(Una historia de
muros)
Mariano Nava Contreras (EL UNIVERSAL)
El
Pireo no fue el primer puerto de Atenas. Antes, los atenienses se servían de
una playa arenosa que queda justo al lado, donde hoy está la estación final
del monorriel frente al estadio del Olympiacos, y hay un parque y un puerto
deportivo y unas instalaciones que sirvieron para las Olimpíadas del 2004, hoy
un poco abandonadas por cierto: la ensenada de Falero, a donde cuenta Diógenes
Laercio que su tocayo Diógenes el Perro le gustaba ir a tomar el sol
desnudo. Fue solo cuando comenzó el auge económico y militar de la ciudad, que
los atenienses se dieron cuenta de que necesitaban un puerto más seguro para
su flota. Entonces pensaron en el promontorio rocoso que se alza a un costado
de la playa y da abrigo a dos profundas bahías, lo que hoy es Microlimano y el
puerto propiamente. Allí sus doscientos trirremes estarían fondeados a
resguardo.
Plutarco, en su Vida de
Temístocles, cuenta que fue éste quien inició la fortificación del
puerto durante su primer gobierno. Su idea era convertir a Atenas en una gran
potencia marítima. Para ello, promovió la construcción de instalaciones
navales, así como de una poderosa flota. En el lugar, además, se construyó una
ciudad, cuya planificación fue encargada, ya en época de Pericles, al arquitecto
Hipodamo de Mileto, nos recuerda Aristóteles en su Política.
El Pireo fue la primera ciudad planificada de su tiempo, con calles de 8 y 5
mts. de ancho y una planta rectangular. Después se convirtió en un gran puerto
comercial y cosmopolita de más de 5.000 habitantes que atraía visitantes de
todo el Mediterráneo.
Pero la fortificación de El Pireo no
completaba la infraestructura militar ateniense. Faltaban todavía unas
murallas que protegieran el camino entre la ciudad y su puerto, garantizando la
conexión. En efecto, los llamados Muros Largos comenzaron a construirse hacia
el año 461 a.C. Tucídides, en su Historia de
la Guerra del Peloponeso, nos cuenta cómo los espartanos, alarmados
por el creciente poderío ateniense, enviaron embajadores a fin de disuadir a
Temístocles de que construyera los muros. Decían que una Atenas amurallada
sería un peligro en caso de que cayera de nuevo en manos de los persas. Los
atenienses hicieron caso omiso de las advertencias. Entonces los espartanos, en
una medida desesperada, los atacaron en el año 457, e incluso los vencieron en
la batalla de Tanagra, aunque demasiado tarde. Atenas no solo terminó los
Muros Largos, sino que inició la construcción de dos murallas más.
Según Tucídides, para la fecha de la
culminación de los trabajos, todo el sistema de murallas que protegían Atenas
y su puerto medía 148 estadios, más de 10 kms. de largo. Cuenta también que
entre ellas podían pasar dos carros en sentido contrario sin tocarse, y
Plutarco dice que medían unos 20 mts. de alto. La estrategia era clara: mientras
controlaran el mar, a los atenienses nunca les faltarían los suministros. Los
muros habían convertido a la ciudad en una especie de isla inexpugnable en
medio de tierra firme.
Pero nada es infalible, y la estrategia
ateniense, aun cuando fue ideada por uno de los tácticos más brillantes de la
antigüedad, falló. En el año 432 estalla la Guerra del Peloponeso y Pericles se
pone al frente de Atenas. Los espartanos se concentran en el ataque
terrestre, arrasando los cultivos atenienses como provocación. Los atenienses
en cambio se protegen tras las murallas, dedicándose a cortar las
comunicaciones marítimas de los espartanos con su poderosa flota y a saquear
sus ciudades portuarias. Al principio la estrategia funciona, pero al
demorarse la guerra los cultivos desaparecen bajo el asedio y las arcas de la
ciudad menguan debido a la importación de alimentos y los costos de las
expediciones marítimas.
Una desgracia más, que con la ciencia
de entonces era imposible de prever, se abatirá fatalmente sobre los
atenienses. Entre 430 y 429 a.C. una terrible peste asola Atenas. En el libro
II de su Historia, Tucídides describe
los sufrimientos y terribles tormentos que padecía todo aquél que se contagiaba:
cefaleas, fiebres, vómitos, úlceras y diarreas, hasta que moría en medio de
intensos dolores debido a las perforaciones intestinales y la infección por
choque séptico. Pericles mismo, que sucumbió a la peste, debió morir de esta
manera. Tucídides también la sufrió, pero vivió para contarlo. Hoy sabemos
que el hacinamiento y la consecuente falta de higiene crearon las
condiciones para la propagación de una epidemia de fiebre tifoidea que debió
de entrar por El Pireo, contaminando la comida y las fuentes de agua de la
ciudad. Los atenienses, literalmente, se pudrieron atrapados entre sus
murallas.
El final de esta historia es conocido.
Los espartanos comprendieron que jamás tomarían Atenas por vía terrestre y la
derrotaron en la batalla naval de Egospótamos años después. Las murallas, que en un principio habían
sido orgullo y salvación de la ciudad, terminaron por ser su desgracia.
@MarianoNava
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