Jorge Ramos. EL NUEVO HERALD
Están enojados y frustrados. Con todo: con el desempleo, por las casas que perdieron, porque ya no pueden pagar la escuela, por los ricos muy ricos, por los pobres muy pobres y, sobre todo, porque tienen esa pesada sensación de que el sistema está en su contra y que las cosas no van a mejorar a corto plazo.
Conocí a varios “indignados” en Madrid antes que los desalojaran del centro de la ciudad. Sus quejas eran muy parecidas a las de los grupos que llevan más de un mes protestando en varias ciudades norteamericanas y cuyo movimiento “Ocupa Wall Street” comenzó en Nueva York. Pero el problema es que mucha gente no sabe exactamente qué es lo que quieren. Y a veces da la impresión de que ellos tampoco lo saben.
Sabemos qué es lo que no quieren de Estados Unidos. No quieren que el uno por ciento de la población gane más dinero que el otro 99 por ciento. Están hartos de un endeudado sistema político que se pasa el poder de un partido a otro y que ya no puede crear empleos ni proteger a los más débiles. Se quejan de la mala calidad de las escuelas públicas y del trato humillante a los inmigrantes. No comprenden qué hacen todavía miles de soldados norteamericanos en Irak y Afganistán.
Se quejan de bancos y empresarios que no han tomado responsabilidad por la pérdida de millones de casas y apartamentos. Denuncian al complejo financiero de Wall Street por enriquecer a sus socios y ejecutivos con ayuda del gobierno mientras la mayoría de los inversionistas pierden sus ahorros. Se quejan, en pocas palabras, de la injusticia y desigualdad en la nación más rica del planeta.
El problema está en que no saben exactamente qué es lo que quieren. No tienen una lista de cambios específicos. No hay un líder que hable por todos. No hay coordinación entre los grupos, por ejemplo, de Phoenix, Chicago y Miami. Y los motivos de sus protestas –gobierno, bancos, empresarios, partidos políticos, organismos internacionales, sistema financiero…– no van a desaparecer.
Esa es la debilidad de este movimiento: no hay líderes ni propuestas concretas. Sin embargo, vive y es muy útil. Una cosa es que los periodistas critiquemos y denunciemos a los poderosos y otra muy distinta es cuando surge un vibrante movimiento alternativo de la misma gente que está harta de la manera en que vive.
Hay quienes creen que las protestas se irán con el frío del invierno. No habrá manifestantes que estén dispuestos a acampar bajo cero y con la nieve en los parques del downtown de Chicago o Manhattan. Pero los problemas que denuncian no terminan en una o dos temporadas.
Hay la creciente sospecha de que la promesa social que definió a Estados Unidos durante más de 200 años –que cualquiera que aquí trabaje mucho tendrá éxito económico– está desvaneciéndose. Hay cada vez más ejemplos de ciudadanos norteamericanos y de inmigrantes que han trabajado frenéticamente toda su vida laboral y que siguen hundidos en la pobreza y la desesperanza. Eso es nuevo.
Y también cada vez hay más ejemplos de ejecutivos financieros y banqueros multimillonarios que se han enriquecido especulando con papeles y a costa de compradores e inversionistas desinformados. Es de esta doble injusticia –la del pobre que trabaja y no mejora, y la del rico que abusa del sistema– de donde surge el movimiento de los “indignados” y que, para mí, son sencillamente enojados y frustrados.
El enojo es perfectamente entendible: perdieron empleo, casa y esperanza de salir adelante. Pero es la frustración lo verdaderamente preocupante. No hay soluciones a corto plazo y las cosas no van a mejorar con la próxima elección del 2012. Hay problemas estructurales tan graves que estamos hablando de muchos años de duros ajustes.
Estamos a nivel planetario en uno de esos momentos en que lo viejo no ha muerto y lo nuevo está a punto de surgir. Y debido a la globalización, a las nuevas comunicaciones y a las redes sociales, todo es local. Las protestas en Londres, Atenas y El Cairo se sienten como si estuvieran afuera de nuestras casas.
Estamos –casi todos– enojados y frustrados. El problema es que no sabemos qué hacer con ese enojo y esa frustración.
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