Mario J. Viera
Fue la tercera fumata. Desde la plaza
de San Pedro una emocionada multitud vio ascender a los cielos el humo blanco
que anunciaba la elección de un nuevo papa. Se acercaba el anochecer y una leve
llovizna caía sobre aquel ferviente gentío que aguardaba para ser testigo de la
historia.
Realmente esta elección papal es
histórica. Ocurre tras la renuncia del anterior pontífice y por primera vez se
elige a un cardenal no europeo, sino latinoamericano. Un argentino hijo de
inmigrantes italianos. Miembro de la Orden de Jesús fundada por Ignacio de
Loyola se convirtió en el primer jesuita en ascender al trono pontificio. El
primer papa, además, que escoge como nombre pontificio el de Francisco, nombre
que tiene un significado profundo para la Iglesia Católica, el del místico
renovador del siglo XII y santo de Asís.
Muchos pensábamos que la Iglesia
católica necesitaba un nuevo Francisco de Asís para renovarse, para volver a
sus raíces primicias, de humildad, pobreza y amor por los desheredados; una
iglesia que supiera superar el escándalo de los curas pedófilos y de las
conspiraciones palaciegas en el Vaticano.
Quizá, dentro de lo estrictamente
ético Jorge Mario Bergoglio sea renovador y exigente pero nada hay en él, salvo
en la humildad de su persona de la que hablan muchos de quienes le conocen, que
nos permita creer que será un Papa al estilo de Juan XXIII, por su ortodoxia y
por su vocación conservadora será un Papa fiel a los dogmas de fe obsoletos.
Sobre el Papa Francisco gravita la
profecía de Malaquías como el último Papa antes del advenimiento del fin de los
tiempos: “Durante la persecución final de
la Santa Iglesia de Roma reinará Pedro el Romano, quien apacentará a su rebaño
entre muchas tribulaciones, tras lo cual, la ciudad de las siete colinas será
destruida y el Juez Terrible juzgará al
pueblo”.
Muchos pensaron que ese último Papa,
identificado por Malaquías como Pedro el Romano, sería el cardenal Tarcisio
Bertone, cuyo nombre completo es Tarcisio Pietro Evasio Bertone y nacido en la
comune Romano Canavese en la provincia italiana de Turín. La decisión
cardenalicia, al menos en cuanto al Papa Pedro el Romano, dio un mentís a la
apocalíptica profecía de Malaquías que
se decidió por un Papa que aunque de origen italiano, nació en Argentina, en
Buenos Aires y decidió llamarse Francisco.
La nota pintoresca, ridícula, sobre la
elección del Papa Francisco la dio, en Venezuela el impostor Nicolás Maduro que
no termina por deshacerse del fantasma de Hugo Chávez y declaró muy seriamente
y con acompañamiento de aplausos, que el difunto presidente había ascendido a
la gloria, al encuentro con Cristo y había influido ante él para que se
eligiera un Papa sudamericano. Olvidó algo Maduro, el antes cardenal y arzobispo
de Buenos Aires no debió ser muy del agrado de San Hugo Chávez dadas las
confrontaciones del prelado con su bien amada Cristina de Kirchner, amén de las
sospechas infundadas o no de haber colaborado con la Junta Militar y específicamente
en lo relacionado con la detención y tortura de los sacerdotes jesuitas
partidarios de la teología de la liberación en 1976 Orlando Yorio y Francisco
Jalics.
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