Daniel Morcate. EL NUEVO
HERALD
La Florida cuenta con
un nuevo gobernador. También se llama Rick Scott, como el anterior. Y como
aquél también parece un robot que a la primera de cambio repite frases hechas
como “Let’s get to work”. Pero el nuevo es un político pragmático que en
sus decisiones importantes se distancia de los extremistas del Partido
Republicano y se acerca al Partido Demócrata. Se dice que es el resultado de un
cambio de imagen que le recomendaron no sé qué especialistas en el asunto, a
quienes contrató hace un año, cuando llegó a tener la popularidad más baja
entre todos los gobernadores del país. Y se afirma que su nueva ideología no es
ni republicana ni demócrata, ni conservadora ni liberal, sino lograr la
reelección en 2014.
Como recordarán, el
Rick Scott original había salido de las cavernas, rechazaba de plano todo lo
que oliera a Barack Obama, culpaba a los maestros de los males de nuestra
enseñanza pública, prometía mano dura contra los indocumentados, desdeñaba a la
prensa y proponía reducir la burocracia estatal, a la que consideraba el mayor
obstáculo para el progreso de la iniciativa privada. Aprieten el botón de
“adelante rápido” y cuando lleguen al nuevo Rick Scott denle “play”.
Verán a un gobernador que recorre escuelas y propone invertir millones para
aumentarles el sueldo a los maestros floridanos, visita juntas editoriales y no
mueve un dedo contra los indocumentados. Y lo que resulta más dramático aún:
este nuevo personaje acepta incluso la expansión del Medicaid en la Florida que
contempla la reforma sanitaria del presidente Obama, algo a lo que se había
opuesto el viejo Scott incluso en las cortes de justicia. Tanto que, cuando la
Suprema validó la reforma, ese Scott declaró cariacontecido: “Esto será
devastador para los pacientes y para los contribuyentes. Será el mayor
destructor de empleos que hayamos visto jamás”.
El numerito de Doctor
Jekyll y Mr. Hyde que protagoniza Rick Scott ilustra lo complicada e
imprevisible que se ha vuelto la política floridana. A medida que el electorado
estatal se diversifica, nuestros políticos tienen que hacer malabares
ideológicos y estratégicos para adaptarse y no volverse irrelevantes. Le pasó
también al antecesor de Scott, Charlie Crist, quien llegó a la gobernación como
republicano, luego aspiró al Senado como independiente y ahora reta a Scott
como demócrata. Le está pasando a Marco Rubio, quien conquistó un escaño
senatorial con el apoyo entusiasta de los trogloditas del Tea Party y hoy toma
distancia de ellos como reformista migratorio y redentor de su Partido
Republicano ante los hispanos. La forma cínica de ver estas sorprendentes
transformaciones es inferir que en el fondo estos políticos carecen de
principios. Pero yo creo que su problema estriba en que los principios que
tienen se quedan cortos, no les bastan para atraer a la cantidad y variedad de
electores que necesitan para seguir ganando elecciones, especialmente en un
estado como el nuestro, donde la mayoría de votantes sutilmente empuja a los
gobernantes hacia el centro.
Backlash o contragolpe. Tal es el riesgo mayor que corren nuestros líderes
camaleónicos con sus delicadas fintas tácticas e ideológicas. Que, en su afán
de ganarse nuevos partidarios, pierdan a los viejos, a la base radical y
fanática que los elevó a sus cargos influyentes. El Partido del Té en su
momento repudió a Crist, vigila con recelo los vaivenes de Rubio y amenaza al
nuevo Scott. “Te diré cuál es la ideología de Scott: reelegirse”, observa
resentido John Long, presidente del Tea Party floridano. Y agrega ominosamente:
“ha alienado a la misma gente que le consiguió la elección”.
Los políticos que se
aferran a sus dogmas ideológicos o partidistas, independientemente de las
circunstancias, están sobrevalorados. Y a menudo son peligrosos. Los meramente
pragmáticos son veletas que se mueven en la dirección del viento. La
alternativa ideal es el político que combina el apego a ciertos principios
básicos ─ integridad, transparencia, valentía ─ con el pragmatismo necesario
para descartar ideas y estrategias caducas o inefectivas y adoptar otras más
prometedoras para el bien común. A juicio del lector queda el decidir a cuál de
esas categorías pertenece Rick Scott.
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