Desde su pedestal George Washington observa a Wall Street
Dora Amador
Cuando leo la Constitución, la Declaración de Independencia, la Enmienda sobre la Igualdad de Derechos y el Discurso de Pittsburgh de Abraham Lincoln – for the people, by the people– me siento muy orgullosa de ser americana, de vivir en un país libre. Ahora he ido de nuevo a los documentos fundantes de esta nación como una estudiante, y me horrorizo de lo que hemos llegado a ser.
¿De qué o a quién sirve esta democracia? Quienes tienen el poder económico y político son los ejecutivos corporativos. Los legisladores están a su servicio. Ahora mismo, los candidatos a las elecciones de 2012 están recorriendo el país en búsqueda desenfrenada de donantes para sus campañas políticas. ¿Qué empresarios les darán dinero? ¿Y qué intereses defenderán los políticos una vez ocupen su asiento en el Congreso? A los candidatos no les importan los votantes por ahora. Solo los donantes.
Hay que rehacer la democracia. Sus conceptos se han pervertido. Sus pilares: la fuerza del lobby, el escándalo mayor; los impuestos: el 1 por ciento de la población –los ricos– pagan menos impuestos que el restante 99 por ciento, y son los que más ganan, ya les informaré sobre sus sueldos actuales.
Tomo el siguiente dato de un reportaje en The Washington Post escrito por Peter Whoriskey y publicado el 16 de junio: “El 0.1 por ciento de la población (los que ganan $1.7 millones o más) fue el que obtuvo el más alto salario del país: en 1975 obtuvo el 2.6 % de las ganancias nacionales y en 2008 el 10. 4%. ¿Qué les indica esto?
“La evolución del esplendor de los ejecutivos –de una vida muy cómoda al jet-set– refleja una de las razones principales por las que la brecha entre los que tienen los ingresos más altos y los demás se está ampliando”. Esta sola frase del reportaje describe perfectamente la raíz podrida de la nación. Además, porque son legión los que aspiran a ese esplendor. Invito a los lectores a husmear en lo que hacen los estudiantes posgrado de administración de negocios en la Universidad de Harvard. La avaricia crece en la medida en que crece el concepto de superioridad de los ejecutivos corporativos y viceversa, en un ciclo difícil no ya de detener sino de entender.
Vayamos a la brecha entre ricos y pobres: el salario anual promedio de un CEO es entre $11 y $15 millones al año. Pero los hay que ganan $43 millones. Otro dato obsceno es este: los salarios y beneficios de los ejecutivos de los mayores 25 bancos y firmas aseguradoras ascendieron en 2010 a $135.5 mil millones. En 2010 las compensaciones a los ejecutivos subieron en un 23 por ciento.
La brecha entre los ingresos de los empleados promedio y los CEOs ha llegado a niveles alarmantes, si nos atenemos al famoso descubrimiento de Alan Greenspan de “una falla” en el modelo que define cómo funciona el mundo. Esa falla es que la desigualdad extrema entre las entradas económicas es un factor importante en las crisis financieras.
Zhu Min, funcionario del Fondo Monetario Internacional, dijo: “La desigualdad creciente es el mayor reto que enfrenta la economía en todo el mundo... No podemos permitir que la disparidad en los ingresos aumente más”.
En 1971, la proporción entre el ingreso de un CEO y un empleado promedio era de 30.6 por ciento (de $212,230 a $6,540). En el 2000, cuando la proporción era del 557.6 por ciento, el salario promedio de un CEO era de $13.9 millones y el de un empleado $25,010.
No puedo terminar sin dar esta cifra recién salida del censo: el número de personas que vive en la pobreza total ascendió en 2010 a 45 millones. Ya hablé del 1 por ciento y del 99 por ciento restante, nosotros, los pobres y la clase media. ¿Vale la pena votar? ¿De qué sirven las elecciones representativas? El presidente Obama aseguró que cambiaría la política que reinaba en Washington. No ha podido. ¿Quién puede? La sociedad civil unida. Hay que tomar las calles, como los indignados de España.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario