lunes, 27 de junio de 2011

La enmienda del republicano Díaz-Balart



Marcha en reversa
Alejandro Armengol

El legislador Mario Díaz-Balart pretende con una enmienda, dentro del proyecto de ley de gastos para servicios financieros para el año fiscal 2012, revocar la orden del presidente Obama respecto a los viajes y remesas de cubanos con familiares en la isla.


La propuesta ha sido aprobada por el Comité de Asignaciones de la Cámara de Representantes. Díaz-Balart afirma contar con los votos necesarios para lograr la aprobación de la enmienda en el pleno de la Cámara. “Tenemos los votos bipartidistas”, afirma el legislador.

Más allá de que el legislador consiga su objetivo, vale la pena destacar dos aspectos que la propuesta encierra.

Uno es el más evidente. Díaz-Balart responde a la forma de pensar de sus electores, muchos de ellos pertenecientes al sector más retrógrado del exilio cubano. Estos votantes por lo general llevan decenas de años establecidos en este país, casi no mantienen vínculos familiares con la isla y no tienen en ella parientes tan cercanos o estimados que consideren deben mandarles algún dinero. Por otra parte, la inclusión de una enmienda dentro de un proyecto de ley mucho más amplio es una herramienta utilizada a diario en el Congreso, por legisladores que buscan impulsar proyectos más o menos personales. La mayoría de estas enmiendas no van a ninguna parte, pero cuando los políticos regresan de Washington a su base de votantes –o presentan los puntos más importantes de su labor, en cualquier campaña de reelección– se convierten en excelentes fichas para buscar el regreso a la capital de la nación o del estado. En este sentido, nada nuevo bajo el sol y nada tampoco que no esté dentro de los mecanismos de la democracia estadounidense.

El otro aspecto resulta más singular, y es el empecinamiento, por parte de un sector del exilio cubano y de quienes lo representan, en acciones y gestos cansados que no conducen a parte alguna, salvo al mantenimiento de una situación que por décadas viene beneficiando a quienes esgrimen las banderas del castrismo y el anticastrismo, en Cuba y en el sur de la Florida. Vivir del error. Sacarle lascas al horror.

Las restricciones a las remesas y los viajes a Cuba, implantadas por el gobierno del ex presidente George W. Bush, resultaron inútiles en cuanto a su supuesto objetivo de contribuir al derrocamiento de Castro. Es inadmisible que un gobierno imponga restricciones de viajes y trate de administrar el dinero de sus ciudadanos, salvo en casos de guerra.

El régimen castrista tiene que agradecerle a Mario Díaz-Balart su esfuerzo por revertir las medidas vigentes respecto a los viajes de cubanos a la isla y la intención de convertir a Estados Unidos en una nación que impone restricciones a la libertad de movimiento para los nacidos en Cuba. Durante largos años se ha criticado a La Habana por negarles la salida a sus ciudadanos e imponer un permiso de entrada a los que regresan a visitar a sus familiares. Entrar y salir del país de origen es un derecho de todo ciudadano. Ahora el legislador busca volver a la época de Bush, cuando se limitó las visitas familiares de quienes viven en el exilio a una vez cada tres años y sólo a familiares directos.

El presidente Bush logró el dudoso récord de lograr que, tras décadas de dictadura, los cubanos comenzaran a rechazar al gobierno de Estados Unidos. Las restricciones sólo trajeron gastos y engorros a los exiliados con vínculos familiares estrechos en la isla; dificultaron el trabajo de apoyo a la disidencia y alimentaron la retórica castrista, al permitirle al régimen, una vez más, presentarse en el papel de víctima de la agresión de un país poderoso.

Las medidas puestas en práctica por el expresidente Bush resultaron no solo contraproducentes, sino también ridículas. Se permitía, por ejemplo, mandar joyas a la isla, mientras estaba prohibido mandar calzoncillos. Unicamente un profundo rencor revanchista explica cualquier intento de vuelta a esa situación.

El triunfo republicano en las pasadas elecciones legislativas ha servido para alimentar expectativas peligrosas, que van más allá de la situación cubana. Los republicanos están dedicados, con fervor y escualidez, a que todo salga lo peor posible en los meses que restan hasta la próxima elección presidencial. Mientras más se hunda el país, más contentos se ponen y más crecen sus esperanzas.

Lo peor del caso es que esta actitud antipatriótica no despierta un rechazo generalizado. Nadie menciona que fue la pésima actuación de Bush como presidente y el haber conducido a este país a dos guerras –que solo han servido para enriquecer a corporaciones afines a su familia– la razón principal para el actual déficit, y que la falta de regulaciones bancarias causaron la debacle económica. Ahora los culpables se han convertido en fiscales y en este país una oleada de populismo reaccionario amenaza con hundirnos en una crisis aún peor. En estas condiciones, no resulta extraño que se intente la marcha en reversa en la política norteamericana hacia la isla: hay quienes aún se resisten –como los hermanos Castro– a perder ese protagonismo malsano sobre los destinos de Cuba. No se lleva la democracia a un país separando a las familias.

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