Mario J. Viera
Reproduzco ahora este viejo artículo publicado en
Cubanet el 4 de mayo de 1999, que redacté con motivo de la entrada en vigor de
la ley dictada por el régimen castrista para reprimir al periodismo
independiente y denominada “Ley No. 88 de Protección a la Independencia
Nacional y la Economía de Cuba”. Como mantiene todavía vigencia lo reproduzco
nuevamente.
“La
libertad de la prensa es un medio de obtener las libertades civil y política,
porque, instruyendo a las masas, rasgando el denso velo de la ignorancia, hace
conocer sus derechos a los pueblos y pueden éstos exigirlos”.
Ignacio
Agramonte y Loynaz
Por años, el
gobierno de Cuba se ha declarado defensor decidido de nuestras tradiciones
políticas, ésas que se engendraron en las mentes de nuestros próceres desde los
tiempos duros cuando los cubanos se conquistaban su identidad como nación
peleando en la manigua al filo de sus machetes. También el congreso de los
representantes oficiales de nuestra cultura se decidió por la defensa de todas
nuestras tradiciones. Pero, ¿se está cumpliendo realmente con esta presunción?
El ideal
cubano se fue forjando paulatinamente, tomando del venero que ofrecieron los
enciclopedistas franceses, los padres fundadores de los Estados Unidos y el
anhelo siempre buscado y no siempre realizado de la tríada de la Francia de
1789: libertad, igualdad y fraternidad.
La búsqueda de
la libertad como expresión del pleno disfrute de las potencialidades
individuales, en antitética relación con el centralismo exagerado del despotismo
monárquico y colonial, siempre constituyó el quid divinum de los pensadores cubanos del siglo XIX, entre los que
descuellan con esplendor propio el sacerdote Félix Varela y el poeta José
Martí.
Y en ese élan
libertario, fundado sobre la imperiosa condición de conservar el individualismo
al que Agramonte consideró como necesario para la sociedad, y que se funda
sobre la dignidad plena de la persona humana, el arma esencial fue, más que el
sable de caballería, la palabra como envoltorio sonoro o gráfico del
pensamiento y de la opinión sincera. Toda la tradición política cubana se
nuclea alrededor del principio de la libertad de expresión y de la libertad de
prensa, y le son extraños la autocensura y el silencio tímido.
Varela,
sacerdote y filósofo, se hizo periodista, al igual que Martí, de quien la mayor
parte de su obra escrita está formada de crónicas y artículos redactados para
varios periódicos del continente y para el que fundara con el nombre de Patria.
El periodismo,
visto como el derecho al ejercicio del pensamiento libre al que, de acuerdo con
Ignacio Agramonte, “corresponden la
libertad de examen, de duda, de opinión, como fases o direcciones de aquél”,
constituyó el firme cimiento de nuestras tradiciones políticas. Cercenar el
derecho al ejercicio del periodismo independiente es como negar, como anular,
el sustrato de nuestras tradiciones políticas y civiles.
Hace mal el
gobierno de Cuba cuando limita el derecho de prensa al simple ejercicio de un
periodismo alabardero y prohíbe con sanciones penales la opinión escrita,
pacíficamente expresada, que no le sea favorable. Esto va en contra de toda
nuestra historia, y en contra de la libertad del hombre. Renunciar a la
libertad de la expresión periodística por temor a una ley de corte draconiano
es renunciar a la propia libertad, que es, como dijera Rousseau, “renunciar a la cualidad de hombre, a los
derechos de la humanidad, incluso a sus deberes”.
No es justa
ninguna ley, ni puede alegarse ninguna razón para justificarla, que suprima
alguna de las libertades que le son sagradas al hombre. Suprimir ese derecho
innato de expresar la opinión propia es atentar contra todas las libertades
conferidas o naturales del género humano. Y así lo entendió José Martí cuando
escribió: “Con las libertades, como con
los privilegios, sucede que juntas triunfan o peligran, y que no puede
pretenderse o lastimarse una sin que sientan todas el daño o el beneficio”.
O retomando a Rousseau se puede concluir: “Privar
de toda libertad a (la voluntad del hombre) es privar de toda moralidad a sus
acciones”.
Es que lo
esencial de nuestras tradiciones, el sendero por el que éstas transcurren no es
el de la enojosa intransigencia, sino aquel concepto martiano de patria como
equidad y respeto a todas las opiniones. No se ha de temer a la opinión puesta
en la voz o en letra de imprenta. Las ideas, nobles o indignas, sólo pueden
vencerse con ideas más elevadas y no con cerrojos y prisiones. Reprimir a otros
por sus opiniones es el modo más acabado de reconocer la incapacidad de
defender las propias.
Cuando los que
en Cuba, aquéllos que nos decidimos por realizar un periodismo alternativo al
de los medios oficiales, continuamos ejecutando nuestra labor de informadores
públicos, a pesar de las amenazas contenidas en la Ley 88, no lo hacemos por el
placer masoquista de formar parte de un nuevo martirologio, ni por el plante
soberbio del reto suicida. Lo hacemos porque creemos que es justa la
intolerancia de no ceder el derecho natural de pensar, de opinar, de examinar o
de dudar. Y porque no podemos renunciar a seguir los senderos de nuestras
tradiciones. Esas que constituyen el significado concreto de cubanía.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario