Fausto Masó.
EL NACIONAL
Con demasiada rapidez y frente a
nuestros ojos, testigos de su vida, se está convirtiendo a Chávez en una figura
histórica, una mentira, un mito aprovechable para cualquiera. Por ahora,
Nicolás Maduro se empina sobre él para llegar a Miraflores, lo usa como
muletilla, bastón, paraguas, pero pronto muchos chavistas lo acusarán de ser
infiel a las ideas de Chávez que, como no quedaron codificadas en un libro, las
interpretarán según les convenga.
Al personaje real lo ha sepultado el
incienso, mientras cada quien intenta demostrar ahora su cercana con él,
aprovechar el mito. A los historiadores les quedará la tarea inacabable de
ponerse de acuerdo sobre quién era Chávez, discutirán por los siglos de los
siglos. Por ahora, y por un buen rato, continuará siendo una obsesión nacional.
Internacionalmente lo convertirán en un personaje como el Che, sólo que menos
lúgubre, más jacarandoso y humano. Más divertido.
A Bolívar lo invocaron dictadores y
caudillos, quedó en manos de bolivarianos conservadores que monopolizaban su
memoria con fanatismo. Chávez logró volverlo un revolucionario y, de paso, que medio
país dejara de venerarlo.
En nombre del peronismo gobernó a
Argentina un presidente neoliberal como Carlos Menem y un populista como Néstor
Kirchner. De Marx se proclamaron herederos Stalin y Lenin, y los reformistas
alemanes a los que el tiempo les dio la razón y cuyo partido ha sobrevivido
hasta hoy. Bernstein tiene más vigencia que Lenin.
Chávez no dejó una doctrina, sino
innumerables canciones, imágenes populares, dichos, gestos, sólo que está
indefenso frente a la maniobra de subirlo a los altares del culto civil para
colocarlo junto a Negro Primero, Simón Bolívar o el Che. Una partida de ateos
ahora no cesa de invocar a Cristo, en una versión ruinosa de la teología de la
liberación.
Desde diciembre pasado están
escamoteando la memoria de Chávez. Por razones políticas se dijo que se curaba
hasta que unas semanas antes de su muerte confesaron la gravedad de la
enfermedad. Necesitaban tiempo para dar a conocer a Maduro, el propio Chávez
aceptó ser candidato a sabiendas de que no sería presidente, demostró que le
interesaba más la política que su destino personal.
Un edecán declaró que al final Chávez
repetía que no quería morir, una actitud muy humana pero que no es propia del
verdadero creyente que enfrenta el trance necesario para encontrarse con Dios.
Chávez quería vivir, lo había dicho, afirmaba necesitar tiempo para completar su
obra, pero no dejaba de ocuparse de los asuntos mundanos; su último mensaje,
bien realista por cierto, buscaba evitar lo inevitable: la lucha por su
herencia, el desgarramiento del chavismo, los enfrentamientos entre militares y
civiles. Al designar a Nicolás Maduro como candidato lo invistió temporalmente
de un poder que más temprano que tarde otros le impugnarán, los que con razón
afirmarán que acompañaron a Chávez desde el 4 de febrero, o que estuvieron a su
lado el 11 de abril, o simplemente que representan el Ejército.
La fama es el conjunto de
malentendidos que rodea la memoria de un hombre.
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