Adolfo Pablo Borrazá
LA HABANA, Cuba, octubre, www.cubanet.org -Limara y Lianna son dirigentes de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) en Centro Habana. Criadas en una familia revolucionaria, las hermanas son el orgullo de sus padres.
Aunque han tenido novios más de una vez, estos siempre las dejan por la excentricidad de sus caracteres y porque la militancia comunista les acapara todo el tiempo. Pese a ser tan jóvenes, en el barrio los vecinos las odian debido a su fanático amor revolucionario.
En cada asamblea de rendición de cuentas, las muchachas se roban el show. Con unos discursos que envidiaría el mismísimo Fidel Castro, las jóvenes tratan en vano de inculcarles la pasión por la revolución a los demás muchachos del barrio, que las escuchan con total apatía y extrañeza.
En sus centros de trabajo sucede casi lo mismo, muchos las detestan por ser las hermanas un par de seres muy extraños, poco común entre los jóvenes en estos días. Ninguno de sus compañeros está para los teques y tonterías pasadas de moda de estas hermanas tan rojas. Nadie cree en los supuestos cambios y “reajustes” que se llevan a cabo en el país; la gente piensa que serán algo efímero e intrascendente que quedará solamente en las memorias de personas como las incorregibles hermanitas, que parecen sentirse muy esperanzadas.
Los que las conocen no entienden por qué las muchachas tienen tanta fe en algo tan obviamente obsoleto y disfuncional como el sistema cubano. Limara y Lianna no tienen tiempo para discotecas, ni fiestas; son un par de monjas, casadas con su revolución.
Estas jóvenes tan fervorosamente comunistas, enfrentan serios problemas en el hogar, donde para nada reinan la armonía y la camaradería supuestamente inherentes al socialismo.
La familia la componen un abuelo paterno, los padres, las jóvenes y un hijo de Limara, cuyo padre partió hacia el norte. Los salarios que ganan solo les alcanzan para mal comer y en la casa no hay cabida para solidaridad alguna. Impera la ley de sálvese quien pueda. Entre ellos mismos se esconden y roban los alimentos, discuten mucho por la comida, a veces porque uno se sirve más que otro o cosas por el estilo.
No hay paz en ese hogar revolucionario. El abuelo alcohólico se emborracha frecuentemente, y cuando lo hace les da por decir a gritos sus peroratas comunistas, que perturban a los vecinos. Los vecinos se han quejado, pero la incondicional militancia comunista de la familia siempre lo salva de multas y calabozo.
Limara y Lianna saben que ellas y su familia son el hazmerreír del barrio, que todos se burlan de ellas, pero, como buenas fanáticas, no renuncian a su secta, a pesar de vivir casi en la indigencia.
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