Mario J. Viera
Cuando el caminante llegó al final de su camino,
le preguntó un sabio:
“¿Siempre miraste hacia adelante mientras ibas
por tu camino?
“¡Sí, lo hice, respondió el caminante, siempre
tuve la mirada fija en la meta lejana!”
De nuevo le preguntó el sabio: “¿Acaso no
tuviste tropiezos con las piedras del camino?” El caminante respondió: “Como
siempre miraba fijo hacia adelante, a veces no veía esas piedras y hasta tuve
traspiés al tropezar con algunas... Pero enseguida me incorporaba y emprendía
el camino, que no importan las caídas, lo importante es seguir hacia
adelante...”
Sonrió el sabio al escuchar aquella respuesta:
“Has respondido correctamente: No importa cuántas veces caemos de bruces; lo
que importa es no arredrarse, es levantarse y continuar el camino... pero...
Dime ¿Contemplaste el paisaje que te rodeaba, los bosques que bordeaban tu
camino, las llanuras cubiertas de pastos, las zonas rocosas y estériles por las
que en ocasiones atravesaba tu camino, las montañas que a tu derecha e
izquierda se alzaban soberbias, los riachuelos que descendían hacia el mar?
Háblame de esos paisajes...”
Quedó el caminante sin saber qué responder...
luego dijo: “Como miraba siempre adelante en mi andar no tenía tiempo para
mirar a los lados ¿Qué importa el paisaje?, lo que importa es el camino
andado”.
Sonrió el sabio y se volvió para apartarse del
caminante; pero antes de alejarse volvió su rostro hacia el caminante y le
dijo: “¡Qué pena!, en tu andar solo mirabas a tu meta, pero nada aprendiste
durante tu viaje, nada que les sirviera a otros para conocer los lugares por
donde transcurriste... porque estabas ciego a todo lo que te rodeaba, mirando
solo hacia adelante sin volver tu vista hacia el paisaje”.
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