Jorge Olivera Castillo
LA HABANA, Cuba, octubre, www.cubanet.org -La cárcel de Guantánamo se mantiene congelada en el tiempo. Lo sé por un breve reporte noticioso publicado en Cubanet, el 7 de octubre último.
No hay variación alguna. La fiesta del pavor sigue vigente en cada tramo de esa prisión que alberga a cientos de prisioneros.
Es muy posible que en el instante que se lea este comentario, algún reo esté cortándose las venas del antebrazo, inyectándose excremento debajo de la piel o con el abdomen abierto, después de pasarse la hoja afilada de un cuchillo confeccionado con un pedazo de hierro extraído de una de las literas de tres niveles.
Es fácil presumir las ocurrencias de esos actos suicidas. El valor para mutilarse crece en la medida que se reproducen los demonios del hambre, el hacinamiento, la falta de la debida atención médica, entre otros factores que desvalorizan la condición humana.
No hay sobredimensionamientos en la nota informativa firmada por la periodista Ana Aguililla. Las especificaciones del reo Walfrido Rodríguez Piloto, pasan por encima de cualquier duda.
Es cierto que el agua que sale de los grifos, hospeda un sinnúmero de parásitos y bacterias. De un río cercano, llega espesa y turbia para impedir un baño mínimamente digno.
La sed hace olvidar la tonalidad que anuncia una sucesión de eventos que van desde el insomnio a causa de los terribles dolores abdominales hasta el ingreso en la enfermería por una avanzada deshidratación.
Unos beben con frenesí, otros hacen una mueca de asco, sin pensar mucho en la añadidura de otros infortunios a su precaria existencia en ese mundo de rejas y candados.
El hecho de que no se citen otras adversidades en la noticia, no quiere decir que la vida dentro del Combinado Provincial de Guantánamo sea menos traumática que hace un tiempo atrás.
Basta con saber que las características del agua son las mismas y que prosiguen los intentos de suicidios como métodos para poner fin a un ciclo interminable de vicisitudes.
Walfrido Rodríguez Piloto, reside en Ciudad Habana y fue sancionado, en junio de este año, por lanzar panfletos con consignas antigubernamentales en la céntrica Plaza de la Revolución junto a dos personas más, también privadas de libertad.
A él le ha tocado un castigo adicional al ser enviado a una prisión situada a más de 900 kilómetros de su casa.
En su estancia será espectador de otras tragedias que quedarán grabadas, para siempre, en su memoria.
Ojalá no sean más catastróficas que las que a menudo transitan por mis recuerdos. Más de un año estuve en cubículos y calabozos de esa parcela del infierno.
No lancé volantes en la vía pública, simplemente me decidí a ejercer el periodismo sin hacer concesiones al poder. Por despojarme de la máscara y decir mi verdad, me trataron como un criminal de la peor ralea.
En esa prisión se extinguió parte de mi vida, pero sobreviví para contar los pormenores de un destino marcado por el espanto.
Espero que Walfrido tenga la misma suerte.
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