jueves, 30 de junio de 2011

Sobre el final de un grande de Cuba

Felipe Pérez Roque debe extrañar muchísimo sus días de gloria con su amigo y colega de causa, Carlos Lage

Pobre ex canciller
Adolfo Pablo Borrazá

Centro Habana, La Habana, 30 de junio de 2011, (PD) ¿Qué se puede sentir  cuando se tropieza en una guagua con alguien que hasta no hace mucho fue una personalidad? El ex canciller Felipe Pérez Roque, el delfín más aventajado de Fidel Castro, el hombre  entendía, los pensamientos del Máximo Líder, es hoy un cubano común. ¿Qué común? Es un pobre cubano.

Nunca imaginé que al montar aquel ómnibus Girón destartalado  me encontraría con  Pérez Roque.  La vergüenza que noté en sus ojos cuando lo miré  me ayudó a estar seguro de que no me había equivocado de persona.

El ex funcionario debe extrañar muchísimo sus días de gloria con su amigo y colega de causa, Carlos Lage. Tan fatídica fue su obsesión por la "miel del poder" que sus jefes ni siquiera le dejaron el automóvil.

Pérez Roque siempre se creyó invencible y sagrado. Solo había que verlo y escucharlo en cada discurso. Pero ahora es uno más, uno del montón.  Palpa diariamente como vive la gente de abajo. Esa que siempre despreció y engañó  para respaldar a su amado jefe. Hoy es testigo de las necesidades del cubano de a pie, de las que nunca se preocupó porque se lo daban todo a cambio de hablar basura y apoyar ciegamente los designios y órdenes de los dueños de Cuba.

Lástima que ya no pueda chillar sus  discursos en la ONU. Hubiese sido excelente. Para empezar desmentiría que la situación de Cuba no era la de un país  sitiado a causa del bloqueo norteamericano.  Sabe perfectamente que son los caciques de esta isla los que imponen el bloqueo.

Debe ser duro para una persona como él, que vivió tanto tiempo en la cúpula gobernante, verse así, casi a rastras. Más eso, a ninguno de los que viajaban en el ómnibus le importó.

Si hay algo que duele más que el golpe,  es la indiferencia. Pérez Roque, ahora que se mezcla resignado con el pueblo, sabe perfectamente lo que éste piensa sobre los líderes y su revolución. Seguramente se dio cuenta que el apuntalamiento que soporta este sistema está basado en la mentira de la que él mismo fue cómplice.

Para él no hay vuelta atrás. En vez de mirar hacia abajo avergonzado, debería ser más valiente consigo mismo y pedir disculpas a la sociedad que tanto engañó. Pero sería de ilusos esperar eso.

Ninguna acción de apoyo, ningún apretón de manos por parte de los que viajábamos ni nada por el estilo, perturbó el viaje de nuestro antiguo canciller, Ese que transmitía cabalmente los pensamientos del Líder Máximo.

El ostracismo al que fue destinado por sus jefes y la apatía mostrada en veinte minutos de viaje por una docena de pasajeros, le enseñó al pobre canciller que nadie en este mundo es todopoderoso.

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