Francisco Rivero Valera. EL UNIVERSAL
Todo el mundo sabe lo que es una
mentira.
Y que decir mentiras es mentir. Y que
mentir es no decir la verdad y ser mentiroso. Y que mentiroso es lo mismo que
embustero, farsante, hipócrita, embaucador, patrañero, farfullero, tramposo,
manipulador y engañoso, porque utiliza la mentira, consciente e
intencionalmente, para engañar a otras personas y lograr sus objetivos.
También la gente sabe que algunas
personas mienten de vez en cuando con mentiras piadosas que, supuestamente, no
le hacen daño a nadie, aunque mentira es mentira. Y que otras están
acostumbradas a mentir siempre, en bola de nieve, tratando de tapar una mentira
con la otra. Serían los mitómanos, grandes manipuladores de la vida de los
demás y repartidores de daño y engaño para todo el mundo.
De todas maneras, la gente miente por
diferentes razones. En general, por miedo irracional, para evitar un castigo,
en trastornos de personalidad antisocial. Para engañar a los demás, como
manipulador social, o al percibir que su autoestima se encuentra amenazada.
Para proteger su intimidad, la de otras personas o solucionar situaciones
percibidas como difíciles. En ocasiones, el hombre miente más que la mujer, los
extrovertidos más que los introvertidos, los comerciantes más que los
periodistas, los abogados más que los religiosos y, los peores, los políticos
más que todo el mundo. Y mienten para obtener lo que desean: dinero, sexo o
poder.
Sin embargo, muchas personas también
se autoengañan al pensar que una mentira es realizable en el tiempo, como las
promesas de los políticos. En este sentido, el ser humano es el único animal
capaz de engañarse a sí mismo, según Derek Wood, Norman Brown y otros
psicólogos expertos. Y de acostumbrarse a la mentira de tal manera que puede
invertir sus valores éticos y morales para terminar aceptándola como verdad y
viceversa. Similar al masoquismo: lograr placer con sufrimiento.
Pero, lo peor de la mentira es su
escenario con 2 actores: el mentiroso y el engañado, individual o colectivo. Y
con un solo final: el engañado descubriendo la verdad y reaccionando con
violencia, pérdida de la confianza, de la fidelidad, de la intimidad o
debilitado sus bases de convivencia social.
Y, por ser antiética e inmoral, la
mentira también atenta contra preceptos religiosos. No levantarás falsos testimonios ni mentirás, dice el
octavo mandamiento del Decálogo. Luego roguemos seriamente que la maldición de
Allah caiga sobre los mentirosos, dice el Corán 3.61.
Por eso, en ese escenario de mentiras
de diferentes dimensiones, algunas pequeñas y temporales, y otras grandes y
permanentes, cualquiera se puede preguntar por la mentira más grande del mundo.
Aunque la respuesta es individual, creo que para muchos venezolanos sería el
Socialismo del Siglo XXI. Comenzó en 1998 con una campaña electoral mitómana.
Continuó con promesas de mejorar la calidad de vida del venezolano, que
resultaron ser todo lo contrario. Y está finalizando con la manipulación
histórica de la Constitución nacional, del estado de salud y deceso del
Presidente. Que Dios y la Patria los demande.
Y aunque todavía falta ver la reacción
del pueblo engañado, el final de la historia de mentiras es el mismo: se puede
engañar a todos durante algún tiempo; se
puede engañar a alguien siempre, pero nunca se puede engañar a todos, siempre.
A. Lincoln.
Y al final, termina una historia y
comienza otra, porque la mentira dura hasta que la verdad florece.
Que así sea.
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