Ernesto
Morales. Cibercuba
Los
cubanos pondrían a Fidel Castro otra vez. Mañana mismo. Si por una inesperada
condena celestial los cubanos vieran al viejo Fidel ─ que siempre pareció haber
nacido viejo ─ salir de entre la roca santiaguera donde le han enclaustrado, lo
votarían, le pondrían la banda presidencial, el anillo de regente, lo que sea.
Lo harían gobernante otra vez.
Pero
no hablo de los cubanos de Cuba. Hablo de los cubanos de fuera de Cuba. Quise
evitar decir los cubanos de Miami, pero no hay escapatoria. Enmiendo mi
sentencia: Hablo de los cubanos de Miami. Porque los cubanos de Miami somos una
peculiar especie de emigrados que no nos cansamos de gritar que nos fuimos, y
que menos mal, pero que a hurtadillas seguimos viviendo como si jamás nos
hubiéramos ido. El fenómeno merecerá un aparte bajo las lupas de la
antropología futura.
Digámoslo
de una vez: los cubanos suspiran por los dictadores. Quizás no lo sepan, lo
nieguen, se rasguen las floridas camisas tropicales en arrebatos también
tropicales de cólera cubana: "¿Qué dice esa boca acusatoria, que a los
cubanos nos gusta qué?" Y dramatismos afines. Pero en el fondo, en el
fondito, ahí en el software cubano, en ese ADN incrustado contra los glóbulos y
las arterias y los nervios, ahí, algún demoníaco hijo de puta nos puso la
semilla del mal: "Adorarás a los hombres fuertes por los siglos de los
siglos, amén". Llámese Fidel Castro. Llámese Víctor Mesa. Llámese Hassán
Pérez. Llámese Hugo Chávez. Llámese Donald Trump.
Los
salvadores, los gritones, los yo sé más que tú, los Mesías todopoderosos. Esos
nos encantan. Por eso los cubanos de Miami votaron en manadas por un presidente
nacido en New York que los desprecia: a ellos y a todos los latinos. Por eso
los cubanos salieron en jaurías sedientas a entregar su voto a un millonario
inmobiliario para el que ellos – que no hablan inglés, que pronuncian fústan y requiu ─ son todos lo mismo: mexicans.
Porque en el fondo adoramos a los mandamases. Detestamos a los intelectuales, a
los hombres de ideas sin puñetazos en la mesa. Adoramos más el gesto que la
mano dura.
Barack
Obama fulminó con drones a cientos de talibanes, yihadistas, basuras de ISIS y
AlQaeda, sin apenas hablar de ello. Donald Trump lanzó diez cohetes a un
aeropuerto sirio donde no mató ni a la abuela de un general de Al Assad. Pero
Donald Trump es el de la mano dura: él sabe gritar y amenazar. Los drones de
Obama son armas del silencio.
Fidel
Castro no habría usado drones jamás. Por eso los cubanos votarían mañana por
Fidel Castro. Porque de haberlos tenido, él habría preferido los cohetes del
ruido. Los manotazos sobre el buró. La bravuconería matonesca de quien habla y
chisporrotea saliva con sus discursos vocíferos. Para Fidel Castro un drone
habría sido una cosa demasiado afeminada, cuando siempre se tiene a mano una
Katyusha equipada como Dios manda.
Eso
enerva a los cubanos. Les pone la carne de gallina: "Ese es mi
hombre". ¿Verdad que sí? ¿Verdad que cuando Donald Trump grita que va a
lanzar furia y fuego contra Kim Jong Un, en un intercambio de grititos de
Twitter, los cubanos de este lado del mar aplaudimos con un fervor de veintiséis
de julio porque eso, amigos míos, eso es ser un verdadero presidente?
Los
cubanos no analizamos circunstancias. Para nosotros vale el gesto. Por eso un
cubano trumpista como Breitbar News manda, no se corta para decirte lo primero
que le viene a la mente cuando siente que cuestionas, oh blasfemia, al
comandante en jefe Trump: "Pues si no te gusta, vete de aquí".
(Algunos ni siquiera saben que su cargo militar es ese, commander in chief, y cuando te oyen decirle comandante en jefe se
arma la de sanquintín: comunista, malparido, venir a decirle eso a nuestro
presidente).
Pues
si no te gusta, vete de aquí. Te lo juro. Es lo que dicen. No se lo piensan
mejor. Permiten la fuga por entre el cerco de sus dientes de esa construcción
tan conocida, tan emblemática, tan de mural de la CTC, con que nos abofeteaban
allá al otro lado del mar cuando algo no te gustaba de su gobierno familiar.
Que
si no te gustaba que te fueras. Y si preguntabas que para dónde, o cómo, porque
eso era lo que te desquiciaba, lo que estabas loco por hacer, irte, ellos no te
buscaban opciones o mejores respuestas. Ellos solo te gritaban que te fueras,
para que sepas.
Y
te estigmatizan, en esta casa grande que han dado en llamar el exilio. No
importa que hayas emigrado acá como hijo de un padre que te reclamó. No importa
que vinieras con Visa Fiancé, a casarte en Estados Unidos como mismo hace un
checo o un marroquí que aplique para ese trámite migratorio universal. No. Si
eres cubano eres exiliado, no emigrado, y por tanto debes borrar de tu léxico
la pareja de sustantivo más adjetivo "gobierno cubano" y sustituirla
cuanto antes por "dictadura", o "régimen", so pena de caer
atravesa´o a los secretarios del Partido (Anti)Comunista que por este lado
pululan y ganarte por méritos propios el cartelito de comunista.
Comunista.
Candela al jarro. Es más fácil ser comunista en Miami que en Pyongyang. Es más:
yo diría que es casi imposible no ser comunista alguna vez en Miami. Yo mira
que lo he intentado: yo que detesto a todo lo que me suene impositivo, gritón,
totalitario. Pues nada, no lo consigo: en Miami he sido comunista demasiadas
veces ya.
¿Que
le llamas gobierno cubano a la dictadura cubana? Comunista. ¿Que aplaudes en
YouTube los jonrones de Antonio Pacheco y Orestes Kindelán? Comunista. ¿Que
dices que Alicia Alonso es una bailarina
descomunal, y que Juan Formell , que no bailaba, inventó entre los humanos eso
que llaman baile? Comunista. ¿Que dices que Barack Obama dio el mejor discurso
de la historia de Cuba allá, en un aula magna de La Habana? Miserable, rata,
malagradecido, que Trump te deporte. Ah, y comunista.
Por
eso los cubanos de Miami hablan más de Fidel Castro que los de Cuba, y con esto
no pretendo descubrir nada nuevo. ¡Es que en La Habana desterraron sus cenizas
a Santiago de Cuba, a 900 kilómetros de distancia, cuando en Miami pareciera
que es el alcalde!
Porque
a los hombres duros, rufianescos, bocones, a esos los cubanos los respetan y
les dan su venia. Sea para amarlos o para odiarlos. Pero esos son los suyos.
Para los cubanos, un verdadero enemigo tiene que ser como un verdadero amigo:
rudo, rústico, autoritario. Por eso Raúl Castro jamás será merecedor del
verdadero odio de los cubanos de Miami: es muy flojo. Se rumorea su afición a
los pecados nefandos. Y habla poco. Y cuando habla, la voz le tiembla.
A
ese, no le votarían en Cuba ni en Miami. Pero al otro, al cenizas, mejor ni te
digo. No se me ocurre especular el resultado de unos surrealistas comicios
entre Fidel Castro y Donald Trump aquí, en la cuna (o Cuba) del exilio.
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