Fernando Mires. Blog POLIS
Cuando una antigua colega ─ una de esas profesoras heroicas que se niegan a
retirarse del oficio ─ me solicitó dictar en su seminario una conferencia sobre
el tema de la Venezuela post-Chávez, y me di a la tarea de prepararla, observé
que en idioma alemán no existe un término exacto para traducir la palabra emboscada.
Emboscada según el
diccionario se traduce como "Hinterhalt", palabra que literalmente
significa algo así como "ser agarrado desde atrás”. En castellano, en
cambio, esa es sólo parte de una emboscada. Lo fundamental de una emboscada es
ser llevado a una zona sin salida (encerrona) en la cual serás atacado por el
enemigo y aniquilado sin piedad. Y bien, a ese tipo de emboscada pertenece la
situación a la que intentaba llevar el gobierno Maduro al conjunto de la
oposición.
A través de dos violaciones consecutivas a la Constitución, una con Chávez
agonizando; otra, con Chávez muerto, Maduro se había hecho elegir presidente
por la "oficina de asuntos judiciales del chavismo", que eso y no más
es en Venezuela el poder judicial.
De ese modo, protestar masivamente en contra de las violaciones
constitucionales ─ cuando medio país estaba llorando a moco tendido frente al
mediático féretro ─ habría parecido ante la opinión pública mundial como un
sacrilegio. Así, el gobierno utilizó, como lo ha venido haciendo
consecutivamente, el cadáver de Chávez como medio de chantaje político.
Gracias a los funerales, Nicolás Maduro creía tener la mesa servida. La
oposición, blanco de las más brutales invectivas de parte del ilegal
gobernante, estaba paralizada. Y cuando la MUD y Henrique Capriles denunciaron
la juramentación de Maduro como espuria, los jerarcas del "entorno"
se frotaron con seguridad las manos. Quizás imaginaron que el segundo paso iba
a ser un llamado a la abstención como propuso algún columnista despistado de
oposición. Así, la emboscada iba a resultar perfecta. La oposición se dividiría
entre "abstencionistas y "participacionistas" para ser, después
del triunfo electoral de Maduro, fácilmente "pulverizada" (Chávez
dixi).
Efectivamente, desde el punto de vista de una lógica formal, que es también
el de las ciencias, entre ellas la politología, declarar como espurias unas
elecciones y después participar en ellas, es una incongruencia. Sin embargo, y
es lo que no entienden tantos politólogos, la política no es congruente.
Tampoco es una ciencia y en ningún caso es polito-lógica. Eso significa: en
política se actúa no sobre condiciones ideales sino sobre las que se van dando
en el camino. O para decirlo con el poeta Machado, en la política no hay
caminos: "se hace camino al andar".
En el medio de la emboscada, Capriles hizo lo que en la guerra hace un buen
general: unificar las tropas dispersas. Y como es un hombre de vasta
experiencia sabía que la unidad en la política no se logra con piadosos
llamados, sino en abierta lucha en contra del enemigo común.
Primero: El enemigo
no es el difunto Chávez sino Maduro (“No es Chávez, tú eres el problema,
Nicolás”). Segundo: Maduro se oculta detrás del presidente muerto y
carece de identidad personal y política. Tercero: la presidencia de
Maduro, y por consiguiente la elección, es el resultado de una violación
constitucional. Cuarto: Capriles va a postular en nombre de la oposición
unida, denunciando las violaciones cometidas por Maduro y “su combo”.
Valiente, sin dudas valiente; así lo reconoció la primera página del
periódico Tal Cual.
Una amiga venezolana ─ no es caprilista ─ me escribió unas palabras que,
creo, interpretan el sentimiento de muchos: "A ese chamo no lo vamos a
dejar solo"
Gracias al discurso de Capriles, muchos intuyeron que ha llegado el momento
de cerrar filas y dar la batalla, aunque se pierda. Efectivamente, no hay peor
batalla que la que no se da. Quien mejor lo entendió en el gobierno no fue
Maduro (el homófobo político solo atinó a pronunciar la frase favorita de Pablo
Escobar: "has cometido el peor error de tu vida") sino Diosdado
Cabello, quien dijo: "Las palabras de Capriles son una declaración de
guerra".
Efectivamente; de eso se trata: son una declaración de guerra. Pero lo que
Diosdado seguramente no entendió es que se trata de una guerra política, es
decir, de una guerra sin armas.
¿Fue enviado Capriles al matadero? ¿Va a enfrentar de nuevo a todo el
aparato del estado, al más hipertrofiado de toda América Latina? ¿Va a competir
con quien financia su campaña con el dinero de todos los
venezolanos? ¿Con el amo de todas las cadenas televisivas? Y, sobre todo, ¿va a
competir contra una máquina de ganar elecciones, contra destacamentos
electoreros que se mueven como soldados en los “concejos”, en las misiones y en
las oficinas públicas? ¿Va a competir contra amenazas, extorsiones y listas
tasconas? ¿Contra esos miles de buses rojos que transportan votantes rojos? Y,
no por último, ¿va a competir con el fantasma de Hugo Chávez de quien Maduro
cree ser su representación terrena?
Si, lo va a hacer. Lo va a hacer como ese "cronopio" de Julio
Cortázar quien, al no rendirse, y sin más armas que su propia verdad, derrotó a
un ejército de "famas". Del mismo modo como Lech Walesa, Váklav Havel
y Ricardo Lagos derrotaron a sus respectivas dictaduras. Del mismo modo como
Yoani Sánchez y los suyos derrotarán a Raúl Castro.
Pero Capriles ─ no nos equivoquemos ─ no es un místico. Es un total
político. Sabe por ejemplo que tiene algunas cartas por jugar; y ya las está
jugando. Por de pronto, tiene en sus manos la carta de la legitimidad
constitucional. Así, mientras Maduro, quien sin el estado no es nadie, se
hizo nombrar presidente apelando a medios ilícitos, él, Capriles, se
desprendió, siguiendo estrictamente la línea constitucional, de su propia
gobernación en Miranda.
Capriles maneja, además, la carta de la soberanía nacional, la misma
que usó Chávez en contra de Bush y que ahora Capriles usará en contra de Raúl
Castro. Pues para nadie es un misterio: Maduro es el candidato venezolano de
la dictadura militar cubana.
No por último, Capriles ─ al igual que Henri Falcón, político de
centro-izquierda ─ posee una carta que ya jugó, y muy bien, en contra de
Chávez: esa es la carta social. En ese sentido Capriles puede
convertirse en el acusador de un sistema que practica un “neoliberalismo de
Estado". Uno que gracias a la destrucción del aparato productivo y la
consiguiente subordinación a las importaciones de las potencias externas, sobre
todo de los EE UU, enriquece con devaluaciones monetarias al gobierno, pero a
costa del bienestar de la mayoría de los venezolanos.
Seguramente Capriles explicará cómo cada centavo que gasta el gobierno en
su faraónica campaña electoral, aumentará el monto del próximo
"paquetazo" post-electoral; el mismo que pagarán en moneda dura todos
los venezolanos.
Pero, además de todas esas cartas, Capriles tiene en su mano otra, quizás
la más decisiva.
Esa es la carta de la verdad.
Capriles, sabiendo que con su postulación no tiene nada que perder, ha
decidido arrojar esa carta sobre la mesa.
Decir la verdad, sea donde sea, duela a quien duela, y aunque se venga el
mundo abajo, es tarea de santos y mártires, casi nunca de políticos. Capriles,
en cambio, la asume políticamente. Quizás por eso se le ve más suelto; incluso
más libre, en sus discursos. Ha bebido del néctar de la verdad; y lo goza. Ya
no se preocupa de frases hechas; está más allá de los cálculos, de las poses
pre-concebidas y de los comunicadores profesionales. Yo diría, más allá de la
política ritual. Esa es la razón por la cual frente a Capriles, Maduro, un
personaje altamente ideologizado y mitómano hasta los huesos, se ve, a pesar
del carisma que succiona del presidente muerto, como un ser sin vida propia, o
como uno de esos pobres hombres que nunca han podido superar el complejo paterno
("Yo soy hijo de Chávez") y que, por lo mismo, nunca serán
definitivamente adultos. Maduro vive bajo el amparo mítico de su padre muerto,
la fase más pubertaria de su vida política. Capriles, en cambio, es, o ha
llegado a ser, un político adulto.
Solo la verdad, es decir, la disencia frente a la no-verdad, nos convierte
en seres adultos.
La verdad nos hace libres; entre otras cosas, libres de la mentira. La
verdad puede ser, por eso mismo, violenta (Hannah Arendt) Pues debajo de cada
mentira hay una verdad, y cuando la verdad irrumpe en la superficie, destroza a
una mentira. Eso a veces duele. Pero, a la vez, no hay nada más bello que vivir
bajo el imperio de la verdad. Quien la ha conocido no la abandonará jamás.
Quien la dice, llenará su vida con un placer incitante; me atrevería a decir:
erótico.
Tengo la impresión de que Capriles abandonó todo cálculo, toda estrategia y
toda táctica inútil. Está diciendo, cada vez que habla, la verdad. Quizás, más
allá de toda encuesta, pronóstico, resultado, o lo que sea, un político, en
este caso Capriles, ha optado por decir la verdad. Y así, aunque pierda,
ganará.
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