Mario J. Viera. Cuba Voz
Reproduzco este artículo
que redacté para Cubanet y que fuera publicado el 3 de mayo de 2000, ya hace 17
años, pero que en esencia no ha perdido actualidad.
LA HABANA, mayo - Vivo
en un reparto muy populoso de La Habana. Hago fila ante la panadería. Me muevo
a pie en la ciudad. Y normalmente viajo en ómnibus y camellos. No es de
extrañar que por tales razones tenga necesariamente contacto con la población.
Aquí y allá hablo con la gente o, menos activamente, les escucho conversar. Lo
que se llama pueblo constantemente me rodea, choca y se comunica conmigo en las
calles, en alguna tienda o en la Iglesia a la que, de cuando en vez, concurro.
Sin embargo, en medio del pueblo no logro encontrar a ese pueblo del que
cons-tan-te-men-te hablan Castro, los personeros del PCC y el clamoroso Hassán
Pérez y el bien alimentado Otto Rivero, los dos eminentes prototipos de la
actual joven generación de "revolucionarios".
Este pueblo unido a la
"revolución" (así, con minúsculas y entre comillas), ese pueblo que
junto a los trabajadores "libra una gran batalla para salvar su revolución
sin hacer una sola concesión de principios ni perder una sola de sus conquistas
fundamentales", para citar palabras tomadas de la Convocatoria al XVIII
Congreso de la CTC (Central de Trabajadores de Cuba) ¿o será mejor decir Ministerio
de Gobierno para el Control de los Trabajadores Cubanos? Ese pueblo, en fin, no
lo encuentro ni en la fila del pan ni en las calles, comercios o camellos. Y no
obstante, parece que existe, pero sólo como masa reunida en tribuna abierta, en
marchas llamadas "combatientes" frente a la sede de la Sección de
Intereses de Estados Unidos o sudando copiosamente durante el espectáculo
carnavalesco del desfile por el primero de mayo.
Aparece fugazmente en
esas ocasiones. Luego da la impresión de que se volatiliza y que se desvanece
para luego reaparecer en el cuerpo de un individuo determinado, aislado, único,
en alguna cuadra, vociferando consignas, rechazando con intolerancia cualquier
idea que no se avenga con los eslóganes que tan exuberantemente brotan del venero
ideológico del Comité Central y al que el resto de los vecinos de la cuadra lo
miran como si se tratara de un extraterrestre o como un anacronismo, o mejor:
como si fuera un revivido y peligroso dinosaurio.
Yo no encuentro en
ninguna parte ese pueblo de "patria o muerte", de "socialismo
hasta el patíbulo", de "comandante en jefe ordene", y a pesar de
ello se le ve por la televisión, se le lee en los periódicos. El pueblo de la
unidad en torno al Partido Comunista, a la CTC, a la FMC, que nuclea en el CDR,
que se paramilitariza en las Milicias de Tropas Territoriales (MTT), existe y
al mismo tiempo no existe. Es sólo una construcción virtual, una elaboración
retórica, una licencia literaria.
Y esto tiene que ser de
este modo porque tomando individualmente a muchos de los que forman masa en una
tribuna abierta y se les escucha opinar fuera del alcance del oído del
responsable de vigilancia del CDR lo que sustentan es todo lo contrario de lo
que parecía que apoyaban durante la última tribuna abierta, porque te dicen que
fueron llevados por el centro de trabajo o por la escuela a la que asisten
porque hay que asegurar el ingreso a la Universidad o porque "tengo mi
'bisnes' y no lo voy a chivar".
Hace apenas unos días
conversaba con el hijo de un amigo en su casa. Tiene 28 años, administra una
tienda de víveres. Un tío suyo y su hermano mayor residen en Estados Unidos
luego de ganar el concurso de visas que organiza ese país. El joven me confesó
que el mayor anhelo de su vida es emigrar hacia Estados Unidos. "Aquí no
hay futuro", me declaró, y luego afirmó: "Detesto este sistema, ya
casi no soporto la hipocresía que tengo que vivir". Pero como vive todavía
en Cuba y administra un comercio "del que saco para vivir", no le
queda más remedio que demostrar fidelidad, y por esa razón milita en el CDR, en
las MTT y es miembro de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC).
Entonces uno enciende el
televisor y los ve desfilando frente al monumento a José Martí en la plaza que
un día se llamó "cívica", y que un tirano construyera para que sin
habérselo propuesto le sirviera de escenario de primera mano a los espectáculos
políticos de aquél que habría de derrocarlo. Y cuando se ve a esa gran
muchedumbre, a ese pueblo virtual, portando pancartas y telas y banderitas, uno
tiene que preguntarse: ¿dónde diablos se esconde ese pueblo dentro de la ciudad
que por más que se le busque uno nunca puede encontrarlo?
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