Andrés Jaramillo. Diario EL COMERCIO
El descalabro de Alianza País (AP)
responde, en buena medida, a la forma como se ha concebido la política en el
Ecuador y en la región.
Frente a la desazón de la ciudadanía por
los partidos, las ideologías y los programas de Gobierno, los políticos optaron
por apelar a lo emocional más que a lo racional. A los caudillos, antes que a
las bases como pilares de las estructuras políticas. Al discurso de
personalidades carismáticas, antes que a las propuestas de desarrollo.
Alianza País ahora enfrenta una crisis que
es el reflejo del colapso de esa forma de ver la administración y el ejercicio
del poder. Cuando se quedó sin su principal figura, el caudillo, sus dirigentes
─ que se habían acostumbrado a seguir instrucciones ─ de pronto se vieron en la
necesidad de tomar decisiones propias. Y ante la falta de experiencia, erraron
y acrecentaron la crisis interna del movimiento oficialista.
A esto se suma la visión de la ‘militancia
institucional’ que ganó protagonismo en el movimiento. AP se hizo dependiente
de la capacidad de control de las instituciones del Estado, en donde instaló su
red de apoyo. Un ejército de funcionarios públicos dispuestos a salir a las
calles cuando el movimiento lo requiera, desde cualquier rincón del país, pero
siempre y cuando no se afecte su estabilidad laboral o económica.
Cuando hubo el cambio de Gobierno y los
anteriores administradores perdieron el control de las instituciones se les fue
de las manos la capacidad de convocatoria y el apoyo político. Pese a
permanecer más de una década en el poder, Alianza País nunca logró construir
con las bases una estructura orgánica sólida, ideológica, que les permita
sostenerse o sortear crisis como la actual.
Sin la participación directa de la
ciudadanía en la toma de decisiones, una relación de poder horizontal, abierta,
sin prejuicios y un Gobierno dispuesto a transformar las estructuras en función
de los intereses de las mayorías, el Ecuador está condenado a repetir, una y
otra vez, la historia de Alianza País.
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