martes, 12 de marzo de 2013

Dudoso nombre de la transición


A Díaz-Canel, nacido unos años después del triunfo de la revolución, lo presentan como un académico flexible, jovial, que cuando era joven y lo llamaban Miguelito, en su natal Santa Clara, jugaba basquetbol y era aficionado a la música de los Beatles.

Luis Cino Álvarez. CUBANET

La designación como vicepresidente de Miguel Díaz-Canel Bermúdez  no asombró a muchos en Cuba. Hacía meses que se veía que iba en ascenso.  Lo realmente asombroso es cuantas expectativas ha despertado entre los cubanólogos y la  prensa internacional. Es como si su nombramiento fuese el inicio de la era  post-castrista. Como si hubiese aparecido ya en las filas del Comité Central  el reformista que faltaba,  la versión cubana de Gorbachov.

¡Ilusos que son! ¡Las ganas que tienen! Aunque ─ ¡faltaría más! ─ en algún momento tiene que aparecer el tipo. Las leyes de la vida y la lógica lo indican.

A Díaz-Canel, nacido unos años después del triunfo de la revolución, lo presentan como un académico flexible, jovial, que cuando era joven y lo llamaban Miguelito, en su natal Santa Clara, jugaba basquetbol y era aficionado a la música de los Beatles. Se refieren a lo bueno que fue como primer secretario del Partido Comunista en Villa Clara, pero no dicen nada de los  barrios marginales ─ o insalubres, como los llaman en la jerga oficial ─ que ordenó desalojar en Holguín cuando ocupaba el mismo cargo en dicha provincia.

Su  pobre oratoria de tribuna abierta municipal, de los tiempos  de la batalla por el regreso de Elián González,  también se la anotan como mérito. O como táctica camaleónica. Dicen que astuto como es, no quiere destacarse demasiado y provocar celos. Por eso, finge  miedo escénico y que le tiembla la voz cuando se emociona.

Hasta hay quienes se refieren a su buen porte, como si de un galán de  película se tratase. Es decir, de una película que no sea otra de la saga de “El castrismo: la sobrevida”, en la que  no tiene muchos competidores, ni en look  ni en sesera.

A la mayoría de los cubanos nos tenía sin cuidado a quien nombraran. Como si designaban como vicepresidente a Esteban Lazo en vez de ponerlo al frente de la Asamblea Nacional para que dirija el coro, o si seguía el carcamal de José Ramón Machado Ventura apretando las clavijas hasta el último pasito. Y mucho menos nos importaba que el designado se pareciera a Richard Gere o a Juan Primito.

¿De verdad alguien se cree el cuento de que Díaz-Canel ya es el número dos del régimen? En el castrismo, ser designado vicepresidente, o incluso presidente, no significa demasiado. ¿Ya se olvidaron de Manuel Urrutia y de Osvaldo Dorticós?

Por estos días, he escuchado a muchas personas asegurar que Díaz Canel no va a llegar a sustituir en la presidencia al general Raúl Castro cuando termine los cinco años de su último mandato porque lo van a tronar antes. Como mismo ocurrió con Carlos Aldana, Luis Orlando Domínguez, Robertico Robaina, Otto Rivero, Pérez Roque y Carlos Lage.

Como ellos, en cinco años, Díaz- Canel puede cometer un desliz,  corromperse,  aficionarse a las mieles del poder, etc., y caer víctima de una purga, con carta de arrepentimiento y confesión de culpas y debilidades ideológicas.

Y nadie lo va a echar de menos cuando lo truenen y pasen al plan pijama. Estos delfines no tienen arraigo popular, más allá de sus parientes y sus protegidos.

Entonces, luego del respectivo anuncio del truene en el periódico Granma, con reconocimientos o no, designarían al próximo aparatchik en la meritocracia castrista y nosotros, que no lo elegimos, nos volveríamos a encoger de hombros…

Por muy tecnócrata y de otra generación que sea, Díaz-Canel viene del mismo entorno y con la misma agenda que los delfines que lo precedieron. ¿Por qué va a ser necesariamente el hombre de la transición? Avisen cuando lo demuestre con hechos distintos a los de sus jefes.

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