José Hugo Fernández. CUBANET
Quienes viven o vivieron cerca del
reparto Kholy, en el municipio habanero de Playa, recordarán aún cómo refulgía
─ igual que un cocuyo en el monte oscuro ─ el llamado Edificio de los
Generales, durante las insufribles noches del Período Especial.
Era un espectáculo sumamente ofensivo
para la población, sobre el cual llovían los comentarios, bien en tono
sarcástico o de repulsión o de vergüenza ajena. Sin embargo, ni los generales u
otros magnates que ostentaban aquel privilegio tan burdo, ni tampoco los
ideólogos del régimen, quisieron darse jamás por enterados.
Ya sabemos que los militares
(cualquiera diría que está previsto en sus reglamentos) son dados a las
vertientes más desvergonzadas del privilegio, y además lo hacen de la manera
más fresca, como quien cumple un mandato divino. Según la jerarquía y el grado,
se distribuyen las prerrogativas, sin el menor escrúpulo por parte de los de
arriba, ni el más mínimo disgusto de los de abajo.
Ni siquiera porque son los soldados
quienes engrosan las listas de muertos en las guerras, se salvan de ser
tratados por sus jefes como meras cucarachas. Es algo que parece haber sido
siempre así, desde que existen los ejércitos, y quizá por eso ya casi nadie
tiende a verlo como lo que es: una bochornosa anomalía.
Claro que más anormal y bochornoso se
torna el asunto cuando los militares intentan imponer sus prácticas y rangos de
privilegio en la vida civil. Pues, en tales casos, le aplican a toda la
ciudadanía el mismo tratamiento que a sus soldados.
Entre un país dominado completamente
por los militares y ese engendro malévolo al que llaman un Estado Mafioso,
existen muy pocas diferencias, si es que hay alguna.
De hecho, el militarismo es el más
común sustento de un Estado Mafioso, cuyas características, como se conoce, son
el control absoluto de la economía, por élites corruptas y criminales, que
disponen de toda la fuerza para imponer leyes y para promover y defender sus intereses
particulares.
Huelga aclarar que es justo lo que
está ocurriendo en Cuba en este momento. Siempre existió aquí esa tendencia,
pero nunca antes fue tan visible ni atropelladora. Tampoco habíamos podido
notar tan claramente, en años atrás, esa especie de repartición del poder que
hoy apreciamos entre las élites del régimen. Y ante tal repartición, nadie que
tenga ojos en la cara puede pasar por el alto que a los cogotudos de las FAR y
del Ministerio del Interior les ha tocado el monopolio de las riquezas, tal vez
porque también les toca el trabajo sucio de la represión.
Si hace unos veinte años era motivo de
escándalo público que un edificio de magnates permaneciera iluminado en medio
de las oscuras noches de La Habana, ¿qué podría decirse hoy de la manera
insolente en que los militares, luego de haberse apoderado de las más jugosas
fuentes de ingreso en el turismo, luego de copar en absoluto el polo turístico
de Varadero, prohíben a los trabajadores por cuenta propia de la zona que ni
siquiera se arrimen por aquellos lares con los menudos servicios que les
permiten dar de comer a la familia?
Si hace ya dos décadas, el edificio de
los (iluminados) generales de Playa restallaba como un látigo en los ánimos de
nuestra gente de a pie, ¿cómo no estarán restallando los hermosos y
sofisticados edificios que hoy se construyen en diferentes zonas de La Habana,
para entregar, gratis y totalmente amueblados, a coroneles y otros oficiales de
las fuerzas armadas, mientras las casas en ruinas de los ciudadanos comunes se
derrumban sobre sus cabezas, o mientras tienen que inventarla en el aire
buscando los materiales imprescindibles para remendar sus tugurios, sin
disponer de dinero ni de dónde sacarlo?
Ahora mismo, frente a La Macumba, la
más famosa discoteca habanera, ubicada en el municipio de La Lisa, acaban de
inaugurar uno de esos edificios (calle 222 y avenida 37). Muy cerca están los
humildes, feos y descarados edificios del que llaman Reparto de los
Científicos, pues allí viven muchos especialistas y empleados del Polo
Científico. Y ocurre que esos profesionales se quejaron durante años por el
escándalo procedente de la discoteca, que permanecía abierta durante toda
noche. Ellos pedían que al menos redujeran sus horarios de funcionamiento. Pero
nunca consiguieron que las demandas prosperasen. Sin embargo, apenas los
coroneles tomaron posesión de la zona, a La Macumba le fue impuesto silencio y
paz, la paz de los sepulcros. Ya está clausurada.
Es lo dicho: Lo que más sobrecoge del
modo en que los militares ejercen su poder sobre la vida civil, no es sólo que
lo ejerzan a la brava, no es sólo que hagan uso y abuso de ese poder para
enriquecerse y ostentar sus privilegios con la mayor naturalidad. También (y
quizá mucho más) sobrecoge ver que tratan a todos los ciudadanos del país como
si fuéramos reclutas de la quinta fila
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