viernes, 17 de junio de 2016

¡Cuidado con los “hombres fuertes” en el Poder!


Mario J. Viera

“La sociedad de los hombres: es un experimento, así lo enseño yo, una prolongada búsqueda:
¡y busca al hombre de mando!”
Friedrich Nietzsche. Así habló Zaratustra


Los grandes dictadores, que la historia recoge sus hazañas, pensaban en grande, pero en la grandeza de ellos mismos como antípoda de su debilidad. Los grades dictadores, los “hombres fuertes” desde Alejandro hasta Fidel Castro, en su grandeza ocultan una mácula de debilidad que les perseguía desde la niñez, su baja autoestima. Alejandro que sentía el desprecio de su padre; César, humillado por su inferior fortuna con respecto al patriciado y el transcurrir su juventud en las estrecheces del barrio la Subura; Napoleón por su baja estatura; Hitler que sufrió la condición de bastardo de su padre, un simple y humilde agente de Aduana, quien, además, le azotaba con crueldad. La grandeza del hombre fuerte es que para superar su psíquica condición de inferioridad se impone a sí mismo correr en pos de la figura idealizada de la grandeza. Con su fuerza esconde su debilidad, y se alza, con la carga de sentirse débil, y se convierte en líder y caudillo despiadado.

No todos los hombres fuertes fueron o son dictadores; se les pueden encontrar en todas las esferas sociales, potentados poderosos, militares de grandes rangos y políticos. Lo que a todos les iguala son sus grandes ambiciones de colocarse por encima del hombre medio, del mediocre; por encima del conglomerado humano al que Nietzsche calificaba de chusma y populacho. Ponen todas sus energías en pos del poder o de la riqueza, que es otra forma de poder, o de ambos. Líderes natos y sin ningún escrúpulo por los medios que empleen para alcanzar sus fines. Ellos son la encarnación del Superhombre que Friedrich Nietzsche avizoraba en sus obras, Así habló Zaratustra y Ecce Homo. Son los que declaman el verso nietzscheano, “¡Pues yo te amo, oh eternidad!”, los soñadores de la inmortalidad; el sueño milenario de Adolfo Hitler para el Tercer Reich, eco del Zaratustra de Nietzsche: “Nuestro gran Hazar, es decir, nuestro grande y remoto reino del hombre, el reino de Zaratustra de los mil años”.

¡Cuidado con el “hombre fuerte”! El que habla fuerte, energético, que ataca y contra ataca para demoler al adversario, que no se inhibe en “patear el culo” a sus oponentes, que no se cuida del empleo de las palabras y las declaraciones groseras, y que se presenta, se impone como hombre de mando. Tiene la confianza propia en sus pensamientos, nadie tiene a su juicio la lucidez con que expone sus ideas. Lo que él condene debe ser por todos condenados, y mejor si la condena comporta sanciones y descréditos, como aquel senador que en los años de la década de los 50 desde la preminencia de su Comité de Actividades Antiamericanas persiguió y condenó a todo aquel que creyera fuera comunista desatando una cacería de brujas, contra socialistas, nihilistas y librepensadores.

Para el “hombre fuerte”, el de Nietzsche, todo lo que es débil es reprobable, considerando como debilidad la antítesis de la fuerza que emana de su persona. “¿Qué es lo bueno?” ─ se pregunta Nietzsche en El Anticristo, y responde ─ “Todo lo que eleva en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo”, ya esta idea la había expresado en su Zaratustra: “El que no puede mandarse a sí mismo debe obedecer”. Solo con la riqueza, con el puesto de poder, el “hombre fuerte” deja de ser persona obediente para ser el que manda. La riqueza como medio, como presupuesto para imponer la voluntad: “Cuando se es lo bastante rico para permitírselo ─ afirma Nietzsche en Ecce Homo ─, constituye incluso una felicidad el no estar en lo justo”.

Más que las propuestas de Maquiavelo lo que rige y conduce la conducta del “hombre fuerte” son las tesis de Friedrich Nietzsche; porque el ideal de ese portento de fuerza y de violencia que asume el fuerte es superar su condición de hombre, porque “el hombre es un puente y no una meta”, la meta es alcanzar la condición de superhombre que consagra y bendice la ambición de dominio. El superhombre no es simplemente un hombre fuerte que se conforma solo con el poder; el superhombre por medio del poder impone el dominio: “Ambición de dominio: el terremoto que rompe y destruye todo lo putrefacto y carcomido; algo que, avanzando como una avalancha retumbante y castigadora, hace pedazos los sepulcros blanqueados; la interrogación fulminante puesta junto a respuestas prematuras. (…) Ambición de dominio: la terrible maestra del gran desprecio, que predica a la cara de ciudades y de imperios «¡fuera tú!» - hasta que de ellos mismos sale este grito «¡fuera yo!»”. El gran desprecio sobre los débiles, sobre los que están condenados a ser simple muchedumbre, chusma y populacho; el gran desprecio que eleva al superhombre sobre aquellos de condición inferior; es el «You’re fired!» que pronuncia Donald Trump en su reality show “The Apprentice”.

Con seguridad puedo afirmar que Fidel Castro estudió a profundidad El Príncipe de Maquiavelo y aplicó sus propuestas en todos sus actos políticos, pero, y aunque no pueda probarlo, me atrevería a asegurar que no bebió de la fuente nietzscheana. Castro es el nuevo príncipe que aplica retorcidos procedimientos para alcanzar y mantener su poder. ¿Qué decir del aspirante a la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump?

Me atrevo a afirmar que el magnate en bienes raíces, constructor de colosales edificios, Donald Trump, jamás leyó una sola página de El Príncipe de Maquiavelo, que al final de cuentas, nada aporta a un inversionista en bienes raíces, pero, aunque no pueda probarlo y pueda del todo ser descabellado creer que un hombre, cuyo nivel intelectual no es muy prominente como el que caracteriza a Donald Trump, haya leído a Friedrich Nietzsche y estudiado su obra es quizá una osadía. Sin embargo, si para Fidel Castro Maquiavelo es un modelo, para Trump todo parece indicar que Nietzsche sea su mentor.

Y dice Nietzsche en Ecce Homo: “Me parece así mismo que la palabra más grosera, la carta más grosera son mejores, son más educadas que el silencio”; y clama Trump: “No tengo tiempo para lo políticamente correcto”. No, él no se mide, no importa la palabra más grosera, la que hiere en lo profundo y dice de su competidora del mismo partido, Carly Fiorina: "¡Mira esa cara! ¿Acaso alguien votaría por eso? ¿Se imaginan que ese sea el rostro de nuestro próximo presidente?" Él es el superhombre y se puede permitir hacer agravios porque, como dice Nietzsche en Así habló Zaratustra: “¿Qué es el mono para el hombre? Una irrisión o una vergüenza dolorosa. Y justo eso es lo que el hombre debe ser para el superhombre: una irrisión o una vergüenza dolorosa”. Ni hombres como el senador John McCain se escapan de su desprecio, que en misión de vuelo sobre Hanói su avión es derribado y al saltar cae con sus pies fracturados en un lago donde es capturado y llevado a prisión: “No es un héroe de guerra. Solo es un héroe de guerra porque fue capturado. Prefiero a los que no han sido capturados”; McCain es solo una irrisión para el sarcástico Trump que no combatió en Vietnam ni en ninguna otra guerra, que libró de ingresar al Servicio Militar, primero con posposiciones como estudiante y luego por ¡los espolones de sus pies! Y ataca a Jeb Busch quien para él es hombre de “baja energía”. Ataca a los políticos y a los líderes del país, para él son “una irrisión o una vergüenza dolorosa”. Así dice: “Nuestros políticos son maniquíes”, y califica: “Nuestros líderes son incompetentes. Son unos niños”. Ataca a Barack Obama, pero en su ataque ofende a la mayoría que votó por él para su reelección: “No sé cómo somos tan estúpidos y tenemos a un presidente como Barack Obama”. Solo él es el supremo, el hombre fuerte, el superhombre.

Cuando en una ocasión le preguntaron a Trump cuáles eran sus personajes favoritos en la historia de Estados Unidos, no mencionó a Washington ni a Jefferson y ni siquiera le pasó por la mente Lincoln, tampoco mencionó, él, que según sus convencidos seguidores es un experto en economía, a Milton Friedman el profesor de Chicago, premio Nobel y padre de lo que sería conocido en economía como el neoliberalismo ─ Aunque en esto hay que excusarle ya que en economía, o más bien en economía aplicada al real estate, el solo alcanzó el título de Bachelor of Science ─. Sin dudarlo, sin ninguna vacilación mencionó como sus personajes favoritos a Douglas MacArthur y George S. Patton el general “Sangre y Agallas”, por cierto, este último con un carácter muy parecido al propio de Trump su volatilidad y falta de tacto en las relaciones interpersonales y que alimentaba su ego buscando permanentemente el reconocimiento personal. Ambos personajes que no cuadraban dentro del marco de lo que es “una irrisión o una vergüenza dolorosa”.

Trump es belicoso, siempre atacando, siempre “pateando culos”, ¿no es esta característica suya la reafirmación de lo expresado por Nietzsche?: “Por naturaleza soy belicoso. Atacar forma parte de mis instintos. Poder ser enemigo presupone tal vez una naturaleza fuerte; en cualquier caso, es lo que ocurre en toda naturaleza fuerte”. Y Trump saluda a los “hombres fuertes” como lo es Vladimir Putin y lo fueron Sadam Hussein y Muamar Gadafi, dice Trump refiriéndose a Irak y Libia: “A la gente le están cortando la cabeza. Están siendo ahogados. Ahora es mucho peor que jamás bajo Saddam Hussein o Gaddafi (…) esos países estarían menos fracturados si los dos dictadores estuvieran en el poder”. Y alaba a Putin al que considera “un hombre tan respetado dentro de su país y más allá” y dice de él: “Es una persona más agradable que yo" o se expresa en estos términos: “Somos muy diferentes, pero nos llevaríamos muy bien juntos. Él se siente bien cerca de mí. Yo me siento francamente bien con él. Creo que podemos hacer cosas con Rusia que están a nuestro favor. Como un beneficio mutuo”. Son las “naturalezas fuertes” las que reciben amables comentarios de Donald Trump, y dice de Kim Jong-un: “Uno mira a Corea del Norte y ve a este señor, que es un maníaco, pero también hay que darle crédito: cuándo un joven, porque tenía 25 o 26 años cuando murió su padre, se impuso a un grupo de generales tan duros. Es bastante impresionante cuando se analiza. ¿Cómo lo logro? Se hizo cargo, es el jefe. Eliminó a su tío, eliminó a este, al otro. Es increíble. Este hombre no juega a nada y no podemos jugar con él”. 

Cuesta trabajo discrepar con sus arremetidas contra el Estado Islámico (ISIS): “Sin mirar a los diferentes datos de las encuestas, es obvio para cualquiera que este odio va más allá de lo comprensible. De dónde viene ese odio y por qué es algo que tenemos que determinar. Hasta que logremos determinar y comprender este problema y la peligrosa amenaza que plantea, nuestro país no puede ser víctima de horrendos ataques de gente que solo cree en la yihad y que no tiene ningún sentido de la razón o respeto por la vida humana”.

Y Zaratustra, en la obra de Nietzsche, dice: “¿Vosotros decís que la buena causa es la que santifica incluso la guerra? Yo os digo: la buena guerra es la que santifica toda causa (…) La guerra y el valor han hecho más cosas grandes que el amor al prójimo. No vuestra compasión, sino vuestra valentía es la que ha salvado hasta ahora a quienes se hallaban en peligro”.

Y habla Zaratustra: “¡Tan extraños sois a lo grande en vuestra alma que el superhombre os resultará temible en su bondad!” Y habla Trump: “Dicen que tengo a la gente más leal, ¿han visto? Podría pararme en la Quinta Avenida y disparar a alguien y no perdería ningún votante. Es increíble”.

Generalmente los hombres fuertes en el poder tienen procedencia, aunque otros provienen de la oligarquía agraria. Trump es una excepción, no es ni ha sido militar, y tampoco es un oligarca, es simplemente un afortunado hombre de negocios. Los hombres fuertes en el poder tienen como común denominador, aparte de su principal característica que es el ansia de poder, su ignorancia de eso que Carlyle denominara “ciencia lúgubre”, la Economía, con la única excepción hecha de Rafael Correa y de Augusto Pinochet que supo buscar hábiles asesores económicos, los Chicago Boys.

No importa si “el hombre fuerte” se llame Donald Trump, Vladimir Putin, Fidel Castro, Leónidas Trujillo, Hugo Chávez, Augusto Pinochet o Rafael Correa, todos tienen en común el narcisismo; la fantasía de lo grandioso (el Übermensch), la carencia de empatía (Trump no se conmueve ante la masacre de Orlando, le sirve para justificar su política anti musulmana) y el oculto sentimiento de inferioridad que les impulsa a buscar obsesivamente la admiración y el reconocimiento de los demás, seduciendo y manipulando con el propósito de controlar para ascender en posiciones dentro del medio donde se mueven. El narcisista no antagoniza, el polariza; su opinión es la única valedera, no reconoce matices atrincherándose en aquello que él cree la única verdad, la suya.


Cuidado con aquél que conjuga siempre su retórica en primera persona: “Yo os salvaré”; “Yo traeré empleos para todos”; “Yo haré el país grande de nuevo”; “Yo os les advertí…”; “Yo soy el más honesto” … Y ese yoismo es una rememoración de aquel de los monarcas absolutistas: “Yo el Rey”. Cuidado con los “hombres fuertes” en el poder… ¡Siempre han sido un fracaso social! 

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