Roberto Casín. EL NUEVO HERALD
Ya no podrán encubrirse con la
tecnología, y decir que los periódicos han ido en picada porque la modernidad,
Internet y el aluvión electrónico que nos intimida los ha tirado por la borda.
Durante años esa ha sido la excusa, como lo ha sido también la profana idea
echada a rodar por los gurús de la “comunicación social” de que a la gente no
le interesa ya leer las noticias porque las ve en la computadora o el
televisor.
Acaba de sacarlo a la luz un minucioso
estudio hecho por el centro de investigaciones Pew, según el cual el 31 por
ciento de los adultos en Estados Unidos ha dejado de recurrir a los medios de
prensa porque estos ya no les proporcionan las noticias que estaban
acostumbrados a recibir. De acuerdo con el informe, año tras año de recortes en
las redacciones han dado como resultado una baja en la calidad informativa de
periódicos, impresos y digitales, y también de la televisión.
Ahí lo tienen. Los sepultureros del
buen periodismo están dentro, no fuera. Las causas externas han sido sólo un
pretexto para que en las redacciones, en vez de profesionales, se paseen los
mamelucos que han hecho de la información un asunto de mera mercadería. Lo he
visto con mis propios ojos. Periodistas de puntería mal pagados, subestimados
porque pecan de saber lo que se traen entre manos, que huelen cuando una
noticia debe ir en minúscula o mayúscula, que aprendieron el oficio entre
viejos sabuesos y no en aulas donde lo que se enseña es mercadeo. Al otro lado
de la medalla, ejecutivos que no tienen ni la menor idea de cómo se sazona un
artículo o qué cosa es una crónica, que no saben titular una plana en buen
español ─ a duras penas en espanglish ─, que no reconocen lectores sino
audiencias y les importa más lo frívolo que lo trascendente.
En los últimos años los periódicos se
han convertido en gacetillas donde las noticias se publican en el espacio que
deja la publicidad, y los reportajes de fondo han sido echados a un lado para
dar paso a notas sobre la farándula, los deportes, el estado del tiempo, la
bisutería social, los escándalos… Lo peor es que se ha ido imponiendo en las
decisiones editoriales la destemplada opinión de que todo el público es bruto,
indolente, materialista y masivo, inclinado a lo superfluo y lo vulgar. El
estudio de Pew cita, por ejemplo, que durante la última campaña electoral los
periodistas fueron más “altavoces” de los candidatos que reporteros a cargo de
investigar los temas de relevancia para la ciudadanía.
Ya lo dije en uno de estos Vistazos.
Que iban quedando menos periódicos de los de antes, donde la lupa política sólo
la empuñaban los editorialistas, los fotógrafos de plana conseguían hacer con
una sola imagen lo que sus colegas de buró a duras penas lograban con cien palabras,
los reporteros de infantería tentaban el peligro y no la politiquería, los
editores respetaban las reglas básicas del idioma y del oficio, los jefes de
redacción eran los gatos más escaldados, y los directores habían escrito al
menos una columna en su vida que valiera la pena.
Las consecuencias han sido patéticas:
revistas legendarias como Newsweek desaparecidas de los quioscos, periódicos
reducidos a folletines publicitarios, presentadores de noticias en la tele que
más nos valdría que anunciaran champú o pasta de dientes. Pero el daño peor ha
sido que la mayoría de los medios de prensa se han banalizado tanto que hasta
desdeñan su propio asunto: informar, educar y darle luz al entendimiento. Lo
mejor del estudio de marras, y eso se lo debemos a Pew, es que al menos les
corta la lengua a los chupatintas que hoy señorean en las redacciones y que se
llenan la boca para profesar que existe un nuevo periodismo, que hay un nuevo
modelo de negocio, que las viejas reglas del oficio ya no funcionan, y que los
que llevamos cuatro décadas dándole espuelas al potro no sabemos nada de
caballos.
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