Leonardo Calvo Cárdenas
LA HABANA, Cuba, 19 de octubre, www.cubanet.org -A fuerza de ser sincero debo decir que no me sorprendí al conocer el testimonio de una trabajadora de la radio de la capital, quien razonablemente prefirió conservar el anonimato, que relató cómo, de buenas a primeras, “de arriba” y sin más explicaciones llegó la orden de no volver a trasmitir la música del cantautor Pablo Milanés a través de las emisoras nacionales, municipales o locales.
Lo llamativo del asunto es que muchos de los que deben ejecutar la orden, como es el caso de la joven testimoniante, desconocen totalmente las razones o causas que avalan tan radical determinación. El caso es que en esta hora de la interdependencia global y el tiempo real, Cuba vive muchas veces de espalda a su propia realidad.
Una parte considerable del pueblo cubano desconoce que en días pasados, a su paso por los Estados Unidos, el renombrado músico cubano volvió a hacer fuertes y meridianas críticas al sistema vigente y las practicas del poder en el país, Pablito llegó incluso a pronunciarse abiertamente contra la violencia desatada sobre pacíficos opositores, en especial las Damas de Blanco, victimas del recurrente diseño de terrorismo de estado.
El famoso cantautor no evadió temas o medios para expresar abiertamente sus criterios y posiciones, lo cual desató la reacción de algunos personajes y voceros castristas que desde ambas orillas atacaron los pronunciamientos del genial músico. Particularmente álgida fue la polémica establecida con ese dechado de frustraciones y resentimientos que responde al nombre de Edmundo García, un comunicador que pertenece a esa pequeña fauna de inadaptados que viven de defender, sin un asomo de crítica, a un sistema en el que les fue imposible vivir y utilizan mezquinamente los espacios y mecanismos de la democracia para justificar y respaldar un poder que hace mucho tiempo envió a las mazmorras de la intolerancia a esa libertad de que ellos disfrutan.
Esa es precisamente la diferencia esencial entre la transparente honestidad de Pablo Milanés y la acomodaticia amoralidad de estos malos cubanos que convalidan y respaldan los traumas y penurias que se abstienen de compartir. Por suerte el castrismo desde el exilio es solo el refugio de una docena de fracasados que son tan dignos de lástima como de desprecio.
Por su parte Pablito, que siempre regresa a Cuba, no se esconde para admitir los valores que todavía reconoce al sistema o para afirmar que aunque en algo no concuerde con las Damas de Blanco rechaza abiertamente el degradante atropello de sus manifestaciones pacíficas.
El gobierno cubano, que se abstuvo de hacer públicas al interior del país las declaraciones del cantautor y sus contradictores, ahora responde con su viejo recurso de la censura para castigar a un artista que ha llevado la imagen de la cultura y la revolución a los más encumbrados escenarios del planeta.
Hoy que con frecuencia escuchamos que Cuba y su gobierno apuntan al cambio y la apertura, hoy que se habla de la intolerancia cultural de las décadas de los sesenta y setenta como algo del pasado, esta reacción contra un artista de la dimensión y el renombre de Pablo Milanés constituye la inequívoca demostración de la incapacidad de las autoridades cubanas para marchar al ritmo de los tiempos y convivir con la diversidad y el pluralismo natural que caracterizan cualquier sociedad moderna.
Con esta censura silenciosa aplicada al renombrado músico los gobernantes cubanos dejan claro que no están preparados para el debate y si para ensayar nuevas formas de terrorismo de estado, puesto que todos los artistas de la isla, cada vez más inquietos e incómodos, al ver arder las altas bardas de su vecino Milanés, pueden poner las suyas en remojo y seguir escondiendo criterios y sentimientos.
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