Víctor Manuel Domínguez
El telespectador merece respeto y la locución implica responsabilidad. Cualquier cayuco de moda no puede sustituir a un locutor.
LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) – El intrusismo profesional le pone voz al desfile de locutores en las pantallas de nuestros televisores. Sin otros atributos que la improvisación o un familiar en el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), muchos de los locutores emergentes siembran el pánico en la lengua castellana.
Como quijotes contra los molinos de letras en la pronunciación del idioma, se abalanzan micrófono en ristre sobre eles, eses y no articulan frase con la dicción correcta.
La presencia de la cantante Osdalgia Lesmes como conductora del programa Tu música en mí, hizo que locutores y televidentes se sintieran agredidos por palabras que abaratan las conversaciones en el país.
De “vulgaridad en los gestos, pobreza en el lenguaje, mal decir, y pésima pronunciación”, calificó el periodista Reinaldo Cedeño el desenvolvimiento de Osdalgia como locutora en un programa de alcance nacional.
Germán Pinelli. Foto a la izquierda
Germán Pinelli. Foto a la izquierda
La población se preocupa, critica y compara a estos improvisados locutores con Consuelito Vidal, Germán Pinelli, Cepero Brito y otros que sentaron cátedra en la locución, no
sólo por sus conocimientos y profesionalismo, sino también por la gracia y el don natural de comunicar. El telespectador merece respeto y la locución implica responsabilidad. Cualquier cayuco de moda no puede sustituir a un locutor.
sólo por sus conocimientos y profesionalismo, sino también por la gracia y el don natural de comunicar. El telespectador merece respeto y la locución implica responsabilidad. Cualquier cayuco de moda no puede sustituir a un locutor.
Cepero Brito. Foto a la izquierda
Pero en Cuba sí. Sólo tienen que caerle bien al director, tener dinero, o un rostro que televise, aunque sea un patán que confunda fruición con fricción.
Consuelito Vidal. Foto a la izquierda
Preocupa la frecuencia con que un bailarín o un músico, sin el más mínimo conocimiento del arte de comunicar, toman el micrófono como si fuera una granada y lanzan disparates contra el espectador. El hecho es tan común, que lo mismo encuentras a un coreógrafo hablando de las influencia del ye-yé en un bailador de casino, que a un timbalero disertando en un estreno de El barbero de Sevilla sobre las similitudes entre la ópera y el danzonete.
Según la periodista Sayli Sosa, “incomoda ver cómo protagonistas de audiovisuales o cantantes del momento, en funciones de conductores, esdrujulizan, atropellan palabras, rompen grupos fónicos o cometen graves errores de entonación”.
Y ni hablar de esos niños que se paran frente al micrófono, en el programa Para saber mañana, y nos dejan la tarea de adivinar lo que dicen.
Hay que vivir en Cuba y ver nuestra televisión, para comprender por qué tantos cubanos hablan hoy un castellano incomprensible, que no se sabe si es polaco o danés
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