domingo, 23 de octubre de 2011

Un artículo de Emilio Palacio. ¿USTED CONFIARÍA EN ESTE HOMBRE?

Emilio Palacio
Ban Ki Moon, Secretario General de la ONU

DÍAS ATRÁS, RAFAEL CORREA ANUNCIÓ QUE SOLICITARÁ A BAN KI MOON, secretario general de la ONU, que conforme una comisión para investigar los trágicos acontecimientos del 30 de septiembre del 2011.
¿Podemos confiar en que Ban destapará los secretos de ese día, que este gobierno mantiene bien ocultos, sin importar lo que encuentre?
Mi respuesta es un no rotundo. En Ban Ki Moon no hay cómo confiar.
Ban Ki Moon y Rafael Correa saludan a los votantes. Foto Efe
Mi principal argumento es que Ban ya se pronunció sobre el 30 de septiembre.
En febrero de este año, habiéndose ya iniciado en los hechos la campaña por la consulta popular de mayo, visitó nuestro país para respaldar abiertamente la tesis de que el 30-S hubo un intento de golpe de Estado.
Para que no queden dudas de su afinidad con Correa, se asomaron juntos al balcón del Palacio de Carondelet y saludaron a los votantes. Luego repitió ante las cámaras el discurso oficial letra por letra.
En agradecimiento, Correa dio la orden de que el Ecuador vote por Ban el 21 de junio, cuando la Asamblea General de la ONU lo reeligió por unanimidad para un segundo período de cinco años.
Ban se lleva muy bien, además, con los amigos de Correa. En marzo visitó la Argentina para que Cristina Kirchner apoye su reelección. A cambio, le dedicó a la presidenta peronista sus mejores piropos, dijo que era una gran líder, una valiente defensora de los derechos humanos y un ejemplo para las mujeres del mundo.

PERO HAY MÁS. CUANDO BAN LLEGÓ A LA ONU, su predecesor, Kofi Annan, había alcanzado un protagonismo que incomodaba a George Bush, cuya política exterior había consistido hasta ese momento en un intento de recuperar para Estados Unidos las atribuciones del gran policía de todos los conflictos del planeta, comenzando naturalmente por Afganistán e Irak.
Más tarde, Barak Obama cambiaría esa política, pero en el 2007, cuando Ban fue elegido secretario general, era la figura ideal para ese propósito, callado, sin iniciativas, temeroso de los desacuerdos.
Los europeos no lo querían precisamente por ese motivo. Creían, y siguen creyendo, que el mundo se está desordenando demasiado, y que se necesita un liderazgo internacional muy fuerte que esté por encima de las grandes potencias (todas muy debilitadas y con grandes discrepancias entre sí) para dar respuestas oportunas a la multitud de guerras, crisis y revoluciones que estallan por todas partes. Es decir, el estilo opuesto al de Ban.
Rusia y China, que necesitan con desesperación incrementar su influencia directa en el mundo, tampoco querían una ONU con demasiada presencia.
Y como Estados Unidos, China y Rusia pesan más que toda Europa junta, la ONU eligió a Ban.
Hasta el 2010, el diplomático surcoreano cumplió muy bien ese papel. Era "el hombre invisible", como lo llamó el prestigioso periodista John Carlin. Ni las guerras genocidas en África, ni las revueltas en la frontera rusa, ni la persecución a los disidentes en China, ni siquiera la crisis del clima mundial, daban la impresión de conmoverlo.
La ONU, bajo su liderazgo, parecía haber desaparecido del mapa.

ENTONCES COMENZÓ LA GRAN REVOLUCIÓN ÁRABE y Estados Unidos, que había cambiado de presidente, dio un giro en su política exterior y exigió que la ONU adquiriese preponderancia.
Rusia y China rechinaron los dientes. No querían ninguna intervención, y menos aún a cargo de la ONU. Sus relaciones con las dictaduras y monarquías árabes durante muchos años han sido excelentes. Europa, en cambio, aplaudió entusiasmada. El acuerdo de las grandes potencias de mantener intocado el statu quo, parecía resquebrajarse.
Para complicar el panorama aún más, Brasil hizo escuchar su voz.
A Brasil no le interesa que Estados Unidos fortalezca su influencia en el mundo árabe. En este punto, al menos, coincide con Rusia y China. Preferiría ver a los líderes de la Casa Blanca un poco más acorralados. De ese modo sus planes de convertirse en el nuevo líder de América Latina se verán favorecidos. En octubre del año pasado, Brasil tuvo ya su primer encontronazo con el departamento de Estado, cuando Hillary Clinton acusó a Lula más o menos de jugar sucio en Irán.
La primera prueba fue Libia. Estados Unidos y Europa pidieron que la ONU autorice enviar aviones para respaldar a los rebeldes contra Muamar el Gadafi. Rusia y China se opusieron. Brasil también.
El delicado equilibrio en el que se había movido hasta ese momento Ban, parecía quedar atrás. Dio la impresión por un momento que no le quedaría otra opción que escoger por el bando de Estados Unidos. Por vocación, eso es lo que se esperaba. La primera vez que Ban supo del mundo occidental fue, cuando pequeñito, en un pueblito alejado de Corea del Sur, recibió chocolates y ropa de manos de los soldados norteamericanos que habían ido a combatir en la guerra entre las dos Coreas. Quedó deslumbrado. Ya mayor, estudió en Estados Unidos.
Pero aunque las sesiones del Consejo de Seguridad se volvieron tensas y cada bando amenazaba con su poder de veto, Ban siguió haciendo lo imposible por conciliar.
Vinieron en su rescate, para sorpresa de muchos, los países árabes, que inesperadamente dieron el visto bueno para que la ONU se deshaga de Gadafi. Sus gobiernos sabían mejor que nadie qué clase de demente era el dictador libio.
Rusia, China y Brasil, entonces, no tuvieron otra opción que dejar hacer. No veían con buenos ojos que la comunidad internacional envíe aviones a Libia, pero tampoco querían contradecir a los árabes. El pragmatismo ha sido siempre la principal característica de la política exterior de las grandes potencias.
Ban estaba salvado. No tendría que tomar partido. Podía seguir conciliando.

LOS ÚNICOS QUE CONTINUARON CON EL PATALEO fueron, como era de esperarse, Fidel Castro, Hugo Chávez, Rafael Correa y demás. El 26 de agosto, mientras los aviones de la Otán bombardeaban Libia, Kintto Lucas, nuestro vicecanciller, declaró que "el todopoderoso consejo de seguridad de la ONU es una dictadura".
Un poco antes, Ricardo Patiño había apuntado con la misma escopeta en la misma dirección. Dijo que "la ONU abandonó su misión de preservar la paz mundial solapando invasiones como la de Libia, por lo que urge transformarla".
Nadie les hizo caso por supuesto. La ONU continuó los bombardeos a las fuerzas leales a Gadafi.
Mientras tanto, la revolución árabe se seguía extendiendo. El 16 de marzo Ricardo Patiño llegó a Siria y se reunió con dictador Bashar Al-Asad.
Justo el día anterior, 15 de marzo, "día de la ira", estallaron las primeras manifestaciones de protesta en ese país. Patiño al parecer ni se enteró, porque horas antes de partir firmó un acuerdo para que estudiantes ecuatorianos vayan a estudiar a un país donde, hasta el momento, han muerto al menos 2.700 personas como producto de enfrentamientos callejeros.
Pero en esta ocasión, los países árabes dejaron muy en claro que no apoyarían ninguna intervención. Libia es Libia, y Siria es Siria. Gadafi era un demente, pero Bashar Al-Asad es un hábil estratega que sabe hacer alianzas. Así que Rusia, China y Brasil, anunciaron que vetarían cualquier intervención.
El 4 de octubre, Francia, Reino Unido, Alemania y Portugal, en colaboración con Estados Unidos, presentaron ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas una propuesta para condenar el uso de la fuerza contra la población civil en Siria. Brasil se abstuvo. Rusia y China votaron en contra. La ONU se volvió a paralizar. Ban, con su estilo de no confrontar con nadie, no ayudó a impedir ese fracaso.
Todo lo contrario, le dejó muy en claro a Rusia, China y Brasil que, aunque simpatiza con Estados Unidos, simpatiza más con su cargo. Esa política conciliadora se expresa también en su relación con los países pequeños. Cada voto cuenta, parece ser su lema. Un mes después de que Patiño y Lucas lo llamasen "dictador" y "solapado", acompañó a Rafael Correa en un saloncito de la ONU en Nueva York para que exponga ante un auditorio limitadísimo la propuesta de salvar el parque Yasuní[1].
No ha habido secretario general de la ONU con menos dignidad.
¿Usted confiaría en un hombre así? De ningún modo, contesto yo.


[1] El Parque Nacional Yasuní es un parque nacional ecuatoriano que se extiende sobre un área de 9820 kilómetros cuadrados en las provincias de Pastaza, de Napo y Orellana entre el río Napo y el río Curaray en plena cuenca amazónica a unos 250 kilómetros al sureste de Quito. El parque, fundamentalmente selvático, fue designado por la Unesco en 1989 como una reserva de la biosfera y es parte del territorio donde se encuentra ubicado el pueblo Huaorani. Dos facciones huao, los tagaeri y taromenane, son grupos. (Wikipedia)

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