Mario J. Viera
No me interesa ser “políticamente correcto”, ya eso lo había dicho antes. Y como no lo soy, pues digo lo que entiendo y cómo lo entiendo. Me da lo mismo criticar al dinosaurio del Tea Party, como opinar fuerte en contra de algún encopetado eclesiástico. Me importa un bledo si me consideran de izquierda como que me cataloguen de derecha. Por eso no me importa coincidir con la crítica que la izquierda bananera le hace, desde su oportunismo populista, a la Escuela de Chicago y a su exigencia del “laissez faire”, tanto como critico a los “salvadores” del socialismo del siglo XXI y me ponga a favor de Honduras cuando sacó en pijamas al mamarracho de Mel Zelaya, aunque el embajador de Estados Unidos en ese país se empeñe en calificarle de golpe de estado.
Me interesa solo ser correcto con mi conciencia, aunque otros no estén de acuerdo con mi modo de ver los problemas y la realidad social.
No simpatizo para nada con los republicanos, aunque en ocasiones coincida con algunas de sus propuestas en el tema de las leyes que han legislado en Arizona, Georgia y Texas para controlar el problema de la inmigración ilegal, sin dejar de reconocer que estas leyes tienen una fuerte carga de sentimiento xenófobo y racista.
Dicho esto, voy directo al tema de este artículo.
Me molesta la hipocresía demagógica del gobierno de México, ya sea del PAN como del PRI, en su exigencia de que le reconozcan derechos a sus emigrantes furtivos en tierras del Norte, no los derechos humanos, sino los mismos derechos que para los inmigrantes legales les corresponde y, a cambio, trata como criminales a los inmigrantes ilegales que llegan a su territorio. Me molesta que el gobierno de México haya firmado un convenio con el régimen castrista para deportar a Cuba a todos los cubanos que llegan a México con la esperanza de poder emigrar hacia los Estados Unidos, sabiendo que eso cubanos sufrirán las represalias del gobierno de Cuba por su osadía de intentar huir del “paraíso socialista”. Me molesta que las autoridades de inmigración mexicana encierren en sucios calabozos y en condiciones degradantes a esos cubanos y sin derecho a recibir asistencia legal.
Me molesta que el gobierno mexicano aliente la emigración ilegal de sus ciudadanos y no haga nada por mejorar las condiciones existenciales de sus ciudadanos en su propio país, un país que ha alcanzado notables avances en la economía y que pudiera codearse con los países del Primer Mundo, si la corrupción oficial y el narco tráfico no lo impidieran.
Me molesta que el gobierno de México eche las culpas de sus errores a los Estados Unidos y busque justificaciones para encubrir su fracaso en la guerra contra los narcotraficantes.
Me molesta que los inmigrantes ilegales mexicanos en Estados Unidos protesten, hagan marchas, agiten consignas y enfrenten la legalidad americana y no hacen lo mismo en México para reclamar sus derechos, allí, donde existe la democracia inexistente en Cuba; donde funcionan los partidos políticos y existe prensa libre e independiente; donde el Poder Judicial es independiente, aunque sin dejar de tener sus manchas de corruptela.
Me molesta el grito mexicano de “¡Viva la raza!” y la raza solo se refiere a los mexicanos, algo tan cargado de racismo como el racismo que se vislumbra en las leyes republicanas para atajar la inmigración ilegal o, como dicen los políticamente correctos, indocumentada.
Me molesta que quieran imponernos al resto de los hispanos, su cultura, sus costumbres y sus tradiciones apoyados en este empeño por las cadenas de televisión supuestamente hispanas, como Univisión y Telemundo.
Me molesta que los gringos juzguen a todos los mexicanos como si fueran narcotraficantes o militantes de los Zeta. Me indigna que en las empresas agrícolas de Estados Unidos, en Arizona, Texas, Florida, exploten sin consideración a los inmigrantes ilegales que buscan una vida mejor, que no le garantizan los políticos mexicanos en su tierra.
Quizá México requiera un movimiento de “indignados” que mande a la porra la basura izquierdista pro castrista que infesta la Universidad Autónoma de México o se agrupa en el PRD y al mismo tiempo arrojen al tanque de desperdicios a sus partidos de derecha y a sus brillantes alumnos de la Escuela de Chicago. Un movimiento de indignados que exijan el combate contra la corrupción y medidas correctas para contrarrestar el poder de los carteles de narcotráfico. Una revolución que fuera diferente a la de Francisco Villa o la de Zapata pero que alcanzara lo que aquellas no alcanzaron.
Si tal sueño se hiciera posible en México, donde al menos funciona supuestamente la democracia, el derecho de manifestación y de opinión, los mexicanos no se verían forzados a emigrar, como emigran los cubanos impelidos por la tiranía, y dedicarían todo su trabajo y sus esfuerzos al desarrollo económico y social de su patria.
Entonces no me sentiría molesto con el gobierno de México ni con sus indocumentados.
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