Mario J. Viera
El Muro de
Adriano recorre 117 kilómetros en el norte de Inglaterra. PATRICK WARD CORBIS
En estos tiempos de ahora que se habla tanto
sobre muros y murallas, resulta apropiado remontarse a la historia para conocer
de aquellas murallas que, en determinado momento y por determinadas
circunstancias, se edificaron murallas fronterizas. Una de aquellas murallas
que todavía se guardan en la memoria fue el denominado Vallum Aelium o Muro de Elio o de Adriano, que el emperador romano Publius Aelius Hadrianus (Publio Elio Adriano) ordenó construir en
Britannia, siendo gobernador de ese territorio, y supervisor de su
construcción, Aulus Platorius Nepos.
Adriano fue emperador de Roma desde el 117
hasta el 138 de nuestra era, el tercero de los cinco llamados “emperadores
buenos” de la dinastía antonina cuando bajo de su reinado, Roma alcanzaría su
máxima extensión como imperio. Era Adriano un hombre amante de la filosofía epicúrea
y estoica, que, entre otras cosas, escribió poesía en griego y en latín. Salvo
la segunda rebelión judía o rebelión de Bar Kojba, entre los años 132 al 135,
su reinado estuvo marcado por la ausencia de grandes operaciones militares. Adriano
hizo una gran labor reforzando las fronteras del imperio consideradas como las
más débiles, entre ellas la frontera en el norte de Inglaterra, en lo que hoy
es Escocia.
Y Guillermo Altares (El primer muro de Occidente. Carlisle 13 julio de 2014. El País),
nos comenta: “Durante ese periodo único
en que la humanidad respondió solamente ante sí misma, el emperador Adriano
(76-138 de nuestra era) tomó una decisión extraordinaria, que iba a dejar una
profunda huella en Occidente: ordenó la construcción de un muro para
"separar a los bárbaros de los romanos", como señala la Historia
Augusta en la única referencia clásica a la primera frontera fortificada de
Europa. Veinte siglos después, el Muro de Adriano sigue ahí y no ha hecho más
que ganar fuerza en la imaginación. Esta edificación, que recorre de costa a
costa el norte de Inglaterra a lo largo de 75 millas romanas (117,5 kilómetros)
en medio de un paisaje muchas veces impactante”.
Se trataba, en primer lugar, de defender todo
el territorio que se ubicaba al sur del limes
fortificado, de los ataques de las belicosas tribus norteñas de los pictos y
los escotos. La muralla, por tanto, marcaba físicamente la frontera del imperio
romano. En el año 118 hubo una rebelión de los brigantes, unidos a los selgovae
y a otras tribus del norte de Inglaterra y el sur de Escocia. Para derrotar a
las rebeladas tribus, Adriano envió a sofocarles a Quinto Pompeyo Falcón nombrándole
como gobernador de Britannia (118 a 122). La historia recoge que la revuelta
fue derrotada pero sólo tras sufrir numerosas pérdidas, especialmente en la Legio IX Hispana. En el 122 Adriano
desembarcó en Britannia trayendo consigo a la Legio VI Victrix para cubrir las bajas de la Legio IX. Observó el terreno... Parece que algo no vio con agrado y
destituyó a Quinto Pompeyo, que se fuera para Roma, y en su lugar nombró a Aulus
Platorius Nepos con la misión de levantar el gran muro, convencido de que jamás
podría romanizar a las inquietas tribus británicas y conquistarla sería una
labor demasiado costosa.
Cedo aquí la palabra al ya citado Guillermo
Altares: “El investigador Anthony Everitt
explica en su biografía del emperador, Hadrian and the triumph of Rome (Random
House, 2009), que Adriano tomó dos decisiones cruciales para el futuro del
Imperio: en el terreno cultural se volcó en su herencia helenística, y en lo
político estableció por primera vez sus fronteras. Frente al concepto de que
Roma podía seguir avanzando eternamente, recuperó la vieja idea de Augusto, el
primer emperador, de que había que mantener las conquistas, no ampliarlas hasta
el infinito, porque entonces el Imperio sería imposible de gestionar. Esa
inmensa construcción en medio de la nada forma parte de aquellos nuevos límites
que estableció este hombre, culto y viajero, que fue proclamado emperador a los
41 años, tras la muerte de Trajano. La tarea que se impuso Adriano era
impresionante porque las fronteras romanas están presentes en la actualidad en
16 países desde el norte y el este de Europa hasta Oriente Próximo y el Magreb,
desde el Sáhara hasta Alemania. Adriano se dio cuenta de que llegaría un
momento en que el Imperio iba a ser tan grande que no tendría sentido
gobernarlo”.
Y comenzó el trabajo de edificación del gran
muro, empleando para ello el arduo trabajo de tres legiones, la II Augusta, la
VI Victrix y la XX Valeria Victrix, unos 7.000 hombres en total. “El trabajo principal ─ acota Altares ─ se terminó en solo seis años, aunque hasta
el 136 o el 137 no estuvo totalmente completado (a diferencia de la Gran
Muralla china, que tardó siglos en ser acabada). A cada milla romana se erigió
un pequeño fuerte, en total hay 79, y entre cada fuerte había dos torres de
vigilancia (158 en total), que servían sobre todo como forma de comunicación.
Un foso discurría por delante, pero, curiosamente, otro foso más profundo
defendía el muro por detrás. La altura estaba en torno a los cuatro metros,
aunque en algunos casos aprovechaba el relieve. En el norte, el territorio de
los bárbaros, había 76 puntos de acceso. En el sur, el territorio en teoría
controlado por Roma, había 15 puertas que permitían cruzar el foso”.
Wikipedia da la siguiente descripción de la
muralla: “La muralla en sí estaba
construida en su totalidad con sillares de piedra, tenía un grosor de 2,4 a 3 m
y una altura de entre 3,6 y 4,8 m. Contaba con 14 fuertes principales y 80
fortines que albergaban guarniciones en puntos clave de vigilancia, así como un
foso en su parte septentrional de 10 m y un camino militar que la recorría por
su lado meridional. Más al sur del camino militar construyeron otro foso con
dos terraplenes de tierra para proteger la muralla de ataques desde el sur”.
Vista de
los restos del Muro de Adriano (limes britano) en el norte de Inglaterra.
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Ahora bien, ¿aquel imponente muro, se había
erigido solo como defensa o tenía incluido otros propósitos? Algunos autores
consideran que la muralla tenía además otros objetivos prácticos. El autor que
hemos estado siguiendo, cita las opiniones de la latinista Mary Beard,
directora del departamento de estudios clásicos de la Universidad de Cambridge
y una de las más conocidas divulgadoras del mundo romano: "Fue construido para mostrarse imponente,
pero no para mantener a los bárbaros fuera. De hecho, solo una parte estaba
construida de piedra. Había muchos tramos hechos con turba", y
prosigue Mary Beard: "Creo que era
sobre todo un símbolo del poder romano, no creo que sea el tipo de barrera que
vemos en el mundo moderno".
“Philip
Parker ─ hace la cita Guillermo Altares ─, autor de una exhaustiva y apasionante mezcla de ensayo y libro de
viajes sobre las fronteras de Roma, ‘The Empire stops here’ (El Imperio termina
aquí; Pimlico, 2010), se pronuncia en el mismo sentido: ‘Nunca fue una barrera
que pudiese ser defendida ante un ataque concreto: no era lo suficientemente
ancho y muchas guarniciones estaban bastante lejos del muro. Seguramente, fue
una barrera comercial, una forma de controlar el acceso y de marcar el área
bajo el control de Roma’". Y agrega Altares con una nueva cita: "El muro fue una barrera comercial en la que
aquellos que querían viajar al norte o al sur debían pagar impuestos y
peajes", explica por su parte Alistair Moffat, autor de ‘The Wall. Rome's
greatest frontier’ (Birlinn, 2009). "Fue construido para marcar el límite
de las conquistas y nos dice que Roma se estaba convirtiendo en un Estado
maduro, consciente de hasta dónde podía abarcar’".
“El medio
era el mensaje: construir en pocos años una estructura tan imponente sin
importar los obstáculos que se presentasen por el camino era un claro mensaje
para los pueblos que vivían allí. "Adriano utilizó el lenguaje visual de
la arquitectura para enviar un mensaje político", escribe Everitt. Su utilidad
militar es dudosa porque, entre otras cosas, los romanos no esperaban en una
muralla a ser atacados, sino que salían a campo abierto para enfrentarse a sus
enemigos. Lo que explicaría también que hubiese tantas puertas hacia el norte y
tan pocas para entrar desde el sur: lo importante era poder desplegar las
legiones fuera rápidamente. Pero todos estos hechos arqueológicos son mucho
menos poderosos que la propia imagen de un muro cortando el paisaje, que la
idea de una barrera que deja fuera a unos pueblos e incluye en sus límites a
otros.
Detrás
del muro, los romanos construyeron un complejo sistema de fuertes y
campamentos, auténticas ciudades en la retaguardia. El más conocido de ellos es
Vindolanda, situado en su tramo central”.
Lo antes apuntado tiene su explicación si se
considera que entre 138 y 139 las campañas emprendidas contra los pictos
resultaron exitosas que permitieron expandir las fronteras romanas más hacia el
norte, el muro entonces fue dejándose en el abandono hasta quedar como el
símbolo de la frontera romana al no lograrse la conquista del territorio
caledonio (Escocia). Roma entraría en un largo periodo de decadencia a finales
del siglo IV y principios del siglo V. Ya desde el siglo III comenzaron a
decaer grandes partes del muro. Comenzaría entonces un periodo de retirada de
Roma de Britannia que concluiría definitivamente en el 410.
Hoy solo quedan restos de aquel majestuoso muro
ubicado en la última frontera romana y punto de atracción para cientos de
turistas.
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