Francisco
Rivero Valera
El culto a la personalidad es la
veneración extrema hacia una persona carismática. Y puede llegar a la adoración y a dimensiones
religiosas.
Desde que fue editado por el socialista
Nikita Kruschev en su discurso para el congreso ruso del Partido Comunista en
1956, paradójicamente dirigido al dictador José Stalin, ha sido un concepto
usado siempre en forma peyorativa. Thompson.
Taubman.
Pero, lo más impresionante del culto a
la personalidad son las graves consecuencias de su triple impacto y de su final
devastador: ocasiona trastornos de la personalidad del líder, haciendo
patológico su narcisismo. Incentiva el culto por el poder de tal manera
que se cree privilegiado por 3 carismas:
imprescindible, iluminado y divino. O sea, un dios inmortal de carne y hueso. Y
ungido para instalar una dictadura.
Por eso, el comportamiento de la gente
que recibe culto a la personalidad y los dictadores es idéntico. Son adictos al
poder, grandes manipuladores, irresponsables y narcisistas.
Como adictos al poder utilizan cualquier
medio psicológico, físico o social, para garantizar la continuidad indefinida
de sus gobiernos. Pero, como manipuladores usan su imagen para hacer creer que
la patria o la institución y el dictador son lo mismo. O sea, si el dictador
deja de gobernar, la patria sería ingobernable. Si el Führer es amenazado, la
patria sería amenazada. Y son irresponsables al inducir la conmutación de la
responsabilidad de los problemas para que sea atribuida a la conspiración
interna o externa del enemigo común, y nunca al líder.
Sin embargo, el narcisismo en los
dictadores es de especial trascendencia: alcanza niveles tan psicopatológicos
que puede llegar a ser manía, al bautizar con sus nombres e ideología los
edificios públicos, escuelas, empresas, calles, mercados y demás, como los
topónimos de Lenin, e impregnar las instituciones públicas y medios de
comunicación, con sus fotografías y propaganda política. Por eso, la
manipulación ideológica es orientada
para que sea vista, no como una exposición electiva de ideas sino como una
confrontación inminente entre un hipotético enemigo común, interno o externo, y
la patria, que necesita de la participación imprescindible del dictador, para
vencer o morir.
En consecuencia, en ese dramático
escenario del narcisismo por culto a la personalidad, todo disidente es
considerado traidor a la patria, por ser crítico del dictador, y merecedor de
represión por decreto, y no por jurisprudencia.
No obstante, a través de la historia se
ha visto que si el comportamiento de los dictadores es similar, el final
también es idéntico, con la ruina del país, la confrontación bélica interna o
externa, y la muerte, trágica o natural, del Führer. Verbigracia: Adolf Hitler
en Alemania, Benito Mussolini en Italia, Muhammad Gadafi en Libia, Nicolae
Ceausescu en Rumania, Alfredo Stroessner de Paraguay y cientos de dictadores
pasados, muertos y olvidados, y solo inscritos en la historia triste y negra de
muchos países. Rev. Forbes.
Pero, el verdadero desiderátum comienza
con el deceso inevitable del líder. Sigue hacia el desmantelamiento de todos
los signos de su narcisismo, con la eliminación de fotografías y propaganda
política de las escuelas y nombres de edificios. Y continúa con la libertad de
la disidencia y el largo renacimiento de
las instituciones del nuevo país.
Y es que, afortunadamente, en palabras
de mi pueblo: no hay mal que dure 100 años ni cuerpo que lo resista.
Amén.
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