Mario J. Viera
Howard Triest
Aquel joven de 22 años miembro del ejército norteamericano de facciones raciales que lo mostraban como un “ario” de pura raza, rubio, de ojos azules y que servía como traductor de los altos funcionarios nazi en una serie de entrevistas psiquiátricas luego de la derrota del nazismo era un judío.
En ese entonces, Estados Unidos estaba conduciendo esas entrevistas a reconocidos líderes nazis para construir el perfil psicológico de los asesinos. El intérprete era aquel joven militar que hablaba perfectamente el alemán y que sentía un profundo odio por aquellos que fueron responsables de la muerte de seis millones de judíos y, entre ellos, a sus progenitores. Su nombre, Howard Triest, que ahora tiene la edad de 88 años. Cuando apenas era un adolescente, había sido reclutado como soldado americano, prestando servicio como traductor.
Durante aquellas entrevistas, Triest pudo mirar directamente a los ojos de los poderosos nazis, aquellos que habían arrastrado al mundo a una terrible y despiadada guerra y al odio racial y al antisemitismo que ya se perfilaba en la Carta a Geimlich, redactada por Adolfo Hitler a solo diez meses de concluida la Primera Guerra Mundial.
Nacido en Munich en 1923, Howard Triest era un adolescente cuando conoció en sus propias carnes la persecución nazi. Un día antes de que Alemania lanzara la invasión a Polonia había viajado con su familia a Luxemburgo con la intención de viajar a los Estados Unidos. Sin embargo, la familia no contaba con el suficiente dinero para sufragar el viaje por lo que decidieron enviar por delante a Howard. Sus padres y su hermana menor debieron esperar un mes más, lo que resultó fatal para los progenitores de Howrd. Habían sido capturados y remitidos al campo de exterminio de Auschwitz, en Oświęcim, Polonia, donde finalmente perderían la vida. Su hermana Margot fue llevada clandestinamente hacia Suiza y de allí pudo llegar a los estados Unidos donde vive aún.
Howard intentó alistarse en el ejército de Estados Unidos pero en su primer intento fue rechazado al no ser ciudadano americano pero en 1943 logra su propósito al recibir la ciudadanía. Destinado a Europa aterrizó en Omaha Beach un poco antes del D, la invasión a Normandía. Gracias a su fluido alemán comenzó a trabajar para la inteligencia militar.
En el verano de 1945 fue dado de baja, pero inmediatamente después empezó a trabajar para el Departamento de Guerra de EE.UU. como civil, y fue enviado a Nuremberg para asistir al mayor Leon Goldensohn con sus evaluaciones psiquiátricas de los defendidos que esperaban un juicio.
En 1945 estaba delante de aquellos a los que había visto como los tiranos, como los causantes de la muerte de sus padres, como los asesinos a quienes tenía que odiar; pero era él ahora quien estaba al mando. "Había visto a esta gente en sus tiempos de gloria, cuando los nazis eran los dueños del mundo. Estos dirigentes habían matado a la mayoría de mi familia, pero ahora yo estaba en control", había declarado Triest durante una entrevista.
Aquellos nazis no se imaginaban que era un judío quien les servía de traductor, incluso lo creyeron al ario típico. Así Triest pasó horas junto a ellos traduciendo las respuestas que daban. Al contemplarles, sentado frente a él les parecía gente común y corriente: “Si omites los nombres de estos nazis, y sólo te sientas y hablas con ellos, pudieran parecer como tus amigos y tus vecinos vecinos", consideró.
Aquellos hombres iban a ser juzgados en Nuremberg por crímenes de guerra. Allí estaban respondiendo a la inquisitoria psiquiátrica, hombres como Hermann Goering, el jefe de la fuerza aérea alemana, la Luftwaffe, Rudolf Hess, el segundo hombre de Hitler, el propagandista antisemita Julius Streicher y el tenebroso jefe de Auschwitz, Rudolf Hoess.
"Es una sensación muy extraña, estar sentado en una celda con el hombre que sabes mató a tus padres. (...) Lo tratamos con cortesía, mantuve mi odio bajo control cuando estaba trabajando allí. No podías dejar ver cómo te sentías realmente porque no sacarías nada de sus interrogatorios. Pero nunca le di la mano a ninguno de ellos", diría Triest rememorando aquellos días.
Se pretendía penetrar los mecanismos psicológicos que condicionan la mente humana para convertirles en una especie de Mr. Hyde; pero la verdad se ocultaba detrás del fanatismo de aquellos hombres: "¿Aprendimos algo de estas pruebas psiquiátricas? No. No encontramos nada anormal, nada que indicara algo que los hizo los asesinos que fueron. De hecho, eran bastante normales. La maldad y la crueldad extrema pueden ir con la normalidad. Ninguno mostró remordimiento. Dijeron que sabían que había campamentos, pero no tenían conocimiento de la aniquilación de gente.
Es una lástima que no pasaron por lo mismo que sus víctimas, que Hoess no haya sufrido en un campo de concentración de la misma forma que sus prisioneros".
Howard Triest todavía recordaba a aquellos terribles hombres. Uno por uno fue relatando su experiencia con ellos.
Cómo olvidar a Hermann Goering. Goering sería condenado a la pena de muerte por la horca, acusado de ser promotor de crímenes contra la humanidad y porque había sido una de las figuras prominentes del nazismo que se quería erradicar a toda costa de Alemania. Al igual que Wilhelm Keitel, había rechazado la muerte por ahorcamiento, pena que consideraba se reservaba para los traidores en Alemania. El prefería la ejecución por fusilamiento en honor a su alto rango militar, petición que le fue denegada.
Sin embargo, como se puede leer en Wikipedia, a menos de dos horas de la que se había señalado para su ejecución, Goering se suicidó ingiriendo una cápsula de cianuro de potasio el 15 de octubre de 1946. En su celda se encontró una carta en la que aseguraba que había sido el dueño de su propio destino. Nunca se supo cómo llegó el cianuro a sus manos, y es un misterio, dada la extrema vigilancia a la que estaban sometidos los jerarcas nazis. Se sospechó de su mujer Emmy aunque también de que pudo haber sobornado a los guardianes.
Hermann Goering, Mariscal del III Reich
Sobre su personalidad Triest señala: "Seguía siendo un hombre pedante; era el actor eterno, el hombre que estaba a cargo. Se consideraba a sí mismo como el prisionero número uno, porque Hitler y Himmler ya estaban muertos. Siempre quería la silla número uno en el tribunal.
Llegó a Nuremberg con ocho maletas, la mayoría llenas de drogas, pues era adicto, y le sorprendió que lo trataran como un prisionero y no como una personalidad famosa".
Rudolf Hess fue también otro para los que Triest actuó como traductor. Hess, había sido el diputado de Hitler hasta que huyó a Escocia, en mayo de 1941, volando en un bimotor Bf 110 que él mismo piloteara rumbo a Escocia. Tras burlar la vigilancia de las patrullas de la RAF se lanzó en paracaídas, pero capturado fue recluido posteriormente en la Torre de Londres hasta el final de la guerra pese a que alegaba que había ido all para iniciar conversaciones de paz.
Rudolf Hess quien sería considerado como la “cara amable” del nazismo, en 1932 fue designado Presidente del Comité Central Nazi y, en 1933, elegido como parlamentario del Reichstag (parlamento alemán). Al ascender Hitler al poder como Führer, fue designado jefe del Partido Nazi y Ministro de Estado, ocupando casi todas las carteras, excepto de guerra y política exterior, llegando a ser el segundo en la jerarquía nazi, por delante incluso de Joseph Goebbels; a pesar de los cargos que se presentaron contra él, Hess nunca presentó un perfil de líder.
Rudolf Hess
De Hess recuerda Triest: "Era como un zombi, pensaba que lo perseguían, incluso cuando estaba retenido en Inglaterra. Hizo paquetes de muestra de comida y nos daba algunos a mí y a los psiquiatras. Pedía que los analizáramos, pues pensaba que lo estaban envenenando.
Era un prisionero callado, que respondió algunas preguntas pero no entró en detalles. Nadie sabía cuánto había de actuación y cuánto era real, cuanto realmente podía recordar".
Fue juzgado en Nuremberg y condenado el 1 de octubre de 1946 a cadena perpetua y recluido en la prisión de Spandau, en la zona aliada de Berlín. Decaído y demacrado físicamente, fue inconsistente y exhibió reiteradamente lagunas mentales.
Dentro de sus obligaciones, Triest también estuvo cara a cara con el miembro de las Schutzstaffel (SS), el Obersturmbannführer (Teniente Coronel) Rudolf Hoess, fue uno de los encuentros más intensos que viviera por el recuerdo de la muerte de sus padres en Auschwitz, cuando el campo de concentración estaba bajo el control de Hoess.
En 1939, Hoess había sido nombrado comandante del campo de Auschwitz, que debía organizarlo desde 1940 y en cuyo mando permanecería hasta finales de 1943. En ese periodo alcanzó a relacionarse con el médico Josef Mengele. Durante su estancia en Auschwitz, Hoess organizó los asuntos administrativos en los asesinatos en masa de la Endlösung (Solución Final) del problema judío dictada por Heinrich Himmler.
Rudolf Hoess
"Tanto Goldensohn como yo estuvimos con él muchas veces. Algunas veces yo estaba a solas con él en su celda", explica Triest. "Era alguien muy normal. No parecía alguien que había matado a dos o tres millones de personas (...) Algunas veces yo estaba a solas con él en su celda".
Era mucho el odio que Triest sentía por aquel hombre, pero sabía que no podía delatarse y que tenía que controlarse. "La gente me solía decir: 'puedes vengarte, puedes llevarte un cuchillo a su celda'. Pero la venganza estaba en que yo sabía que estaba tras las rejas y que sería colgado. Así que sabía que iba a morir de todas formas. Matarlo no me hubiera hecho ningún bien".
Prisioneros del Campo de concentración de Auschwitz
Hoess escribió a mano sus memorias donde declaraba que él cumplía con la obediencia debida: "Por voluntad del Reichsführer de las SS, Auschwitz se convirtió en la mayor instalación de exterminio de seres humanos de todos los tiempos. Que fuera necesario o no ese exterminio en masa de los judíos, a mí no me correspondía ponerlo en tela de juicio, quedaba fuera de mis atribuciones. Si el mismísimo Führer había ordenado la solución final del problema judío, no correspondía a un nacionalsocialista de toda la vida como yo, y mucho menos a un Führer de las SS, ponerlo en duda"
Rudolf Hoess
Fue ahorcado en el antiguo campo de concentración de Auschwitz el 16 de abril de 1947.
Un incidente extraordinario ocurrió con Julius Streicher, cuyo periódico semanal Der Stürmer (El Atacante) alimentó mucho la histeria antisemita entre los alemanes.
Julius Streicher
"Era el más grande antisemita. Lo entrevisté con otro psiquiatra, el mayor Douglas Kelley. Streicher tenía unos papeles que no le quería dar a Kelley o a ninguna persona, porque decía que no quería que cayeran en manos judías. Finalmente me los dio. Yo era alto, rubio y de ojos azules. Él dijo: 'Se los daré al traductor porque sé que es un verdadero ario. Lo sé por la forma en que habla'.
Streicher habló conmigo durante horas porque creía que yo era un 'verdadero ario', saqué mucho más de él de esa forma".
Streicher había publicado su semanario Der Stürmer a partir de 1923 que llegó a ser un medio importante en la propaganda nazi por su vehemente antisemitismo. A diferencia del Völkischer Beobachter (El Observador del Pueblo) órgano oficial del Partido Nacional Socialista que pretendía mostrarse como un órgano serio, el tabloide Der Stürmer publicaba caricaturas groseras antisemitas, y artículos obscenos y pornográficos contra los judíos. Sus caricaturas mostraban judíos codiciosos y avaros, con cuerpos deformes y narices ganchudas, que mataban niños para utilizar su sangre.
El 1 de octubre de 1946 Streicher sería condenado a la pena muerte al considerarse que sus actividades de propaganda antisemita habían contribuido al genocidio. Fue ejecutado en la horca el 16 de octubre de 1946.
La historiadora Helen Fry ha recogido las memorias de Triest en un libro titulado “Dentro de la prisión de Nuremberg”.
Hoy Howard Triest espera que nunca se olvide la historia del Holocausto judío durante el periodo de dominio nazi. "Pero mira al mundo ahora. ─ dice ─ ¿Es más tranquilo? Algunas de las víctimas han cambiado, pero todavía las hay en todo el mundo".
LA CARTA A GEIMLICH DE ADOLFO HITLER
Hitler redactó la carta para Adolf Geimlich, un miembro del Aufklärungskommando (Comando de Inteligencia de la Reichswehr[1]), la oficina de inteligencia militar de Munich, como un intento de respuesta a una cuestión urgente: ¿cuál era la situación de los judíos en Alemania después de la derrota en la Gran Guerra y qué posición al respecto tomaban las fuerzas armadas?
Hitler se sentó en una máquina de escribir del ejército y redactó una suerte de ensayo de cuatro páginas, que fue recibido con beneplácito por sus superiores en el departamento de propaganda.
“Es su primer escrito político contando cuáles eran sus planes para los judíos. Es difícil que exista un documento más relevante para comprender la segunda Guerra Mundial: expone cuáles fueron las razones para llevar adelante esa guerra desde la cabeza misma de quien la impulsó, Adolf Hitler”, señaló a BBC Mundo Marvin Hier, decano del Centro Simon Wiesenthal, que adquirió la carta por US$150.000 y la ha puesto a la vista en el museo angelino.
Allí, el líder nacionalsocialista establece que “el antisemitismo es fácilmente caracterizado como un fenómeno emocional. Pero esto es incorrecto. El antisemitismo como un movimiento político no puede y no debe ser definido por impulsos emocionales sino por el reconocimiento de hechos”.
Esos hechos, dice, son postulados irrefutables, como que “el judaísmo es absolutamente una raza y no una asociación religiosa” o que los judíos responden al estereotipo de “acumuladores de riqueza” como un paso hacia la conquista del mundo a través del dinero.
“Todo hombre va detrás de un objetivo mayor, sea la religión, el socialismo, la democracia. Para los judíos éstos son sólo un medio para un fin, la manera de satisfacer su deseo por el oro y la dominación”, expresó quien sería luego la cabeza del brutal Tercer Reich.
Y agregó después: “el antisemitismo que se alimenta de razones puramente emocionales siempre encontrará su expresión en la forma de pogroms (ataques violentos contra judíos). Pero el antisemitismo
basado en la razón debe llevar al combate y a la suspensión sistemática de los privilegios de los judíos… Su objetivo final, sin embargo, debe ser la eliminación sin compromisos de los judíos como tal”.
La Carta Geimlich comenzó a circular en 1988, casi 70 años después de la fecha registrada por Hitler en el papel.
Por entonces, una empresa que comerciaba documentos históricos en California se acercó al Centro Simon Wiesenthal, pensando que podría interesarle tener la carta en sus archivos.
Pero los expertos de esta asociación por los derechos humanos de los judíos, basada en Los Ángeles desde 1977, la rechazaron de plano. Les resultaba extraño que el entonces joven Hitler hubiera tenido acceso a una máquina de escribir.
“Era un don nadie y para tener una máquina de escribir en esos días había que ser rico”, señaló a BBC Mundo el decano Marvin Hier, quien recordó además que la falsificación de documentos del nazismo era moneda corriente por esos años.
Cuando la fundación la descartó, la carta fue a parar a manos de un coleccionista privado, que desembolsó por ella US$270.000.
Tras la crisis financiera desatada en 2008, el particular se vio obligado a venderla para cubrir deudas y contactó al mismo dealer. Le ofrecieron poco más de la mitad de lo que había pagado dos décadas antes para ponerla de nuevo en el mercado.
Con el documento en mano, el comerciante volvió al Centro Wiesenthal. Entre tanto, con la ayuda de académicos de todo el mundo, Hier había recabado información que le permitía asumir que la carta era auténtica.
“Siempre supimos que la firma era la de Hitler, pero para 2008 ya sabíamos que tenía acceso a una máquina. Hicimos una investigación sobre las máquinas de escribir que existían, que eran pocas, y sobre quiénes eran sus dueños. Y descubrimos que eran de uso frecuente en el ejército alemán, especialmente en el departamento de propaganda donde Hitler trabajada”, detalló el rabino.
Pero, ¿cómo fue que apareció este documento, más de cuatro décadas después de la derrota del nazismo?
Según los registros, la Carta Geimlich fue hallada en 1945 por un efectivo del ejército estadounidense enviado a Europa. En los últimos días del régimen, en las afuera de Núremberg, el soldado Arthur Ziegler se encontró con un archivo de documentos y objetos militares: mientras sus compañeros se llevaban medallas y gorras, él eligió documentos almacenados en cajas.
“Él ya no vive como para confirmar si buscaba o no papeles que tuvieran la firma de Hitler, no podemos saber cómo eligió qué sacar. Pero sí sabemos que se llevó una pila de documentos, los transportó consigo a su casa en Estados Unidos y los olvidó en un closet por años”, relató Marvin Hier a BBC Mundo.
A mediados de los ’80 –según suponen los especialistas-, algún familiar debe haberle sugerido que llevara la carta a un coleccionista de documentos. La vendió a una empresa del estado de Nebraska, que luego la volvió a comercializar y llegó a manos de Profiles in History, una de las principales compañías del rubro en Estados Unidos.
Ellos fueron quienes la ofrecieron reiteradamente al Centro Wiesenthal, según afirmó el rabino Hier.
En 1990, el experto en caligrafía Charles Hamilton verificó la autenticidad de la firma y, desde entonces, expertos alemanes, británicos y estadounidenses han revisado los papeles manchados por el tiempo para concluir que es ciertamente un documento original de 1919, escrito y rubricado por Adolf Hitler.
[1] La Reichswehr (defensa del imperio) fue la organización militar de Alemania desde 1919 hasta 1935, cuando el gobierno nazi la rebautiza como Wehrmacht. Al final de la Primera Guerra Mundial, las fuerzas del Imperio Alemán se habían desintegrado. Muchas tropas se juntaron en el Freikorps (cuerpos libres), una colección de unidades paramilitares de voluntarios que estuvieron implicadas en choques con los revolucionarios espartaquistas entre 1918 y 1923.
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