Elizabeth Araujo. TALCUAL. Digital
El hombre gesticula como Chávez, se
viste a lo Chávez, trata de hablar como Chávez, y se ha atrevido con poca
gracia a soltar unas anécdotas, como lo hacía Chávez; y ahora resulta que se presenta
como el hijo de Chávez.
Pero Nicolás Maduro no es Hugo Chávez.
Y ese parece ser el drama de quien hoy aparece en la contienda electoral como
el heredero legítimo de alguien que no puede hablar para confirmarlo. Aquí no
se trata de que su único empleo haya sido el de autobusero, con lo cual, de
manera infeliz algunos extremistas (a quienes se suman sus enemigos chavistas)
pretenden descalificarlo.
El problema de quien hoy usurpa la
Presidencia de la República es que estuvo durante 14 años en funciones de
gobierno y no aprendió a superarse como dirigente político. Maduro no dejó una
carretera inaugurada, una escuelita a medio terminar, inclusive su paso en la
presidencia de la Asamblea Nacional está sujeto por un asterico.
De allí la prisa de los magistrados
del TSJ y de los rectores del CNE por ungirlo como "presidente
encargado" y además candidato con derecho a violar las normas electorales,
usando por ejemplo los canales televisivos del Estado para denostar contra el
adversario, empleando latiguillos que, seamos justos, Hugo Chávez lanzaba a
veces en forma graciosa, como ese de "majunche" y
"vendepatria".
Nicolás Maduro no. Nicolás Maduro
necesita con urgencia ya no un traje propio de candidato sino una personalidad
que se ajuste a su condición de Nicolás Maduro, esa de quien fue canciller y
terminó en la frontera de Nicaragua en aquel rocambolesco episodio de ingresar
clandestino a Zelaya en Honduras; o el Nicolás conspirador que trazó un plan en
Paraguay para deponer a quienes a su vez habían sacado al entonces presidente
Fernando Lugo.
Afirmar, al lado de Haiman El Troudi y
Tareck El Aissami, que su apellido es lo más representativo de la
venezolanidad, para burlarse del apellido Radonski; o sugerir que Capriles
podría ser homosexual porque no se ha casado, no solo es una exhibición de
homofobia barata sino que muestra el peligroso fascismo ordinario que convive
en quienes se confiesan revolucionarios, y hacen votos de pobreza pero duermen
rodeados de lujos y guardaespaldas.
Desde luego que la estrategia de
mercadeo al proclamarse heredero de Chávez le da dividendos ante miles de
venezolanos que sintieron suya la pérdida del líder del proceso bolivariano.
Pero, ¿qué pasará después cuando esos
mismos compatriotas, que hicieron largas colas para despedirse del Comandante,
descubran que Nicolás no está capacitado para resolverles los asuntos de su
vida cotidiana porque pasó 14 años en el gobierno sin hacer nada? ¿Qué harán
entonces, luego de que lo hayan "elevado" a la presidencia, cuando
sepan que Nicolás ni Jaua ni Diosdado ni Ramírez son los socialistas que
dijeron ser, y que, como en aquel artículo de Cabrujas, alguien les pregunte
cómo va la vaina, y ellos respondan "¿La revolución? Ah bien, gracias...
les mandó saludos".
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