Rubén de Mayo. EL UNIVERSAL
Bien es sabido lo que significa el verbo
restear, de uso muy frecuente en Venezuela: "echar el resto",
significa, y es esto lo que Henrique Capriles se comprometió a hacer, en brillante y contundente discurso, como
candidato ya de la oposición.
Ante la utilización grosera y descarada que se
hace del difunto presidente Chávez para que
Nicolás Maduro haga proselitismo político cabalgando en la popularidad
del caudillo, ha surgido cierta sensación de derrotismo entre los opositores
(más del 40% de los electores, unos 6 millones y medio de votantes), quienes
han visto, magnificado por los medios oficiales, la gran cantidad de personas
que hacen cola para darle el último adiós a Chávez.
El bombardeo comunicacional ha sido
devastador. Los medios del Estado (del Gobierno, quiero decir) se han
encadenado al funeral de Chávez, endiosando su figura como el "Cristo de
los pobres". Ciertamente, la afluencia de personas al funeral ha sido
considerable; pero no nos dejemos vencer por la kilométrica cola, era de
esperarse, fueron más de 8 millones los que votaron por Chávez. Esa
muchedumbre, como bien nos lo ha hecho recordar Vargas Llosa, es de similares
características psicológicas a la que idolatró y derramó lágrimas a cántaros
por Franco o Stalin, cuyos funerales fueron muy concurridos y lagrimosos.
Esta situación se ha combinado con el
reconocimiento de la comunidad internacional del liderazgo del Presidente
difunto. No solamente han sido los presidentes chulos (bastante dinero que le
ha costado a Venezuela la proyección política del Comandante) de Bolivia, Cuba,
Nicaragua o Ecuador quienes han dado muestras de sentido duelo, sino que hemos
recibido la presencia de una muy buena cantidad de mandatarios, de distinta
pelambre político-ideológica, que han prestigiado con su presencia, sea por
decoro, diplomacia o negocios, las exequias de Chávez.
Agreguemos también a todo lo anterior, la no
velada complicidad y colaboracionismo de todas las instituciones del Estado,
comenzando por el Tribunal Supremo de Justicia, que han preparado y
acondicionado el terreno para que Maduro, desde el poder de la presidencia, la
más ventajosa posición para competir en unas elecciones, sea candidato
presidencial.
Normal, entonces, que la oposición, desde hace
tiempo a la expectativa por la enfermedad del Presidente, experimente una
sensación de derrota, avasallada por la fuerza de un Gobierno mediático que ha
convertido el sepelio de Chávez en una gran verbena fúnebre (recomiendo al
visitante comprar uno de los muchos suvenires ─ camisas, llaveros, gorras,
afiches, boinas, muñecos chavistas, videos, etc. ─ que están a la disposición
en los variados tarantines que hay; así como disfrutar, mientras deleita sus
oídos con música llanera o de protesta, de una deliciosa comida típica en caso
de que el hambre apriete), desfigurando por completo la imagen de un hombre que
dijo de sus contrarios y opositores linduras y bellezas como éstas: burro;
cachorro del imperio; ladrón de siete suelas; fascista (este insulto le
encantaba); y a un representante de la Iglesia, Monseñor Castillo Lara:
fariseo, hipócrita, bandido, diablo, alcahueta, golpista e inmoral. De la
Conferencia Episcopal Venezolana dijo una vez que sus miembros eran: demonios,
estúpidos y vagabundos. A sus
contendores por la presidencia, Rosales y Capriles, los llamó: imbécil,
narcotraficante, desgraciado, majunche y "la nada". Y no dejemos de
citar las ofensas e insultos de siempre: escuálido, apátrida, pitiyanqui,
oligarca, golpista, traidor. La lista es larga y basta el recuerdo de una sola
descalificación para asombrarse de la beatificación de tan extravagante
caudillo.
Decíamos, pues, que una buena parte de la
oposición, dado este cuadro, nos parecía apesadumbrada y con una sensación de
derrota. Pero esto fue hasta el domingo 10 de marzo, fecha en la cual Capriles
anuncia su decisión de lanzarse de nuevo como candidato. No fue un anuncio
cualquiera, el de Capriles, ya que lo acompañó de un certero y lacerante
discurso que recogió lo que muchos venezolanos piensan: que la cúpula chavista
está enferma de poder; que se mintió en relación a la enfermedad del
Presidente, manipulando; que no sabemos a ciencia cierta cuándo murió Chávez;
que las lágrimas de Maduro son fingidas, puro teatro cubano; que la gente
chavista no confía en el entorno de Chávez, por inepto y corrupto; que hay
conflictos internos y rivalidades en el chavismo, etc.
Este discurso de Capriles expresó el sentir
del pueblo, opositor y chavista, y marca
un punto de inflexión en su estrategia política, que de seguro ahora será más
agresiva e irreverente. He sido muy crítico de Capriles por su discurso y falta
de olfato políticos, lo saben mis lectores, pero lo que le sobró ayer fue
elocuencia e intuición política para leer entrelíneas el sentir popular. Una vez
escribí un artículo intitulado: Otro Gallo Muerto, en alusión a Capriles; ahora
debo decir de él: ¡Ése es mi Gallo!
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