Mario J. Viera
“La
sociedad de los hombres: es un experimento, así lo enseño yo, una prolongada
búsqueda:
¡y busca al
hombre de mando!”
Friedrich
Nietzsche. Así habló Zaratustra
Los
grandes dictadores, que la historia recoge sus hazañas, pensaban en grande,
pero en la grandeza de ellos mismos como antípoda de su debilidad. Los grades
dictadores, los “hombres fuertes” desde Alejandro hasta Fidel Castro, en su
grandeza ocultan una mácula de debilidad que les perseguía desde la niñez, su
baja autoestima. Alejandro que sentía el desprecio de su padre; César,
humillado por su inferior fortuna con respecto al patriciado y el transcurrir
su juventud en las estrecheces del barrio la Subura; Napoleón por su baja
estatura; Hitler que sufrió la condición de bastardo de su padre, un simple y
humilde agente de Aduana, quien, además, le azotaba con crueldad. La grandeza
del hombre fuerte es que para superar su psíquica condición de inferioridad se
impone a sí mismo correr en pos de la figura idealizada de la grandeza. Con su
fuerza esconde su debilidad, y se alza, con la carga de sentirse débil, y se
convierte en líder y caudillo despiadado.
No
todos los hombres fuertes fueron o son dictadores; se les pueden encontrar en
todas las esferas sociales, potentados poderosos, militares de grandes rangos y
políticos. Lo que a todos les iguala son sus grandes ambiciones de colocarse
por encima del hombre medio, del mediocre; por encima del conglomerado humano
al que Nietzsche calificaba de chusma y populacho. Ponen todas sus energías en
pos del poder o de la riqueza, que es otra forma de poder, o de ambos. Líderes
natos y sin ningún escrúpulo por los medios que empleen para alcanzar sus
fines. Ellos son la encarnación del Superhombre que Friedrich Nietzsche
avizoraba en sus obras, Así habló
Zaratustra y Ecce Homo. Son los
que declaman el verso nietzscheano, “¡Pues
yo te amo, oh eternidad!”, los soñadores de la inmortalidad; el sueño
milenario de Adolfo Hitler para el Tercer Reich, eco del Zaratustra de
Nietzsche: “Nuestro gran Hazar, es decir,
nuestro grande y remoto reino del hombre, el reino de Zaratustra de los mil
años”.
¡Cuidado
con el “hombre fuerte”! El que habla fuerte, energético, que ataca y contra
ataca para demoler al adversario, que no se inhibe en “patear el culo” a sus oponentes, que no se cuida del empleo de las
palabras y las declaraciones groseras, y que se presenta, se impone como hombre
de mando. Tiene la confianza propia en sus pensamientos, nadie tiene a su
juicio la lucidez con que expone sus ideas. Lo que él condene debe ser por
todos condenados, y mejor si la condena comporta sanciones y descréditos, como
aquel senador que en los años de la década de los 50 desde la preminencia de su
Comité de Actividades Antiamericanas persiguió y condenó a todo aquel que
creyera fuera comunista desatando una cacería de brujas, contra socialistas,
nihilistas y librepensadores.
Para
el “hombre fuerte”, el de Nietzsche, todo lo que es débil es reprobable,
considerando como debilidad la antítesis de la fuerza que emana de su persona.
“¿Qué es lo bueno?” ─ se pregunta
Nietzsche en El Anticristo, y
responde ─ “Todo lo que eleva en el
hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo”, ya
esta idea la había expresado en su Zaratustra: “El que no puede mandarse a sí mismo debe obedecer”. Solo con la
riqueza, con el puesto de poder, el “hombre fuerte” deja de ser persona
obediente para ser el que manda. La riqueza como medio, como presupuesto para
imponer la voluntad: “Cuando se es lo
bastante rico para permitírselo ─ afirma Nietzsche en Ecce Homo ─, constituye
incluso una felicidad el no estar en lo justo”.
Más
que las propuestas de Maquiavelo lo que rige y conduce la conducta del “hombre
fuerte” son las tesis de Friedrich Nietzsche; porque el ideal de ese portento
de fuerza y de violencia que asume el fuerte es superar su condición de hombre,
porque “el hombre es un puente y no una
meta”, la meta es alcanzar la condición de superhombre que consagra y
bendice la ambición de dominio. El superhombre no es simplemente un hombre
fuerte que se conforma solo con el poder; el superhombre por medio del poder
impone el dominio: “Ambición de dominio:
el terremoto que rompe y destruye todo lo putrefacto y carcomido; algo que,
avanzando como una avalancha retumbante y castigadora, hace pedazos los
sepulcros blanqueados; la interrogación fulminante puesta junto a respuestas
prematuras. (…) Ambición de dominio:
la terrible maestra del gran desprecio, que predica a la cara de ciudades y de
imperios «¡fuera tú!» - hasta que de ellos mismos sale este grito «¡fuera yo!»”.
El gran desprecio sobre los débiles, sobre los que están condenados a ser
simple muchedumbre, chusma y populacho; el gran desprecio que eleva al
superhombre sobre aquellos de condición inferior; es el «You’re fired!» que pronuncia Donald Trump en su reality show “The Apprentice”.
Con
seguridad puedo afirmar que Fidel Castro estudió a profundidad El Príncipe de Maquiavelo y aplicó sus
propuestas en todos sus actos políticos, pero, y aunque no pueda probarlo, me
atrevería a asegurar que no bebió de la fuente nietzscheana. Castro es el nuevo
príncipe que aplica retorcidos procedimientos para alcanzar y mantener su
poder. ¿Qué decir del aspirante a la presidencia de los Estados Unidos, Donald
Trump?
Me
atrevo a afirmar que el magnate en bienes raíces, constructor de colosales
edificios, Donald Trump, jamás leyó una sola página de El Príncipe de Maquiavelo, que al final de cuentas, nada aporta a
un inversionista en bienes raíces, pero, aunque no pueda probarlo y pueda del
todo ser descabellado creer que un hombre, cuyo nivel intelectual no es muy
prominente como el que caracteriza a Donald Trump, haya leído a Friedrich
Nietzsche y estudiado su obra es quizá una osadía. Sin embargo, si para Fidel
Castro Maquiavelo es un modelo, para Trump todo parece indicar que Nietzsche
sea su mentor.
Y
dice Nietzsche en Ecce Homo: “Me parece así mismo que la palabra más
grosera, la carta más grosera son mejores, son más educadas que el silencio”;
y clama Trump: “No tengo tiempo para lo
políticamente correcto”. No, él no se mide, no importa la palabra más
grosera, la que hiere en lo profundo y dice de su competidora del mismo
partido, Carly Fiorina: "¡Mira esa
cara! ¿Acaso alguien votaría por eso? ¿Se imaginan que ese sea el rostro de
nuestro próximo presidente?" Él es el superhombre y se puede permitir
hacer agravios porque, como dice Nietzsche en Así habló Zaratustra: “¿Qué
es el mono para el hombre? Una irrisión o una vergüenza dolorosa. Y justo eso
es lo que el hombre debe ser para el superhombre: una irrisión o una vergüenza dolorosa”.
Ni hombres como el senador John McCain se escapan de su desprecio, que en
misión de vuelo sobre Hanói su avión es derribado y al saltar cae con sus pies
fracturados en un lago donde es capturado y llevado a prisión: “No es un héroe de guerra. Solo es un héroe
de guerra porque fue capturado. Prefiero a los que no han sido capturados”;
McCain es solo una irrisión para el sarcástico Trump que no combatió en Vietnam
ni en ninguna otra guerra, que libró de ingresar al Servicio Militar, primero
con posposiciones como estudiante y luego por ¡los espolones de sus pies! Y
ataca a Jeb Busch quien para él es hombre de “baja energía”. Ataca a los
políticos y a los líderes del país, para él son “una irrisión o una vergüenza
dolorosa”. Así dice: “Nuestros políticos
son maniquíes”, y califica: “Nuestros
líderes son incompetentes. Son unos niños”. Ataca a Barack Obama, pero en
su ataque ofende a la mayoría que votó por él para su reelección: “No sé cómo somos tan estúpidos y tenemos a
un presidente como Barack Obama”. Solo él es el supremo, el hombre fuerte,
el superhombre.
Cuando
en una ocasión le preguntaron a Trump cuáles eran sus personajes favoritos en
la historia de Estados Unidos, no mencionó a Washington ni a Jefferson y ni
siquiera le pasó por la mente Lincoln, tampoco mencionó, él, que según sus
convencidos seguidores es un experto en economía, a Milton Friedman el profesor
de Chicago, premio Nobel y padre de lo que sería conocido en economía como el
neoliberalismo ─ Aunque en esto hay que excusarle ya que en economía, o más
bien en economía aplicada al real estate,
el solo alcanzó el título de Bachelor of
Science ─. Sin dudarlo, sin ninguna vacilación mencionó como sus personajes
favoritos a Douglas MacArthur y George S. Patton el general “Sangre y Agallas”,
por cierto, este último con un carácter muy parecido al propio de Trump su
volatilidad y falta de tacto en las relaciones interpersonales y que alimentaba
su ego buscando permanentemente el reconocimiento personal. Ambos personajes
que no cuadraban dentro del marco de lo que es “una irrisión o una vergüenza dolorosa”.
Trump
es belicoso, siempre atacando, siempre “pateando culos”, ¿no es esta
característica suya la reafirmación de lo expresado por Nietzsche?: “Por naturaleza soy belicoso. Atacar forma parte
de mis instintos. Poder ser enemigo presupone tal vez una naturaleza fuerte; en
cualquier caso, es lo que ocurre en toda naturaleza fuerte”. Y Trump saluda
a los “hombres fuertes” como lo es Vladimir Putin y lo fueron Sadam Hussein y
Muamar Gadafi, dice Trump refiriéndose a Irak y Libia: “A la gente le están cortando la cabeza. Están siendo ahogados. Ahora es
mucho peor que jamás bajo Saddam Hussein o Gaddafi (…) esos países estarían menos fracturados si los dos dictadores estuvieran
en el poder”. Y alaba a Putin al que considera “un hombre tan respetado dentro de su país y más allá” y dice de él:
“Es una persona más agradable que yo"
o se expresa en estos términos: “Somos
muy diferentes, pero nos llevaríamos muy bien juntos. Él se siente bien cerca
de mí. Yo me siento francamente bien con él. Creo que podemos hacer cosas con
Rusia que están a nuestro favor. Como un beneficio mutuo”. Son las
“naturalezas fuertes” las que reciben amables comentarios de Donald Trump, y
dice de Kim Jong-un: “Uno mira a Corea
del Norte y ve a este señor, que es un maníaco, pero también hay que darle
crédito: cuándo un joven, porque tenía 25 o 26 años cuando murió su padre, se
impuso a un grupo de generales tan duros. Es bastante impresionante cuando se
analiza. ¿Cómo lo logro? Se hizo cargo, es el jefe. Eliminó a su tío, eliminó a
este, al otro. Es increíble. Este hombre no juega a nada y no podemos jugar con
él”.
Cuesta
trabajo discrepar con sus arremetidas contra el Estado Islámico (ISIS): “Sin mirar a los diferentes datos de las
encuestas, es obvio para cualquiera que este odio va más allá de lo
comprensible. De dónde viene ese odio y por qué es algo que tenemos que
determinar. Hasta que logremos determinar y comprender este problema y la
peligrosa amenaza que plantea, nuestro país no puede ser víctima de horrendos
ataques de gente que solo cree en la yihad y que no tiene ningún sentido de la
razón o respeto por la vida humana”.
Y
Zaratustra, en la obra de Nietzsche, dice: “¿Vosotros
decís que la buena causa es la que santifica incluso la guerra? Yo os digo: la
buena guerra es la que santifica toda causa (…) La guerra y el valor han hecho más cosas grandes que el amor al
prójimo. No vuestra compasión, sino vuestra valentía es la que ha salvado hasta
ahora a quienes se hallaban en peligro”.
Y
habla Zaratustra: “¡Tan extraños sois a
lo grande en vuestra alma que el superhombre os resultará temible en su bondad!”
Y habla Trump: “Dicen que tengo a la
gente más leal, ¿han visto? Podría pararme en la Quinta Avenida y disparar a
alguien y no perdería ningún votante. Es increíble”.
Generalmente
los hombres fuertes en el poder tienen procedencia, aunque otros provienen de
la oligarquía agraria. Trump es una excepción, no es ni ha sido militar, y tampoco
es un oligarca, es simplemente un afortunado hombre de negocios. Los hombres
fuertes en el poder tienen como común denominador, aparte de su principal
característica que es el ansia de poder, su ignorancia de eso que Carlyle
denominara “ciencia lúgubre”, la Economía, con la única excepción hecha de
Rafael Correa y de Augusto Pinochet que supo buscar hábiles asesores económicos,
los Chicago Boys.
No
importa si “el hombre fuerte” se llame Donald Trump, Vladimir Putin, Fidel
Castro, Leónidas Trujillo, Hugo Chávez, Augusto Pinochet o Rafael Correa, todos
tienen en común el narcisismo; la fantasía de lo grandioso (el Übermensch), la
carencia de empatía (Trump no se conmueve ante la masacre de Orlando, le sirve
para justificar su política anti musulmana) y el oculto sentimiento de
inferioridad que les impulsa a buscar obsesivamente la admiración y el
reconocimiento de los demás, seduciendo y manipulando con el propósito de
controlar para ascender en posiciones dentro del medio donde se mueven. El
narcisista no antagoniza, el polariza; su opinión es la única valedera, no
reconoce matices atrincherándose en aquello que él cree la única verdad, la
suya.
Cuidado
con aquél que conjuga siempre su retórica en primera persona: “Yo os salvaré”; “Yo
traeré empleos para todos”; “Yo haré el país grande de nuevo”; “Yo os les
advertí…”; “Yo soy el más honesto” … Y ese yoismo es una rememoración de aquel
de los monarcas absolutistas: “Yo el Rey”. Cuidado con los “hombres fuertes” en
el poder… ¡Siempre han sido un fracaso social!
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