Xavier Reyes Matheus. EL MUNDO. AMERICA
Xavier Reyes Matheus, Fundación Dos de Mayo, Nación y Libertad.
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Mientras el mundo entero llora la muerte de Hugo
Chávez y recuerda su "excepcional figura", unos cuantos millones de
venezolanos permanecemos al margen de la humanidad. Somos los adversarios del
chavismo, y quienes reparan en nuestra reticencia se limitan a explicarla
porque somos "radicales". Nos catalogan así, sobre todo, aquellos que
van buscando un "justo medio"; esos que creen que la prudencia es
relativismo; los que pueden darse el lujo de ser comprensivos con males que
no les afectan. Uno de estos contemporizadores, catedrático americanista,
salda cuentas con la memoria de Chávez como quien da una risueña colleja a un
niño travieso: "La gran mayoría del pueblo venezolano, el mismo que fue
rescatado del olvido y de la postración social por Chávez, le perdonaba una y
otra vez los fallos y los errores que podía cometer", dice. Otro artículo,
de un diplomático jubilado, recuerda que "autócrata, arbitrario, tal vez corrupto,
ganó unas elecciones aceptablemente".
Viendo tanta continencia, y junto a ella el franco
entusiasmo que el caudillo muerto despierta en otros muchos, someto a examen
los canales por los que se vinculan mi psiquismo y mis ideas políticas y debo
decir, para desengaño de la tesis sobre el "radicalismo", que no
encuentro pulsiones de extrema derecha. No cumplo con ninguno de los rasgos
que, sin necesidad de más informes, endilgan en todas partes a los que se
oponen a Chávez. Ni yo ni los míos procedemos de oligarquías económicas o
políticas, y mi familia ha vivido siempre de trabajar en los oficios que
aprendieron en la universidad: una formación que cualquier socialista europeo
encuentra muy compatible con su propio modus vivendi, pero que de seguro
juzgará insufrible lujo y pijería en un latinoamericano. Resulta, por otra
parte, que no me reconozco en esa protervia que se supone llevamos en el ADN
los que no nos manifestamos con el puño en alto. No gozo con el dolor de los
pobres; no tengo aprehensiones hacia ninguna raza; no soy fanático de ningún
credo religioso, etc. Pero lo que es más importante: no tengo el deber de
probar nada de eso ante los socialistas. Si se creen investidos de una
superioridad no ya moral, sino ontológica, y si de ese prejuicio de secta pretenden
sacar el derecho de apabullar a todos los demás, no seré yo quien se lo
reconozca.
Moisés Naím ha escrito que lo mejor de Chávez fue
haber roto la coexistencia pacífica que la Venezuela moderna tenía con la
pobreza. Y eso, que es como agradecer las convulsiones que alertan de una
infección severa, es una gran verdad. Por lo insostenible de aquel modelo se
comprendió que una opción nueva debía abrirse camino. Habría que recordar el
apoyo que el teniente coronel recibió en su primera campaña de los medios
de comunicación, de la Iglesia, de los intelectuales, de buena parte de la
clase media y de muchos empresarios, hartos todos de la partitocracia. Si con
ese cheque en blanco Chávez hubiera corregido los vicios del sistema, y si
hubiera dado el golpe de timón para encaminar a Venezuela por el camino de la
prosperidad y del desarrollo, yo lo estaría sintiendo hoy como el que más. Pero
admito que a mí no me defraudó. Su pasado golpista era lo bastante elocuente
como para saber que no era un demócrata, aunque se vistiese de tal. Y en
efecto: lejos de ver en las convulsiones una oportunidad para curar al enfermo,
encontró en ellas el pretexto para atarle.
No sé en qué medida sus presos políticos, sus
atentados a la propiedad privada, su persecución de los adversarios, su
patrocinio a la violencia resultarán peccata minuta para los que hoy afectan
una postura de "centro" frente al régimen chavista. Los que lo hemos
adversado no hemos estado dispuestos a aguantar lo que no toca a nadie que se
tenga por ciudadano y no por súbdito. A nosotros no nos dignifica ningún
"mi comandante". ¿Sería usted radical y ultra por no admitir que el
presidente de su país lo llamase "escuálido", "lacayo del
Imperio", "vendepatria", "fascista" y
"mierda"? No, sin duda, salvo que asienta en las dos premisas que
pretende imponernos la izquierda: que nos lo merecemos, porque ellos lo han
decretado; y que el mandamás puede hacerlo impunemente, porque está más allá
del bien y del mal. Pues no, no lo aceptamos; allá los que tengan espíritu
servil. De nosotros, los líderes podrán esperar votos: NUNCA devotos.
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