martes, 14 de junio de 2016

Donald Trump y la Primera Enmienda Constitucional

Mario J. Viera


Hay musulmanes ─ no sé si son pocos o si son mayoría ─ que están estancados en los siglos XI al XIII cuando se produjeron las cruzadas; y hay musulmanes ─ no sé si pocos o mayoría ─ que suspiran aún por el califato del al-Ándalus perdido en 1492 cuando los reyes católicos derrotaron y expulsaron al sultán Boabdil quien, según la leyenda, lloró contemplando por última vez desde las colinas a su reino y recibió el reclamo de Aixa, su madre, que le dijera, “Lloras como mujer lo que no supiste defender como hombre”.   

Usted puede ser todo lo refractario que sea al Islam; yo también lo soy.

Usted puede considerar como una aberración medioeval la Sharía, el código legal de los países sometidos al Islam; yo también asi lo considero.

Usted, acaso, se sentirá indignado con la segregación de otros cultos religiosos y hasta las persecuciones que se hacen contra cristianos y judíos en los países islámicos y no le faltará razón. A mí eso también me indigna.

Si a Usted o a mí, nos da la gana de criticar los preceptos del Corán, ese es derecho nuestro de opinión y, hacerlo, no representa ofensa hacia el culto musulmán.

Si Usted quiere hacer mofa del profeta Mohammed, yo no lo haré, quizá ofenda los sentimientos religiosos de los musulmanes, pero a nosotros, a Usted o a mí ¿qué nos importa la blasfemia? La blasfemia no es delito, quizá sea “indelicada” pero todos tenemos derecho a blasfemar y hasta ser apóstatas.

Lo que sí ni Usted ni yo tenemos derecho alguno, es prohibir el ejercicio de una religión o perseguir a los que practican cualquier religión, sencillamente porque no podemos practicar los mismos modos que provocan nuestra indignación.  

Hay musulmanes, como hay cristianos, que torcidamente interpretan sus libros sagrados y pretenden que otros se sometan a sus viciosas interpretaciones, y deber de los hombres de conciencia libre es condenarles, sean cristiano, sean musulmanes. Así entre los musulmanes aparece el fenómeno de los grupos terroristas como Al Qaeda, Boko Haram en Nigeria, Al Shabab en Somalia, el Talibán y últimamente el Estado Islámico. Pero entre los cristianos no dejan de aparecer sectas fundamentalistas, tales como los “Discípulos de Cristo” del pastor Jim Jones y su Proyecto agrícola del Templo del Pueblo, primero con sede en San Francisco para luego trasladarse a Jonestown una comunidad fundada en la Guyana. Según se dice en Wikipedia las facultades mentales de Jones comenzaron a fallar, empezó entonces a arengar sobre "traidores", enemigos lejanos que querían destruir su sueño y amenazas de invasión desde "el exterior". Al borde de la paranoia, una o dos veces por mes impulsaba a sus adeptos a realizar, como "pruebas de lealtad", simulacros de suicidios masivos, que incluían la ingesta de falsas pociones de veneno. Las aberraciones de Jones provocaron el asesinato de Leon Ryan. Tras este atentado contra un congresista, Jones preparó un brebaje para que todos los miembros de la comunidad murieran. El total de víctimas fue de 912 incluidos los niños de la comunidad.

En 1959 un grupo disidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día dirigido por Benjamin Roden fundó la secta llamada Rama Davidiana de Adventistas del Séptimo Día, que se estableció cerca de Waco en Texas. En 1990 se hace del liderazgo de la secta Vernon Howel cambiaría legalmente su nombre en mayo de 1990 a David Koresh quien luego se proclamaría a sí mismo como el hijo de Dios, el Cordero que abriría los siete sellos. Los davidianos veían al mundo exterior a su secta como una amenaza y, por tanto, comenzaron a acumular un importante arsenal de armas. Y estar preparados contra el acoso del Mal. En Monte Carmelo, Koresh había reunido junto a él a numerosos adultos y un numeroso grupo de niños, y con unos y otros, se dispuso a convertir en un fortín inexpugnable el rancho Monte Carmelo. El primer encontronazo había tenido lugar el 28 de febrero, cuando las autoridades, tardíamente preocupadas por el cariz que tomaba el asunto, decidieron pasar a la acción, acusando a los davidianos de tenencia masiva de armas y de abusos sexuales para con los niños que mantenían a su lado. Recibidos a tiros, los agentes contestaron de igual manera, produciéndose entonces un primer balance de cuatro agentes muertos y una decena de sectarios abatidos. Monte Carmelo ardió hasta sus cimientos. Cuando las fuerzas del FBI lograron entrar en el lugar encontraron muertos a 69 adultos y 17 menores, muchos de ellos calcinados.

El fundamentalismo impulsa incluso al odio. Se conocen pastores que acosan a los homosexuales señalándoles como satánicos, como degenerados morales y hasta algún que otro ha proclamad que merecen sufrir el castigo de Sodoma.

El fanatismo místico engendra monstruos.

Pero en religión hay matices y no se puede condenar a un grupo religioso porque en su comunidad subsistan bestias. Esto no lo puede ver así Mr. Trump. El enemigo externo e interno que amenaza la tranquilidad y estabilidad de los Estados Unidos son todos los musulmanes sin exclusión. Uno es el principal enemigo, los forajidos del Estado Islámico; ellos como alegan muchos musulmanes no los representan; ellos, los de ISIS, odian a los Estados Unidos y al Occidente; ellos ni siquiera han elaborado una teología particular, su filosofía es el saqueo, el odio, la muerte. Contra ellos hay que dirigir todos los esfuerzos para exterminarles sin piedad, sin darles cuartel. Cuando Trump hace una campaña del temor a los musulmanes, cuando exhorta que a todos los que practican esa fe se les acose, se les hostigue, se estará contribuyendo a justificar al Estado Islámico y a muchos dentro de los musulmanes que dirán “nos odian solo por nuestra religión”. Ese no es el espíritu de América.

Mr. Trump debería revisar lo que dice la Primera Enmienda a la Constitución:


El Congreso no podrá hacer ninguna ley con respecto al establecimiento de la religión, ni prohibiendo el libre ejercicio de la misma; ni impondrá obstáculos a la libertad de expresión o de prensa; ni el derecho a la asamblea pacífica de las personas, ni de solicitar al gobierno la reparación de agravios”. 

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