Pedro Corzo. EL NUEVO HERALD
El presidente Hugo Chávez murió el
mismo día que José Stalin. Coincidencia que vale la pena evocar, porque ambos
gobernantes promovían el socialismo, aunque en versiones diferentes.
El mandatario venezolano pretendió
imponer el Socialismo del Siglo XXI, una versión menos cruenta en bienes,
derechos y vidas que el socialismo real que implantó su par soviético, pero
fundamentada igualmente en el despotismo y el abuso de poder, como denunciaron
en múltiples ocasiones instituciones defensoras de los derechos humanos, entre
ellas la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, de la que retiró su
país por las constantes críticas a su administración.
Evidentemente su muerte genera numerosas
expectativas para Venezuela y el resto del continente americano. Su modelo
autocrático trascendió las fronteras, no por su capacidad de liderazgo, sino
por las grandes riquezas de esa nación que le permitieron invertir en un
proyecto político que sin dudas cosechó grandes éxitos.
Chávez no produjo el encantamiento
mágico de Fidel Castro, ni llegó al poder con la aureola de Mesías de su
maestro. Tampoco contó con las habilidades políticas del dictador cubano, pero
poseía un excelente olfato político, un aguzado sentido de la oportunidad y mucho
dinero, como se ha señalado.
Tuvo a su favor que un sector de la
clase política y empresarial venezolana, al igual que la cubana en su momento,
tenía vocación suicida y apoyó a un caudillo que paulatinamente le conculcaba
los espacios en los que desarrollaban sus actividades.
Su fórmula para acercarse al poder
absoluto fue novedosa. No destruyó las instituciones del estado, las transformó
a su medida, impulsando una constitución originaria que le abría un mundo de posibilidades
para avanzar al establecimiento de una dictadura institucional.
Legitimó el despotismo político por
medio de una eficiente maquinaria electoral. Una fórmula novedosa en un
continente en el que los caudillos habían impuesto su voluntad a sangre y
fuego, aunque eso no significó que cuando las circunstancias lo demandaron no
recurriera a la violencia extrema para controlar a los descontentos.
Chávez nunca mostró respeto a las
normas democráticas. En su opinión un adversario o rival político era un
enemigo que debía ser en el mejor de los casos desacreditado. Practicó el
fusilamiento moral, recurrió a la ilegalidad para encarcelar a los que se
oponían a su mandato. Obligó al exilio a miles de personas que solo defendían
la democracia.
Limitó la libertad de expresión.
Promovió la autocensura. Eliminó los medios de información que le adversaban
con grandes multas o cancelando las concesiones gubernamentales. Los
periodistas fueron atacados por su nombre y gustaba ridiculizar al comunicador
que le hiciera una pregunta incómoda.
La propiedad privada nunca fue un
serio obstáculo para su proyecto de dominación, siempre y cuando el capitalista
fuera afín a su proyecto, de ahí que en Venezuela surgiera una generación de
nuevos ricos que popularmente fueron identificados como los boliburgueses.
Chávez estableció una dictadura
institucional. Ajustó la legalidad a la conveniencia del proyecto que
patrocinó, lo que le permitió limitar las libertades ciudadanas en un marco
constitucional que hacía difícil la reivindicación de los derechos perdidos.
Concentró los poderes públicos en su
persona. Decidía legislaciones que restaban a su voluntad el poder de los
funcionarios electos. Reorganizaba las circunscripciones electorales a su
conveniencia e incurrió en gastos que han dañado profundamente la economía
venezolana.
La corrupción se expandió y profundizó
con el subterfugio de gastos públicos en el sector social como fueron los
programas de Barrio Adentro, que no resolvían los problemas socioeconómicos del
país porque no generaban riqueza, sino más dependencia ciudadana del gobierno.
Las empresas públicas han sido devastadas, en particular PDVSA, la principal
industria del país.
Politizó las Fuerzas Armadas. Los
gastos en armamentos se incrementaron mientras la infraestructura del país se
destruía. Los grandes ingresos petroleros fueron despilfarrados en una
diplomacia petrolera que le permitió arrendar una clientela política que estaba
a su favor en los foros internacionales.
El gran triunfo de Chávez radicó en el
uso discrecional de los petrodólares. Tuvo más éxitos que Castro en el común
propósito de destruir las sociedades democráticas de América Latina. Inventó el
despotismo electoral. Fue gestor del CELAC, el Alba y UNASUR, todos
instrumentos de control político.
Su herencia son regímenes como el de
Rafael Correa, Evo Morales y Daniel Ortega, pero su principal aporte fue el
haber mantenido por años la fracasada dictadura de los hermanos Castro. Algunos
analistas afirman que aportó al totalitarismo cubano más riquezas que la
extinta Unión Soviética.
No olvidemos que Chávez apoyo a las
guerrillas terroristas de las FARC y hasta demandó el reconocimiento de su
beligerancia. Fue un excelente aliado de Muammar Gaddafi y de Mahmud
Ahmadineyad. Un admirador de Ernesto “Che” Guevara, que se declaraba hijo de
Fidel Castro.
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