Edilio Peña. EL UNIVERSAL
Ser nadie y pretender ser alguien, lo
puede motivar poderosamente el no poder ser el otro, ése a quien se admira
entrañablemente, pero que a su vez se le envidia con la sed del crimen. Mucho más si el otro,
se ha constituido en una figura paterna suprema para ese desamparado de la
nada. Pero quien admira excesivamente a alguien, no sólo establece un vínculo
de devoción ciega para con aquél, sino que se convierte en su esclavo.
Paradójicamente, el esclavo un día puede despertarse con el rumor de la rabia y
el deseo de rebelarse, y, desde ese mismo momento, escaparse de la esclavitud,
bien desapareciendo o tal vez asesinando a su amo. Pero antes de que eso
ocurra, el esclavo decide ser la copia de su amo imitándolo en todo lo que el
otro es. Ese proceso de degradación le da al esclavo una identidad que nunca
antes había tenido. Pero si el esclavo transforma su relación emocional de
dependencia en una razón política, comienza a acechar, y a desear el interés
que su amo más cuida y ostenta con privilegio: el poder. En ese periodo, el
esclavo es capaz de aceptar todas las degradaciones o vejámenes que nunca antes su amo le ha infligido. Inclusive,
llega a competir con sus pares, quienes con absurdos razonamientos, intentan
ennoblecer la condición de ser miserables. Entonces, su amo se engaña o se
confunde, al creer que aquel esclavo que se arrastra como un gusano, es el más
incondicional de todos y lo convierte en su pupilo más servil.
Nicolás Maduro es nadie, por eso
siempre quiso ser alguien. Es Nicolás, no más.
El azar, el empeño y la esclavitud afectiva, lo colocaron al lado de
alguien que no terminó de ser: Hugo Chávez. Siendo uno de los súbditos más
cercanos del presidente, el carácter mandón, ofensivo y vejatorio del finado,
nunca pareció tocarlo en el fondo. A lo mejor calló o tragó. Quizá por ello,
siempre despertó la envidia de su contraparte, Diosdado Cabello, quien siempre
fue alguien en la desventura política. Cuando el presidente Chávez se despidió
de la vida, lo hizo entre Nicolás Maduro y Diosdado Cabello. Esa noche grave,
el primero, a la izquierda del presidente, acusaba más que nunca, el desamparo
de ser nadie; mientras el segundo, a la derecha de su comandante, imaginaba que
por fin se había presentado la oportunidad de ser alguien más allá de lo que había sido. Pero, el presidente al
delegar, inesperadamente, en Nicolás Maduro su herencia política, le cerró los
caminos a la esclavitud dudosa de uno de sus más cercanos seguidores, pero
también, a los fundadores militares de su proyecto político. ¿Quién le aconsejó
lo que para muchos fue un desatino del amo, antes de cruzar el umbral de la
muerte? Muerto Chávez, su dictadura no pudo concretizarse por mano propia, y se
creó un abismal vacío entre los suyos. Eso evitó, que en el futuro prosperara
lo que habían aprendido de éste: destronarlo algún día por cualquier vía.
Cuando Nicolás Maduro viajó a Cuba, no
lo hizo como Ulises al llegar a la isla de los peligrosos cíclopes, sino para
buscar consejo y conducción del ojo insomne y criminal de los Castro. Pero
éstos no tuvieron necesidad de cambiarle el nombre para sus secretos planes de
la toma del Estado ajeno, pero sí de suprimirle el apellido, porque sabían que
Nicolás no tenía la talla y la voluntad de ser como el Ulises de la épica de
Homero, quien en un hábil estratagema se había llamado Nadie, para vencer al
gigante Polifemo, sacándole su único ojo. Los Castro le hicieron saber a
Nicolás que su ambición de poder estaba mediatizada por su incapacidad, y con
ese perfil blando y pobre, era imposible que pudiese conducir él sólo, un Estado petrolero, tan inestimable
para ellos. Así nadie se convirtió en
alguien y comenzó a imitar a Chávez; aunque su garganta no calza con la
histeria del ausente y la máscara se le
cae cada vez que gesticula. Lo insólito, es que al verse desnudo en el espejo
de la realidad, le arrebató la gorra a Henrique Capriles para cubrir su
desnudez política.
Cierto es que en vida del presidente
Chávez, los Castro no habían podido apropiarse de Venezuela completamente.
Porque a pesar de la debilidad que éste tenía con respecto a ellos, su celo por
el poder y el control único del Estado, había comenzado mucho antes de conocerlos. Sin embargo, por
alguna extraña razón, el presidente murió en Cuba. Por alguna extraña razón un
inédito golpe de Estado continuo se ejecuta en Venezuela. Además, el escenario
ha sido perfecto; más cuando la propia presidenta del Tribunal Supremo de
Justicia, Luisa Estella Morales, abonó el camino para los Castro con la bandera
de Cuba en su oficina, aseverando: "La división de los poderes debilita al
Estado". Eso explica por qué ahora, Nicolás, gusta oír el himno nacional
de Cuba en sus actos de presidente (ilegítimamente) encargado, de aquella
República Bolivariana que fue de Venezuela.
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