No recuerdo exactamente quien lo dijo, si Karl Marx o Lenin, que el capitalismo surgía espontáneamente como el hongo después de la lluvia. No importa quién lo haya dicho, es una verdad incuestionable. La actividad privada es espontánea, es natural, está dentro del tejido social. No se necesitan complejos tratados filosóficos-económicos para establecer un sistema de mercado.
El socialismo, en cambio, no surge espontáneamente. No se engendra en la actividad social, salvo en el caso de una situación de desespero en que un grupo humano se encuentre, cuando no hay alimentos para todos, cuando los recursos tecnológicos son nulos. La necesidad ante el hambre hace que el grupo se una y comparta por igual esfuerzos y productos. Así hicieron los primeros cristianos, perseguidos, acosados por Roma. Se refugiaron en las catacumbas y colocaron sus bienes en un fondo común que les garantizara el poder subsistir, compartían el trabajo y se repartían los productos entre toda la comunidad de acuerdo con sus necesidades. Pablo, el Apóstol de los gentiles fue entonces el autor de esas palabras que ahora los socialistas han hecho suya: “El que no trabaje que no coma”. Tan pronto el cristianismo se convirtió en religión legal, los cristianos renovaron sus antiguas actividades comerciales y abandonaron el desesperado modo socialista.
El socialismo es estéril, carece de la vitalidad de la acción privada, del mecanismo de la competencia, del impulso que cada ser humano tiene y que le lleva a buscar un modo de vida más satisfactorio. El socialismo, violando todas las leyes naturales de las sociedades, tiene que ser impuesto desde fuera, por un grupo delirante, apasionado y desvinculado de la realidad. Elimina al empresario por el burócrata, sustituye la iniciativa social por la planificación.
La realidad del socialismo es conocida por los cubanos, y la conocerán los venezolanos y los ecuatorianos si antes no se deciden por echar del poder al grupo de rufianes que pretenden cambiar al mundo, pero que más tarde terminan imponiéndose como tiranos y amos de vidas y haciendas.
Cuba es una demostración del fracaso del socialismo y al mismo tiempo una prueba de que el capitalismo, la actividad comercial privada aparece espontáneamente, aún bajo una estricta vigilancia policiaca que ve en cada iniciativa privada un atentado contra la estabilidad nacional.
Edificio en ruinas en La Habana
La Habana es el monumento vivo del fracaso del socialismo. Sus antes iluminadas calles, sus antes limpias calles hoy son callejones sombríos, por donde corren arroyos de aguas albañales. Las hermosas edificaciones que antes eran su orgullo arquitectónico hoy son tristes ruinas. El habanero vive bajo el temor de los derrumbes.
Albañales
Sin embargo, el cubano subsiste. Recurre al mercado subterráneo, donde florece la iniciativa privada. Comercia a escondidas y hasta saca recursos de sus propias desgracias para obtener un beneficio que el estado totalitario no es capaz de beneficiarle.
El artículo que reproducimos es un ejemplo de esa actividad privada que surge espontáneamente como el hongo después de la lluvia, un ejemplo también de cómo obtener beneficios de las propias desgracias.
El autor del artículo es un joven habanero que dedicado al peligroso ejercicio del periodismo independiente, Adolfo Pablo Borrazá, no ofrece, desde La Habana, unas tristes notas costumbristas.
Desvestir un santo
Adolfo Pablo Borrazá
LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) – El hombre en camiseta y fatigado atiende a los clientes que, curiosos, se acercan al recién estrenado e inédito negocio. Sus compinches se encargan de vender la mercancía. El mercado de materiales de construcción que abrió en la calle Desagüe, en Centro Habana, es la nueva alternativa en la zona para las personas que aspiran a reparar sus hogares.
En el lugar se comercia de todo, desde ladrillos hasta arena, aunque no se trata de un mercado oficial ni nada por el estilo. Es un edificio derrumbado que los lugareños han tomado para abastecerse de materiales de construcción. El inmueble ha devenido la salvación de las casas en mal estado que se encuentran a su alrededor.
Paco y sus hermanos son los únicos mercaderes. Viven en la planta baja del desplomado edificio y venden todo cuanto puedan sacar. Primero tomaron materiales para sí, luego vino un amigo que les ofreció una suma aceptable por cierta cantidad de ladrillos, y después otros y otros, hasta el punto que desde horas bien tempranas, comienzan a tocar a la puerta de su casa los clientes para comprar materiales.
Por sus propios medios, los hermanos tratan de vender todo lo que las personas interesadas buscan, ya sea un metro cuadrado de arena o una viga de hierro. Toda la maniobra va por ellos. El usuario sólo tiene que pagar.
Paco recuerda la noche en que el edificio se vino abajo. Por una extraña coincidencia, nadie se encontraba en la casa. Si hubiera ocurrido unos minutos más tarde, aquello hubiera sido la debacle.
Cuando Paco vio el desastre que ocasionó el desplome, se llenó de ira y maldijo al gobierno delante de los vecinos. A pesar de que en su cuadra viven varios militantes del partido, nadie salió en defensa de la revolución.
Pero el desastre no logró amilanar a Paco y su familia. A la mañana siguiente empezaron a demoler lo que quedó del edificio, y decidieron aprovechar los materiales para venderlos a las personas que los necesitaban. Así fue que Paco arregló su techo destrozado, el baño, la barbacoa y una pequeña terraza. Ahora, gracias al derrumbe, Paco y su familia viven más holgados.
A falta de comercios estatales donde se vendan materiales de construcción, la gente busca lugares como el edificio derrumbado en la calle Desagüe para conseguir los materiales necesarios para remendar sus viviendas.
Hasta el momento, Paco y sus hermanos no han sido molestados por los inspectores y autoridades locales, que siempre buscan su mascada en cualquier negocio y lugar. Sin mencionar a la tan temida policía. Muchos se han beneficiado del derrumbe y de la audacia de los hermanos, que andan con mucho cuidado, sin olvidar que viven en un país donde en cada cuadra hay un comité que los vigila.
A seis cuadras de allí otro inmueble está siendo demolido, por brigadas del gobierno. La casualidad quiso que fuera un almacén de materiales de construcción. Ya hay “buitres” merodeando por el lugar. Posiblemente alguien se encargará allí también de desvestir a un santo caído para vestir otros, como han hecho Paco y sus hermanos.
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