sábado, 30 de marzo de 2013

Nicolás


Edilio Peña. EL UNIVERSAL

Ser nadie y pretender ser alguien, lo puede motivar poderosamente el no poder ser el otro, ése a quien se admira entrañablemente, pero que a su vez se le envidia  con la sed del crimen. Mucho más si el otro, se ha constituido en una figura paterna suprema para ese desamparado de la nada. Pero quien admira excesivamente a alguien, no sólo establece un vínculo de devoción ciega para con aquél, sino que se convierte en su esclavo. Paradójicamente, el esclavo un día puede despertarse con el rumor de la rabia y el deseo de rebelarse, y, desde ese mismo momento, escaparse de la esclavitud, bien desapareciendo o tal vez asesinando a su amo. Pero antes de que eso ocurra, el esclavo decide ser la copia de su amo imitándolo en todo lo que el otro es. Ese proceso de degradación le da al esclavo una identidad que nunca antes había tenido. Pero si el esclavo transforma su relación emocional de dependencia en una razón política, comienza a acechar, y a desear el interés que su amo más cuida y ostenta con privilegio: el poder. En ese periodo, el esclavo es capaz de aceptar todas las degradaciones o vejámenes que  nunca antes su amo le ha infligido. Inclusive, llega a competir con sus pares, quienes con absurdos razonamientos, intentan ennoblecer la condición de ser miserables. Entonces, su amo se engaña o se confunde, al creer que aquel esclavo que se arrastra como un gusano, es el más incondicional de todos y lo convierte en su pupilo más servil.

Nicolás Maduro es nadie, por eso siempre quiso ser alguien. Es Nicolás, no más.  El azar, el empeño y la esclavitud afectiva, lo colocaron al lado de alguien que no terminó de ser: Hugo Chávez. Siendo uno de los súbditos más cercanos del presidente, el carácter mandón, ofensivo y vejatorio del finado, nunca pareció tocarlo en el fondo. A lo mejor calló o tragó. Quizá por ello, siempre despertó la envidia de su contraparte, Diosdado Cabello, quien siempre fue alguien en la desventura política. Cuando el presidente Chávez se despidió de la vida, lo hizo entre Nicolás Maduro y Diosdado Cabello. Esa noche grave, el primero, a la izquierda del presidente, acusaba más que nunca, el desamparo de ser nadie; mientras el segundo, a la derecha de su comandante, imaginaba que por fin se había presentado la oportunidad de ser alguien más allá  de lo que había sido. Pero, el presidente al delegar, inesperadamente, en Nicolás Maduro su herencia política, le cerró los caminos a la esclavitud dudosa de uno de sus más cercanos seguidores, pero también, a los fundadores militares de su proyecto político. ¿Quién le aconsejó lo que para muchos fue un desatino del amo, antes de cruzar el umbral de la muerte? Muerto Chávez, su dictadura no pudo concretizarse por mano propia, y se creó un abismal vacío entre los suyos. Eso evitó, que en el futuro prosperara lo que habían aprendido de éste: destronarlo algún día por cualquier vía.

Cuando Nicolás Maduro viajó a Cuba, no lo hizo como Ulises al llegar a la isla de los peligrosos cíclopes, sino para buscar consejo y conducción del ojo insomne y criminal de los Castro. Pero éstos no tuvieron necesidad de cambiarle el nombre para sus secretos planes de la toma del Estado ajeno, pero sí de suprimirle el apellido, porque sabían que Nicolás no tenía la talla y la voluntad de ser como el Ulises de la épica de Homero, quien en un hábil estratagema se había llamado Nadie, para vencer al gigante Polifemo, sacándole su único ojo. Los Castro le hicieron saber a Nicolás que su ambición de poder estaba mediatizada por su incapacidad, y con ese perfil blando y pobre, era imposible que pudiese conducir  él sólo, un Estado petrolero, tan inestimable para ellos. Así nadie se convirtió en  alguien y comenzó a imitar a Chávez; aunque su garganta no calza con la histeria  del ausente y la máscara se le cae cada vez que gesticula. Lo insólito, es que al verse desnudo en el espejo de la realidad, le arrebató la gorra a Henrique Capriles para cubrir su desnudez política.

Cierto es que en vida del presidente Chávez, los Castro no habían podido apropiarse de Venezuela completamente. Porque a pesar de la debilidad que éste tenía con respecto a ellos, su celo por el poder y el control único del Estado, había comenzado  mucho antes de conocerlos. Sin embargo, por alguna extraña razón, el presidente murió en Cuba. Por alguna extraña razón un inédito golpe de Estado continuo se ejecuta en Venezuela. Además, el escenario ha sido perfecto; más cuando la propia presidenta del Tribunal Supremo de Justicia, Luisa Estella Morales, abonó el camino para los Castro con la bandera de Cuba en su oficina, aseverando: "La división de los poderes debilita al Estado". Eso explica por qué ahora, Nicolás, gusta oír el himno nacional de Cuba en sus actos de presidente (ilegítimamente) encargado, de aquella República Bolivariana que fue de Venezuela.

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