A Díaz-Canel, nacido
unos años después del triunfo de la revolución, lo presentan como un académico
flexible, jovial, que cuando era joven y lo llamaban Miguelito, en su natal
Santa Clara, jugaba basquetbol y era aficionado a la música de los Beatles.
Luis Cino Álvarez. CUBANET
La designación como vicepresidente de
Miguel Díaz-Canel Bermúdez no asombró a
muchos en Cuba. Hacía meses que se veía que iba en ascenso. Lo realmente asombroso es cuantas
expectativas ha despertado entre los cubanólogos y la prensa internacional. Es como si su
nombramiento fuese el inicio de la era
post-castrista. Como si hubiese aparecido ya en las filas del Comité
Central el reformista que faltaba, la versión cubana de Gorbachov.
¡Ilusos que son! ¡Las ganas que
tienen! Aunque ─ ¡faltaría más! ─ en algún momento tiene que aparecer el tipo.
Las leyes de la vida y la lógica lo indican.
A Díaz-Canel, nacido unos años después
del triunfo de la revolución, lo presentan como un académico flexible, jovial,
que cuando era joven y lo llamaban Miguelito, en su natal Santa Clara, jugaba
basquetbol y era aficionado a la música de los Beatles. Se refieren a lo bueno
que fue como primer secretario del Partido Comunista en Villa Clara, pero no
dicen nada de los barrios marginales ─ o
insalubres, como los llaman en la jerga oficial ─ que ordenó desalojar en
Holguín cuando ocupaba el mismo cargo en dicha provincia.
Su
pobre oratoria de tribuna abierta municipal, de los tiempos de la batalla por el regreso de Elián
González, también se la anotan como
mérito. O como táctica camaleónica. Dicen que astuto como es, no quiere
destacarse demasiado y provocar celos. Por eso, finge miedo escénico y que le tiembla la voz cuando
se emociona.
Hasta hay quienes se refieren a su
buen porte, como si de un galán de
película se tratase. Es decir, de una película que no sea otra de la
saga de “El castrismo: la sobrevida”, en la que
no tiene muchos competidores, ni en look
ni en sesera.
A la mayoría de los cubanos nos tenía
sin cuidado a quien nombraran. Como si designaban como vicepresidente a Esteban
Lazo en vez de ponerlo al frente de la Asamblea Nacional para que dirija el
coro, o si seguía el carcamal de José Ramón Machado Ventura apretando las clavijas
hasta el último pasito. Y mucho menos nos importaba que el designado se
pareciera a Richard Gere o a Juan Primito.
¿De verdad alguien se cree el cuento
de que Díaz-Canel ya es el número dos del régimen? En el castrismo, ser
designado vicepresidente, o incluso presidente, no significa demasiado. ¿Ya se
olvidaron de Manuel Urrutia y de Osvaldo Dorticós?
Por estos días, he escuchado a muchas
personas asegurar que Díaz Canel no va a llegar a sustituir en la presidencia
al general Raúl Castro cuando termine los cinco años de su último mandato
porque lo van a tronar antes. Como mismo ocurrió con Carlos Aldana, Luis
Orlando Domínguez, Robertico Robaina, Otto Rivero, Pérez Roque y Carlos Lage.
Como ellos, en cinco años, Díaz- Canel
puede cometer un desliz, corromperse, aficionarse a las mieles del poder, etc., y
caer víctima de una purga, con carta de arrepentimiento y confesión de culpas y
debilidades ideológicas.
Y nadie lo va a echar de menos cuando
lo truenen y pasen al plan pijama. Estos delfines no tienen arraigo popular,
más allá de sus parientes y sus protegidos.
Entonces, luego del respectivo anuncio
del truene en el periódico Granma, con reconocimientos o no, designarían al
próximo aparatchik en la meritocracia castrista y nosotros, que no lo elegimos,
nos volveríamos a encoger de hombros…
Por muy tecnócrata y de otra
generación que sea, Díaz-Canel viene del mismo entorno y con la misma agenda
que los delfines que lo precedieron. ¿Por qué va a ser necesariamente el hombre
de la transición? Avisen cuando lo demuestre con hechos distintos a los de sus
jefes.
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