jueves, 14 de marzo de 2013

Capriles resteado


Rubén de Mayo. EL UNIVERSAL

Bien es sabido lo que significa el verbo restear, de uso muy frecuente en Venezuela: "echar el resto", significa, y es esto lo que Henrique Capriles se comprometió a hacer,  en brillante y contundente discurso, como candidato ya de la oposición.

 Ante la utilización grosera y descarada que se hace del difunto presidente Chávez para que  Nicolás Maduro haga proselitismo político cabalgando en la popularidad del caudillo, ha surgido cierta sensación de derrotismo entre los opositores (más del 40% de los electores, unos 6 millones y medio de votantes), quienes han visto, magnificado por los medios oficiales, la gran cantidad de personas que hacen cola para darle el último adiós a Chávez.

 El bombardeo comunicacional ha sido devastador. Los medios del Estado (del Gobierno, quiero decir) se han encadenado al funeral de Chávez, endiosando su figura como el "Cristo de los pobres". Ciertamente, la afluencia de personas al funeral ha sido considerable; pero no nos dejemos vencer por la kilométrica cola, era de esperarse, fueron más de 8 millones los que votaron por Chávez. Esa muchedumbre, como bien nos lo ha hecho recordar Vargas Llosa, es de similares características psicológicas a la que idolatró y derramó lágrimas a cántaros por Franco o Stalin, cuyos funerales fueron muy concurridos y lagrimosos.

 Esta situación se ha combinado con el reconocimiento de la comunidad internacional del liderazgo del Presidente difunto. No solamente han sido los presidentes chulos (bastante dinero que le ha costado a Venezuela la proyección política del Comandante) de Bolivia, Cuba, Nicaragua o Ecuador quienes han dado muestras de sentido duelo, sino que hemos recibido la presencia de una muy buena cantidad de mandatarios, de distinta pelambre político-ideológica, que han prestigiado con su presencia, sea por decoro, diplomacia o negocios, las exequias de Chávez.

 Agreguemos también a todo lo anterior, la no velada complicidad y colaboracionismo de todas las instituciones del Estado, comenzando por el Tribunal Supremo de Justicia, que han preparado y acondicionado el terreno para que Maduro, desde el poder de la presidencia, la más ventajosa posición para competir en unas elecciones, sea candidato presidencial.

 Normal, entonces, que la oposición, desde hace tiempo a la expectativa por la enfermedad del Presidente, experimente una sensación de derrota, avasallada por la fuerza de un Gobierno mediático que ha convertido el sepelio de Chávez en una gran verbena fúnebre (recomiendo al visitante comprar uno de los muchos suvenires ─ camisas, llaveros, gorras, afiches, boinas, muñecos chavistas, videos, etc. ─ que están a la disposición en los variados tarantines que hay; así como disfrutar, mientras deleita sus oídos con música llanera o de protesta, de una deliciosa comida típica en caso de que el hambre apriete), desfigurando por completo la imagen de un hombre que dijo de sus contrarios y opositores linduras y bellezas como éstas: burro; cachorro del imperio; ladrón de siete suelas; fascista (este insulto le encantaba); y a un representante de la Iglesia, Monseñor Castillo Lara: fariseo, hipócrita, bandido, diablo, alcahueta, golpista e inmoral. De la Conferencia Episcopal Venezolana dijo una vez que sus miembros eran: demonios, estúpidos y vagabundos.  A sus contendores por la presidencia, Rosales y Capriles, los llamó: imbécil, narcotraficante, desgraciado, majunche y "la nada". Y no dejemos de citar las ofensas e insultos de siempre: escuálido, apátrida, pitiyanqui, oligarca, golpista, traidor. La lista es larga y basta el recuerdo de una sola descalificación para asombrarse de la beatificación de tan extravagante caudillo.

 Decíamos, pues, que una buena parte de la oposición, dado este cuadro, nos parecía apesadumbrada y con una sensación de derrota. Pero esto fue hasta el domingo 10 de marzo, fecha en la cual Capriles anuncia su decisión de lanzarse de nuevo como candidato. No fue un anuncio cualquiera, el de Capriles, ya que lo acompañó de un certero y lacerante discurso que recogió lo que muchos venezolanos piensan: que la cúpula chavista está enferma de poder; que se mintió en relación a la enfermedad del Presidente, manipulando; que no sabemos a ciencia cierta cuándo murió Chávez; que las lágrimas de Maduro son fingidas, puro teatro cubano; que la gente chavista no confía en el entorno de Chávez, por inepto y corrupto; que hay conflictos internos y rivalidades en el chavismo, etc.

 Este discurso de Capriles expresó el sentir del pueblo, opositor y chavista,  y marca un punto de inflexión en su estrategia política, que de seguro ahora será más agresiva e irreverente. He sido muy crítico de Capriles por su discurso y falta de olfato políticos, lo saben mis lectores, pero lo que le sobró ayer fue elocuencia e intuición política para leer entrelíneas el sentir popular. Una vez escribí un artículo intitulado: Otro Gallo Muerto, en alusión a Capriles; ahora debo decir de él: ¡Ése es mi Gallo!

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