Luis Cino Alvarez. CUBA ACTUALIDAD (PD)
Me enviaron por correo electrónico una
foto que daría risa si no fuese para preocuparse. En ella, un líder opositor
(no diré su nombre porque no tengo dudas que es un hombre valiente y honesto,
lo ha probado con creces) habla por el celular mientras uno de sus seguidores,
con gesto reverente, lo protege del sol con un paraguas.
La foto debe haber sido tomada en el
patio de una casa, porque el líder opositor va sin camisa, lo cual me hace
pensar que no debe ser tan alérgico al sol como para necesitar un ayudante con
paraguas. Digo, de no ser que hubiese acabado de sacarse una muela.
Así que ya tenemos líderes con
edecanes con sombrilla. Solo falta que estén bajo palio. Como un papa, un jeque
árabe o ciertos dictadores africanos.
Decía que es para preocuparse porque
es bien conocida la manía cubana por los caudillos y la guataquería.
Lo peor que le pudiese pasar a Cuba es
que el protagonista del cambio sea un nuevo caudillo, un disidente en jefe,
carismático y tan querido por sus seguidores que llegue a creerse
insustituible, por encima del bien y del mal.
Debiésemos ya haber aprendido la
lección. Pero no. Vemos cómo se promueven líderes opositores en base a su
valentía, a sus actos espectaculares o simplemente porque determinadas
organizaciones del exilio lo deciden sin tener en cuenta la realidad.
La promoción de un líder y una sola
organización -¿el nuevo Partido Único?- que integre a todas las demás, iría
contra la diversidad democrática, induciría tentaciones autoritarias, y crearía
nuevos resquemores y rencillas al pretender liquidar las identidades de
partidos y movimientos con un largo historial en la lucha contra la dictadura.
Pero no solo eso. Esa unificación
forzada pudiese favorecer más al régimen que a la oposición. Para la policía
política resultaría más fácil infiltrar a sus agentes en una sola organización
que en varias. Y ni se diga si se deciden a descabezarla.
¿Se imaginan que la Seguridad del
Estado lograra crear un súper-disidente con el que de un solo tiro pudiesen
controlar todos los hilos de la oposición y la sociedad civil?
Ojala pudiese salir de las concertaciones
opositoras algo que funcionase como un parlamento democrático. ¡Qué más
quisiéramos! Pero la historia enseña que experiencias similares, como Todos
Unidos, siempre han terminado en el fraccionamiento y las rencillas entre
líderes con demasiado afán de protagonismo.
Entonces, ¿valdrá la pena subordinar
proyectos que han fructificado y se han consolidado, como el periodismo
independiente, las bibliotecas independientes, Nuevo País y las asociaciones
jurídicas, a concertaciones y alianzas cuyos resultados están todavía por
verse?
Hay organizaciones opositoras que
creen tener la clave para lograr el triunfo de la democracia, pero que en
realidad, no adelantan en ese camino, sino que más bien significan un retroceso
para la oposición en las actuales condiciones del país.
Antes que crear el caos y acercarnos a
la posibilidad de un escenario violento, la oposición debe articular un
discurso coherente, capaz de llegar al hombre de la calle, hablarle de los
problemas que lo agobian, atraer y ganar al mayor número posible de cubanos, no
solo a los abiertamente enfrentados al régimen.
A juzgar por las quejas de la
población, pudiese parecer que el régimen hace tiempo que perdió las calles. Es
un espejismo. Aún subsisten el miedo y la más apática indefensión. Por tanto,
la calle, digan lo que digan, sigue bajo el control del régimen. De un modo
precario y volátil, pero la controla.
La culpa no es sólo del accionar de la
Seguridad del Estado y las brigadas de respuesta rápida. La oposición tiene su
parte de responsabilidad por la indolencia y la incapacidad ciudadana.
La disidencia no puede estar encerrada
en un ghetto. Los actos de desobediencia civil en la calle son necesarios, pero
requieren de determinadas condiciones para que resulten provechosos. Sólo la madurez
política y el sentido común pueden evitar que se conviertan en fiascos con un
alto costo represivo.
Hoy, en las particulares condiciones
que vive el país, las protestas callejeras, salvo casos excepcionales ─ como
las marchas de las Damas de Blanco o las protestas por desalojos en barrios
marginales ─ no pueden dejarse a la irreflexión, el apasionamiento y la
improvisación.
Las autoridades han demostrado que no
dudarán en recurrir a la represión más brutal para que la oposición no le tome
las calles. Si lo hacen, deben pagar un alto costo político por ello. No es ese
el caso si el saldo de la represión es sólo un puñado de opositores apaleados.
Algunos pueden ir a parar a la cárcel. Los represores suelen actuar rápido,
vestidos de civil y sin testigos. El espectáculo represivo contra unos pocos
disidentes contribuye a amedrentar más a la población.
Es el caso, por ejemplo, de la Unión
Patriótica Cubana (UNPACU), que dirige José Daniel Ferrer, un ex preso del
grupo de los 75. Sus integrantes en el oriente del país han tenido que pagar un
alto costo en cuanto a golpizas, detenciones, enjuiciamientos y condenas a
prisión. Probablemente la UNPACU sea el movimiento opositor con más integrantes
en la cárcel.
Cuando José Daniel Ferrer y los
activistas de UNPACU convocan protestas en las calles, la población se asusta,
porque ya sabe lo que va a ocurrir después. Solo se animan a participar un
puñado de opositores decididos, los mismos de siempre, que ya no tienen nada
que perder, y algunas personas cuyo objetivo final es conseguir avales para
emigrar.
El liderazgo no lo determina solo la
valentía, la honestidad, la inteligencia, la credibilidad, el carisma, el poder
de convocatoria, el historial en la lucha o los años en prisión. A veces, todo
eso no basta. Hace falta algo más. Pero exigir tantas virtudes a un simple
mortal es excesivo.
Antes que imponernos máximos líderes y
unidades artificiales que resultarán de duración efímera, la oposición debe
madurar y crecer. El principal reto hoy es trabajar en la diversidad, y en vez
de unanimidad, buscar consensos. Esa es la base de la democracia a la que
aspiramos.
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