se definirían amenazando la estabilidad política y emocional
del general.
Si cargado de estrés, de ansiedad-depresión
y de temor, el general no pudiera contener la marea que se le venga encima y no
le quedara más remedio que morirse, ya sea por dictado biológico, ya sea por su
propia mano, ya sea por un pistoletazo que le abriera el camino a algún otro
anciano general ¿Qué acontecería entonces?
Estoy seguro que habría júbilo en las
calles y desconcierto en el Buró Político. Dentro del partido se desataría una
violenta batalla por el poder que sería alcanzado por el más hábil, el más
decidido, el más poderoso, por aquel que sacara primero la pistola. Rodarían
cabezas, ya no quedaría ningún Robespierre. La llamada “revolución” habría
llegado a su final.
El nuevo poder de inmediato trataría de
arreglárselas con los Estados Unidos asegurando antes sus privilegios. Entre la
población quizá se produzcan manifestaciones espontáneas y el ejército sería
movilizado. Surgiría un Putin caribeño liderando la “democratización” del país
pero desde las esferas de un remodelado Partido Comunista que continuaría
siendo la fuerza superior del Estado y la sociedad.
Tal vez se organizaría un programa de
privatizaciones de las empresas controladas por el gobierno y quizá se autoricen
las inversiones de cubanos exiliados con recursos económicos, predominaría el
clientelismo y el reparto de negocios entre los generales fieles al nuevo
poder.
En la calle todo seguiría igual: si
hubieran protestas se acallarían por la fuerza y otra vez se llenarían las
cárceles con prisioneros de conciencia; pero entonces comenzaría el principio
del fin. Crecería el rechazo de la población a líderes sin acatamiento. Dentro
de la junta de gobierno surgirían divergencias. La oposición ganaría en fuerza
y decisión. Ante la represión se agudizarían las contradicciones y entonces,
sí, esta vez sí, de seguro el pueblo asaltaría el cielo y demolería lo que
quedara en pie del castrismo.
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