Iván García
Viviana, 34 años, es un buen botón de muestra que la revolución de Fidel Castro pierde rigor. Ella nunca ha leído ninguna obra de teóricos marxistas. Ni siquiera El Capital.
Ni falta que le hace. La joven lo tiene claro. Necesita obtener el carnet rojo del partido para escalar. Mejorar sus duras condiciones de vida y tener oportunidades y beneficios. Ésa es su meta. Y trabaja por ella.
Existe en Cuba una nueva camada de supuestos leales a los hermanos Castro con un increíble barniz de cinismo y oportunismo. Olvídese de la fe. En ocupar un puesto dentro del sector ideológico, ven una escalera de caracol para subir los peldaños hacia la superestructura.
Su vocación no es Carlos Marx, ni siquiera José Martí. Un poco de Fidel Castro y muchos deseos de viajar por medio mundo en nombre del socialismo tropical.
Saben las prerrogativas del poder. El ‘Gran Hermano’ es parsimonioso. Pero premia la fidelidad. Pasar el verano en una casa en la playa. Obtener alimentos y pacotillas sin que medie dinero en empresas estatales. Bailar reguetón sin pagar un duro, si acaso unos pocos pesos, en alguna discoteca de pegada en La Habana.
Y al final del camino, si superas el filtro de la confianza, primero un auto, después puestos de dirección, convoyado con una de las tantas casas pertenecientes a la ‘reserva estatal’.
Luego de llegar y besar al santo, vienen otras tácticas camaleónicas. Estar en la Asamblea Nacional es importante. Codearse con generales y ministros es una maravillosa pasarela. Una buena carta de presentación.
Aplaudir a rabiar el discurso del jefe. Discretamente, sugerir la posibilidad de limar ciertos flecos en esa biblia criolla que son los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución. Para ese momento, quizás algún viejo dirigente de una corporación militar o firma extranjera te haya echado el ojo y te haga la oferta esperada.
Es el sueño de los nuevos nietos de la revolución. Una visa a destajo. Y divisas en la billetera. Cebarse como cerdos con tres comidas diarias. Que nunca en la despensa falten las tres C: carne de res, camarones y café. No del mezclado con chícharos, si no del bueno. Brasileño o colombiano.
La genuflexión y mojigatería a granel resulta un medio para ascender. Progresar en nombre de un viejo filósofo alemán o aquel duro bolchevique ruso que nunca han leído, o leen sin analizar y, por supuesto, asimilando -o fingiendo que asimilan- el fidelismo, esa religión surgida en 1959.
Cualquier procedimiento es bueno para demostrar lealtad. Desde una golpiza a un disidente pacífico, o con las venas inflamadas gritar a las Damas de Blanco “al machete que son pocas” o insultar y calificar de ‘mercenario’ a un periodista independiente. En pos de llegar a la meta, todo vale.
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