Mario J. Viera
Por elemental principio humano respeto
el dolor ajeno y siento la empatía que me inspira un hijo ante la muerte de uno de sus
progenitores. Admiro el dolor íntimo, sin alharacas de aquel que lamenta la
pérdida de un ser querido. Mas, sin embargo, detesto el alarde patricio del
dolor, de la pena que no se guarda dentro del alma sino que se expresa hacia el
exterior, para disfrute del circo humano. Si, para mí, ese alarde del sufrir
gallardo es simple hipocresía.
Me indigna que esos que se dicen
cristianos publiciten en plazas públicas su dolor; porque el dolor ha de
sufrirse en el silencio de la intimidad como el orar se debe hacer en lo oculto
de la habitación y no en plazas y cantones.
Llora la hija del difunto presidente
Hugo Chávez y es justo que los hijos lloren por sus padres al momento de la
final despedida. Si, duele la partida del progenitor como le ha dolido a María
Gabriela Chávez; si, para ella, para cualquier hijo de vecino, esa pérdida es “un
dolor que quema en el alma”.
¿Por qué hacer alarde de haber
llorado, gritado y rogado al cielo? Eso es íntimo, no se publica por escrito
como si fuera una carta abierta aparecida en los medios. No hay por qué
pregonar ese impulso que te impone decirle al ser querido en su partida: “Te
amo, te siento y te vuelvo a llorar”. No lo dices en silencio a tu padre
muerto, pobre María Gabriela, lo dices para que el público crea en tu dolor. Al
hacerlo haces que yo dude de tu pena, que no la sienta legítima, que se expresa
como instrumento de propaganda política, porque por intereses políticos los
compinches de tu difunto padre se han encargado de hacer público ese dolor que
tú dices sentir ante la muerte de tu padre.
Sin embargo, María Gabriela, tú afirmaste
que nunca te has “involucrado directamente en cuestiones de política” cuando
escribiste otra carta, según tú, al verte “en la necesidad de alzar mi voz
contra quienes quieren jugar con el dolor de mi familia, el dolor de mi pueblo
y, sobre todo, con la memoria de mi gigante padre”.
Entonces respaldaste a los que mentían
sobre el estado de salud física y mental de tu padre atacando “a los señores de
la oposición enferma y especialmente al señor Capriles…” que habían denunciado
aquellas mentiras de Maduro y comparsa. Le restregaste entonces en la cara a
los de esa oposición que tú denominas “enferma” esta frase contundente: “Siempre
se ha dicho que la política es sucia” ¿Lo dedujiste por los modos demagógicos,
ramplones y vulgares conque tu fallecido padre conducía la política en
Venezuela?
Siento lástima por ti, muchacha nueva rica,
no por tu dolor sino porque te has convertido en sentimental mecanismo de
manipulación de la política más burda. Esa burda política que te impulsa a
involucrarte cuando le expresas al difunto dictador: “Nosotros cuidaremos tu
patria y defenderemos tu legado, como tú nos enseñaste a hacerlo”, cuando
agradeces diciendo: “Gracias comandante por devolvernos la patria”, cuando en
realidad tu padre entregó la patria venezolana a los tiranos de Cuba, cuando
sumió la soberanía de Venezuela a los dictados de los Castro.
Reconozco que no soy eso que llaman
políticamente correcto y me considero un convencido iconoclasta de ídolos
humanos, de falsos mesías, de fuhrers, de caudillos y de máximos líderes; por
eso, discúlpame María Gabriela, no creo en tu dolor, no te siento sincera.
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